Unas palabras provisionales respecto a la escritura
Creo que escribir poemas fue algo que me hizo mucho bien durante muchos años de mi vida. Ahora es una carga pesada, como si uno fuera un tipo muy gracioso del que se espera en las fiestas que siga contando chistes. Se ha convertido en parte de mi identidad, una identidad que yo no controlo; y se supone que tengo que escribir poemas. Me he sentido angustiado durante un año porque no escribía. Y ahora tengo la sensación de haber vuelto a reactivar una bomba que ya había sido desactivada.
En los últimos años, y especialmente en este año último, he llegado a la conclusión de que me encuentro más a gusto en el papel de funcionario de la literatura. Yo lo que quiero ser es traductor y crítico, no escritor. Quería ser escritor cuando tenía 20 o 25 años, incluso 35. Ahora escribir un poema me desazona más que muchos problemas reales que estoy viviendo. Y he dicho que el poema era cojonudo. Para mí lo es. Y eso es casi peor. Por una parte, no espero nada de escribir poesía buena o mala. Hace tres años publiqué mi mejor libro y no lo leyó ni Cristo (salvo un par de críticos). Por otra soy una persona muy equilibrada que se desequilibra cuando escribe poesía. Así pues, no gano mucho con todo esto. Pero no sé abstenerme cuando llega, aunque sea al cabo de un año. Y escribo el poema.
Cualquiera diría, y con razón, que hago montañas de un grano de arena, que soy un tiquismiquis y que todo es mucho más fácil: deja de escribir poemas y de tocar los cojones con tus tonterías. Pues sí. Pero no, escucha. Yo no sé por qué la gente escribe poemas. Hay mil razones, y da igual si los poemas son buenos, malos, regulares o espantosos. La vanidad suele andar cerca. La inercia también. En los mejores casos se parece a una vocación que no se puede rechazar, que es casi obligatoria. Aquí tocamos terreno peligroso. Cuando alguien decide que no puede sino escribir poesía y que se ahogará si no lo hace, entonces, macho, estás jodido, escribas dos poemas diarios o uno al mes o uno al año. Porque la única poesía concebible, créeme, te araña las entrañas, te roba todo, te obliga a mirar en sitios que no querías mirar. Y te va a hundir la vida, eso te lo aseguro. Yo he visto mis precipicios escribiendo poemas. Yo creo que un día me tiraré a la vía del tren después de escribir un poema y ver el absurdo, la inepcia, la inconsecuencia, la cobardía, todas estas cosas que salen en los poemas cuando intentábamos negárnoslas a diario. No le echo la culpa a la poesía. El mal está dentro de cada uno. Muchos poetas han escrito y publicado toda su vida sin mayor daño y hasta han sido poetas laureados y académicos, siendo buenos. Pero no estoy hablando de ellos.
Esta noche me despertaré de pronto y me acordaré del poema, seguro. Llevo dos días dándole vueltas. Y en ese momento en que entra la luz del amanecer por la ventana, que siempre dejo abierta, ese momento peor, en que ya no puedes conciliar el sueño y que algún día será nefasto, pensaré que realmente del que hablaba en el poema era de mí, que soy yo ese ser que es tan sumamente desdichado y falso y ofensivo; y voy a sentir tanta pena y tanta desazón (¡pero no por mí, no por mí! Pensadlo, no es por mí) que me levantaré a borrar esta entrada que pienso dejar colgada en el blog sólo hasta que el pudor y la decencia me saquen de la cama diciéndome: Eres una nenaza, haz frente a la vida, coño, reacciona. Y si no es así, muérete, cabrón.
He escrito un poema que me retrata y que es una putada. Lo digo aquí para hacer el exorcismo y borro este desahogo en cuanto me levante.
Y voy a seguir escribiendo.
(Reactivo esta entrada de hace algo más de un mes, que en su momento dejé colgada sólo unas horas, porque no tiene sentido negarme estos bochornos o inquietudes. Y porque hoy cuando la reactivo, 20 de noviembre, vuelvo a escribir).
Yo pienso (pero puedo equivocarme, claro) que uno no debe darle, en relación con lo que escriba, tanta importancia al yo. El poema tiene sus propias normas, y sus propios criterios de verdad; no es, creo, ni una confesión ni un desahogo, aunque ambas cosas (como muchas otras) puedan ser medios para llegar a él. Va, o debiera ir, más lejos que eso. Y a otro sitio. Verlo de algún modo como autorretrato es verlo, para mí, sin la suficiente perspectiva. Yo, al menos, trato de ser más como un artesano, a quien le importa menos lo que de autoexpresión pueda tener el poema que lo que él mismo pide, entendiéndolo, digamos, como una criatura viva. Uno no puede, o no debe, pretender hacer de un hijo un retrato de uno mismo, sino ayudarle a ser lo que él mismo quiera o pueda ser, libre y autónomo como es, y con toda legitimidad, respecto a nosotros. Nosotros somos la ocasión de que naciera, pero no su justificación ni su destino. Lo que tengan de nosotros no es en consecuencia lo más importante; o al menos, a mi entender, no es lo más decisivo. Y me parece que, viéndolos así, la relación con ellos es, no sólo más madura, sino también más justa.