"Carlomagno", por Miramamolín, el Moro.
Hace poco le han dado el premio Carlomagno a uno de tantos prebostes de la política. Creo que hay dos españoles, uno de nación y otro de adopción, que lo recibieron también en su día. Siempre que se otorga dicho premio a alguien, los plumíferos babosos que en toda redacción de prensa dependiente hay, le anteponen el calificativo de prestigioso y le endosan un kilométrico bla, bla, bla. Esto merece un análisis e ir paso a paso.
Para empezar, ¿qué significa prestigioso?: pues que algo o alguien tiene o causa prestigio. ¿Y qué significa prestigio?: Diccionario de la RAE define: realce, estimación, renombre, buen crédito, ascendiente, influencia, autoridad; fascinación que se atribuye a la magia o es causada por sortilegio; engaño, ilusión o apariencia con que prestidigitadores emboban y embaucan al pueblo.
Es obvio que al tal premio se le atribuye el prestigio por el individuo conmemorado, dados el renombre y la autoridad que en vida tuvo. Dejémoslo así, de momento, pues antes vamos a recordar, muy sintéticamente, quién fue y qué hizo el llamado Carlo Magno (grande) para que, en su memoria, se premie hoy a prebostes varios, incluidos el de la mamada oval y el showman Wojtyla que, como se ve, algo tendrán en común cuando les otorgan el mismo galardón:
Carlos, primogénito bastardo de Pipino el Breve y nieto de Carlos Martell, al morir su padre, hereda con 26 años de edad la mitad del reino franco. Su hermano Carloman, ya hijo legítimo, pero unos 10 años menor, hereda la otra mitad. A los cuatro años muere éste y Carlos se apropia de su parte del reino, teniendo que huir su cuñada y los herederos legítimos, sus sobrinos: ¡menudo tío, el tal Carlos, llamado el rey apacible por los pelotas de costumbre!
En los 46 años (768-814) que reina, guerrea constantemente sólo por afán depredador, es decir, por el botín, por la conquista de territorios cuyas poblaciones esclaviza y por los beneficios económicos que de ello consigue. Y todas sus guerras las hace con el cuento de expandir el cristianismo (un tipo adúltero que mantiene concubinatos, repudia a su primera esposa -matrimonio cristiano indisoluble, ¡je!-, organiza bacanales promiscuas con participación muy activa de sus propias hijas, realiza deportaciones masivas de pueblos derrotados, hace degollar a miles de prisioneros -no guerreros contrarios en la batalla-, como los 4.500 siervos sajones , entregados por sus "señores", y degollados en el lugar en que hoy se alza la catedral de Verden).
Pero se le ve el plumero hipócrita cuando las guerras son contra los católicos longobardos de Italia, instigado por el papa Adriano I (otro hipócrita), que así consigue sus tierras -las tres cuartas partes de la península- para los Estados Pontificios; o contra los bávaros, cristianos también, de cuyo territorio se apodera, instigado por el mismo papa.
Prácticamente exterminó a los sajones en 33 años de saqueos y genocidio, y a los ávaros (húngaros) -de los que obtuvo un botín nunca igualado-, que desaparecen de la historia tras 12 años de guerra; también lo intentó, aplastándolos continuamente, con los albingios, frisones, bretones, bohemios, eslavos, aquitanos y otros pueblos de menor entidad, cuyos reinos y reyes aniquiló. Y con los musulmanes españoles, pero no pudo pasar de Zaragoza; al retirarse, en Roscenvalles, los vascos, conducidos por musulmanes, le derrotaron. Se tuvo que defender de los daneses que lo pusieron en un brete, y no se atrevió con Bizancio, genuino imperio romano de oriente.
El modus operandi fue siempre el mismo: su ejército, al mando de los nobles, era acompañado por obispos y abades que comandaban a sus monjes, feroces también en la lucha; derrotado el enemigo -normalmente de clases bajas, pues los señores se aliaban con el invasor, más fuerte- se repartían las tierras entre nobles, abades y obispos y se bautizaba por la fuerza a los vencidos, esclavizándolos, y el que se negaba era degollado o llevado como rehén, que casi siempre acababa degollado. De ahí que estas carnicerías cristianas se llamaran "misión a espada". Los "Anales del reino de los francos" resumieron muy bien su técnica:
"Después de haber hecho rehenes, haberse adueñado de abundante botín y haber provocado tres veces un baño de sangre entre los sajones, regresó a Francia el mentado rey Carlos con la ayuda de Dios".
