Un poema de Alejandra Sirvent
Perdonadme la vanidad. Pero no todos los días le dedican a uno un poema, y además tan bueno. Hace meses que lo llevo clavado en la frente, sin saber qué puedo hacer con él. Anoche estuvo en casa Alejandra Sirvent y sigue siendo tan encantadora como siempre, aunque lo es sin darse cuenta. Me ha apetecido colgar un poema suyo y he escogido este, comprendedme. No le he pedido permiso pero ella me lo da, seguro, porque sabe que es una de mis poetas preferidas, y no por el interés. En Las Afinidades Electivas (ver mis enlaces) podéis leer otros poemas de Alejandra.
A JOSÉ LUIS PIQUERO
Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
JAIME GIL DE BIEDMA
Hay algo que es como una lejana muerte,
se instala en los ojos y se acuesta con uno
y pega chillidos en los palacios de su cabeza.
Realidad, amigo,
tal vez ya no me quieres como antes,
como cuando te escribía correos
con dedos puros
y el mundo todavía no era este horror blanco.
¿Recuerdas cómo te escribía aquel despiadado
deseo del verano en La Arena?
Recuerdo que era hermoso contarte cada imagen
que me separaba del olor brusco y real
del agua, de los rancios restaurantes
con toda la familia, de las barcas varadas
en una tierra negra.
Yo quería tener la piel morena y ser libre
como en los poemas de Gil de Biedma;
ser libre y ser hermosa, como todas.
Pero no soy hermosa y ya esta libertad
me parece la peor de las sogas.
Siempre fuiste los ojos severos que miraron
mi vida. No puedo entender qué insignificancia
magnética me hizo merecer todo tu tiempo.
He sido mala,
como un niño que sueña, como alguien que vomita.
Me he engañado a mí misma
pensando que podría ser feliz.
Amé con un ahogado misticismo.
Atrás quedan los hombres
que degolló el amor.
Si sólo se perdiera la cabeza,
enamorarse no sería trágico.
¿Sabes que me siento ridícula todavía
entre la gente? Siempre soy más grande
y más seria que las otras chicas.
Intento ser graciosa sin motivo.
Aunque ya no me importa ponerme colorada
como una cereza algunas veces.
Atrás quedan hombres bellos
como almendros en llamas,
como sórdidos tigres.
Sólo ahora después de tanto tiempo
quiero vivir, ya la muerte es amiga.
Mi corazón es la pista de circo
donde un malabarista blande antorchas
miserables para un único espectador.
Un espléndido poema, si señor, rezuma abrigo de melancolías y hasta esa especie de soterrada rebeldía, tan necesaria para conciliar el sueño sin que los lobos del insomnio nos muerdan las orejas.
Un saudo