Un disparate
El disparate es tan grande que creo que no merece más comentario, y viene a demostrar la estulticia de nuestros poderes públicos y la de algunos probos ciudadanos. Por lo demás, empieza la caza de brujas. Lo mejor de todo es que lo que fuman los actores en escena ni siquiera es tabaco, sino una mezcla de herbolario que no contiene ni nicotina ni alquitrán.
Me quedo con dos detalles: el primero, lo mucho que me alegra la publicidad gratuita que le han hecho al equipo de Hair.
Segundo: ¿Quién será, cómo será, el espectador que fue a ver Hair, precisamente Hair, y consideró su deber denunciar a la compañía porque los personajes fumaban? Conozco el tipo, lo tengo relativamente cerca. Ha de ser un rigorista, un fanático doméstico, uno de esos molestos tiquismiquis, llenos de obsesiones e hipocondría, que se compran treinta pastillas de su jabón, de ese jabon y no otro, y que son como viejas cluecas. La satisfacción que le habrá dado su denuncia, la sensación del deber cumplido, su papel de inquisidor políticamente correcto, de ciudadano ejemplar. Compadezco a su familia. Supongo que sería a tipos como este a los que apelaba la ministra de Sanidad cuando exhortaba a denunciar. Nunca falta un tonto útil.
Vamos derechos a la Socialdemocracia alemana de antes de la Segunda Guerra Mundial, y si no al tiempo.