En semejantes tropelías se basan quienes quieren convencernos de que fue el padre de Europa (Wojtyla, sin ir más lejos, al tomar el premio), como si no existiesen las islas británicas, la península ibérica, amén de los países nórdicos, del este y sudeste europeo. Y los que se mosquean porque el engendro de constitución europea no habla del "origen" cristiano del continente, como si antes de Nicea y Constantino no hubiesen existido Europa (Wojtyla, Ratzinger, Aznar,…) y su cultura pagana.
Cabe destacar que no sólo martirizó a los pueblos "enemigos", sino que su propio pueblo llegó al extremo, en las hambrunas que padeció, de comerse a sus muertos tras ponerlos en salmuera, como a las aceitunas. Mientras él, sus nobles, sus obispos, sus abades, nadaban en la abundancia.
El papa León XIII, le coronó emperador y le reconoció la soberanía sobre el Estado de la Iglesia. Y con su historial de "milagros", Pascual III, antipapa de Alejandro III, le hizo santo, el papa Gregorio IX refrendó la canonización y los papas sucesivos no la declararon nula; todavía en 1899 el futuro cardenal Bertram daba testimonio de la veneración como santo que se le profesaba. Su festividad se celebraba el 12 de junio, pero parece que ya se ha suprimido: era demasié.
El mencionado cardenal Bertram, uno de sus más fieles valedores, alentador de las dos guerras mundiales y asistente de Hitler, decía de él:
"Predicó el evangelio con lengua de bronce (…) plantando la cruz victoriosa y benéfica en el suelo virgen del país sajón (…) la serena altura del báculo actuó benéfica y mediadora junto al poder del cetro y de las espada reales".
Fue muy valorado por el régimen nazi y todavía en 1952, defendiendo el rearme alemán, el cardenal Frings de Colonia afirmó: el ideal de alcanzar el imperio de Carlomagno nunca ha estado tan cerca como ahora.
Creo que el prestigio del premio Carlomagno es, como define la RAE, engaño, ilusión o apariencia con que prestidigitadores emboban y embaucan al pueblo. Y parece razonable pensar que quienes lo aceptan, al asumir como ejemplar semejante currículo, se hacen cómplices in pectore y no merecen el menor respeto de las gentes honradas.
Si a mí me ofrecieran ese premio, desempolvaría mi arqueológico alfanje y, orientándolo hacia todos los acimutes, en legítima defensa, me emplearía a fondo con el oferente, pese a mi pacifismo actual: ¡es que también sería demasié !.
Para empezar, ¿qué significa prestigioso?: pues que algo o alguien tiene o causa prestigio. ¿Y qué significa prestigio?: Diccionario de la RAE define: realce, estimación, renombre, buen crédito, ascendiente, influencia, autoridad; fascinación que se atribuye a la magia o es causada por sortilegio; engaño, ilusión o apariencia con que prestidigitadores emboban y embaucan al pueblo.
Es obvio que al tal premio se le atribuye el prestigio por el individuo conmemorado, dados el renombre y la autoridad que en vida tuvo. Dejémoslo así, de momento, pues antes vamos a recordar, muy sintéticamente, quién fue y qué hizo el llamado Carlo Magno (grande) para que, en su memoria, se premie hoy a prebostes varios, incluidos el de la mamada oval y el showman Wojtyla que, como se ve, algo tendrán en común cuando les otorgan el mismo galardón:
Carlos, primogénito bastardo de Pipino el Breve y nieto de Carlos Martell, al morir su padre, hereda con 26 años de edad la mitad del reino franco. Su hermano Carloman, ya hijo legítimo, pero unos 10 años menor, hereda la otra mitad. A los cuatro años muere éste y Carlos se apropia de su parte del reino, teniendo que huir su cuñada y los herederos legítimos, sus sobrinos: ¡menudo tío, el tal Carlos, llamado el rey apacible por los pelotas de costumbre!
En los 46 años (768-814) que reina, guerrea constantemente sólo por afán depredador, es decir, por el botín, por la conquista de territorios cuyas poblaciones esclaviza y por los beneficios económicos que de ello consigue. Y todas sus guerras las hace con el cuento de expandir el cristianismo (un tipo adúltero que mantiene concubinatos, repudia a su primera esposa -matrimonio cristiano indisoluble, ¡je!-, organiza bacanales promiscuas con participación muy activa de sus propias hijas, realiza deportaciones masivas de pueblos derrotados, hace degollar a miles de prisioneros -no guerreros contrarios en la batalla-, como los 4.500 siervos sajones , entregados por sus "señores", y degollados en el lugar en que hoy se alza la catedral de Verden).
Pero se le ve el plumero hipócrita cuando las guerras son contra los católicos longobardos de Italia, instigado por el papa Adriano I (otro hipócrita), que así consigue sus tierras -las tres cuartas partes de la península- para los Estados Pontificios; o contra los bávaros, cristianos también, de cuyo territorio se apodera, instigado por el mismo papa.
Prácticamente exterminó a los sajones en 33 años de saqueos y genocidio, y a los ávaros (húngaros) -de los que obtuvo un botín nunca igualado-, que desaparecen de la historia tras 12 años de guerra; también lo intentó, aplastándolos continuamente, con los albingios, frisones, bretones, bohemios, eslavos, aquitanos y otros pueblos de menor entidad, cuyos reinos y reyes aniquiló. Y con los musulmanes españoles, pero no pudo pasar de Zaragoza; al retirarse, en Roscenvalles, los vascos, conducidos por musulmanes, le derrotaron. Se tuvo que defender de los daneses que lo pusieron en un brete, y no se atrevió con Bizancio, genuino imperio romano de oriente.
El modus operandi fue siempre el mismo: su ejército, al mando de los nobles, era acompañado por obispos y abades que comandaban a sus monjes, feroces también en la lucha; derrotado el enemigo -normalmente de clases bajas, pues los señores se aliaban con el invasor, más fuerte- se repartían las tierras entre nobles, abades y obispos y se bautizaba por la fuerza a los vencidos, esclavizándolos, y el que se negaba era degollado o llevado como rehén, que casi siempre acababa degollado. De ahí que estas carnicerías cristianas se llamaran "misión a espada". Los "Anales del reino de los francos" resumieron muy bien su técnica:
"Después de haber hecho rehenes, haberse adueñado de abundante botín y haber provocado tres veces un baño de sangre entre los sajones, regresó a Francia el mentado rey Carlos con la ayuda de Dios".
En semejantes tropelías se basan quienes quieren convencernos de que fue el padre de Europa (Wojtyla, sin ir más lejos, al tomar el premio), como si no existiesen las islas británicas, la península ibérica, amén de los países nórdicos, del este y sudeste europeo. Y los que se mosquean porque el engendro de constitución europea no habla del "origen" cristiano del continente, como si antes de Nicea y Constantino no hubiesen existido Europa (Wojtyla, Ratzinger, Aznar,…) y su cultura pagana.
Cabe destacar que no sólo martirizó a los pueblos "enemigos", sino que su propio pueblo llegó al extremo, en las hambrunas que padeció, de comerse a sus muertos tras ponerlos en salmuera, como a las aceitunas. Mientras él, sus nobles, sus obispos, sus abades, nadaban en la abundancia.
El papa León XIII, le coronó emperador y le reconoció la soberanía sobre el Estado de la Iglesia. Y con su historial de "milagros", Pascual III, antipapa de Alejandro III, le hizo santo, el papa Gregorio IX refrendó la canonización y los papas sucesivos no la declararon nula; todavía en 1899 el futuro cardenal Bertram daba testimonio de la veneración como santo que se le profesaba. Su festividad se celebraba el 12 de junio, pero parece que ya se ha suprimido: era demasié.
El mencionado cardenal Bertram, uno de sus más fieles valedores, alentador de las dos guerras mundiales y asistente de Hitler, decía de él:
"Predicó el evangelio con lengua de bronce (…) plantando la cruz victoriosa y benéfica en el suelo virgen del país sajón (…) la serena altura del báculo actuó benéfica y mediadora junto al poder del cetro y de las espada reales".
Fue muy valorado por el régimen nazi y todavía en 1952, defendiendo el rearme alemán, el cardenal Frings de Colonia afirmó: el ideal de alcanzar el imperio de Carlomagno nunca ha estado tan cerca como ahora.
Creo que el prestigio del premio Carlomagno es, como define la RAE, engaño, ilusión o apariencia con que prestidigitadores emboban y embaucan al pueblo. Y parece razonable pensar que quienes lo aceptan, al asumir como ejemplar semejante currículo, se hacen cómplices in pectore y no merecen el menor respeto de las gentes honradas.
Si a mí me ofrecieran ese premio, desempolvaría mi arqueológico alfanje y, orientándolo hacia todos los acimutes, en legítima defensa, me emplearía a fondo con el oferente, pese a mi pacifismo actual: ¡es que también sería demasié !.