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Terrorista de la felicidad (Reseña de "Amor", de Manuel Vilas)

Amor. Poesía reunida, 1988-2010
Manuel Vilas
Visor, 2010
256 páginas.


"No concibo el amor sino como una exaltación de los MacDonald"™s, de la música Pop, de las circunvalaciones que cercan las ciudades de la tierra, de la anarquía [...], del humor irreductible, de los talleres de chapa y pintura, de las fábricas de muebles y de la ropa interior de algodón suizo de la princesa doña Letizia; el amor como un himno a los coches, al dinero, a la prostitución, a los comunistas". Las palabras son del propio Manuel Vilas (Barbastro, 1962), pertenecen al prólogo de Amor y resumen perfectamente el espíritu de su poesía: exaltada, irónica, desafiante, distinta. Y vitalista y apasionada. Estamos ante uno de los poetas españoles contemporáneos más originales y más radicales, y esta poesía reunida es una buena ocasión para comprobarlo.
Amor se inicia con algunas muestras de la arqueológica poética de Vilas, poemas que el mismo autor califica como "de aprendizaje" y que realmente no aportan demasiado al conjunto, salvo la posibilidad de comprobar cómo su estilo de madurez ya apuntaba vagamente en ellos ("París" o "Noche de reyes" casi podrían formar parte de su primer libro importante, El cielo). Es curioso: la mayoría son poemas muy aceptables. Sólo que palidecen al lado de la enorme potencia expresiva de su obra mayor.
Porque es a partir de El cielo (2000) cuando irrumpe esa voz inconfundible, ese "sello Vilas" tan nítido y característico. Desolación, irrefrenable apetito de vivir, humor, crudeza, golferío, cinismo y grandes dosis de encubierta ternura son los rasgos que definen al personaje que protagoniza estos poemas: un veraneante perpetuo que sólo sabe castigarse, celebrar la existencia, gastar el dinero en lo mismo que se lo gastan los turistas de todo tiempo y lugar, desear sin tasa a las mujeres y ansiar la muerte, pero una muerte al sol y junto al mar, después de haber amado mucho. Frívolo y profundo, descreído de los grandes relatos pero no de los pequeños placeres, de este personaje podría decirse lo mismo que de aquel de Carlos Marzal que trataba "por igual la muerte y los escotes". En textos como "El desconocido" puede resultar brutal; en otros, como "El enamorado", cálido y conmovedor: un niño equivocado, un libertino sentimental, siempre al borde de hacer algo drástico: suicidarse o enfundarse un traje de verano e ir a recorrer la playa.
Casi todos los atributos fundamentales de El cielo vuelven a aparecer en su siguiente libro, Resurrección (2005), en donde la máscara deja paso a un personaje más nítido y realista: el propio Vilas, que aparece a menudo con su propio nombre y que se asemeja bastante al bebedor terminal, hedonista y dandy de la obra anterior, pero más cotidiano. Es el momento de mirar alrededor y describir este mundo sórdido y brillante, el mundo de las hamburgueserías de plástico y la pobreza extrema, de los saldos y de la literatura. Si un rasgo inequívoco de todo intelectual que quiera sentar cátedra es el rechazo de la cultura popular y los superficiales entretenimientos del pueblo, está claro que Vilas pretende sentar cátedra en otras aulas. Sus poemas son endechas de amor a las cajeras de los supermercados, reflexiones sobre las pequeñas isletas de colorines del consumismo, cantos a los héroes más míseros: el Perry Smith de A sangre fría o el músico fracasado Doug Yule, a quien sus propios compañeros de la Velvet Underground no miraban a la cara. También los poetas, como Pound o James Joyce, fotografiados en sus momentos menos sublimes. Vilas se ríe de todos ellos (y de sí mismo) y para todos ellos tiene una infinita comprensión, un desmedido amor. ¿Y cuál es la dicción de esta voz insumisa y apasionada? La única posible: largos poemas de largos versos, afán narrativo, coloquialismo extremo, prosaismo, pero también una constante inventiva verbal que salpica los textos de brillantes intuiciones, que deja al lector sin aliento, como tras una sacudida.
Calor (2008) es hasta ahora su último libro y se inicia con dos poemas muy significativos. El primero, "La lluvia", es una particularísima e irreverente crónica de la boda de los Príncipes de Asturias, un tema que muy pocos poetas españoles se plantearían siquiera considerar. Del segundo se puede decir lo mismo: una oda al viejo coche del que uno se desprende para comprarse el último modelo, plan Prevert de por medio. Nuevamente el humor, una conmovedora ternura y un profundo tono elegíaco, nunca exento de sarcasmo y autoparodia. Nada en estos y en los demás poemas es lo suficientemente elevado como para no ser puesto en solfa y nada es lo bastante insignificante que no merezca una revisión, una búsqueda de su íntimo sentido.
Desbordante, cáustico, iconoclasta, también emocionante y conmovedor, Vilas es una especie de francotirador amoroso, un terrorista de la felicidad que no pretende contribuir al orden moral del mundo sino, quizá, afirmar su irreductible libertad y decir lo que le da la gana. Diciéndonos, de paso, muchas cosas importantes sobre nosotros mismos. Indispensable.

José Luis Piquero

(Reseña publicada en el número 94 de la revista Clarín).
archivado en:
Ernesto Frattarola
Ernesto Frattarola dice:
24/08/2011 11:08

Manuel Vilas es un monstruo, un gigante. Y "Amor", un libro para releer y releer, extrayendo siempre algo nuevo. Ese poema sobre las manos de las cajeras de supermercados...

Fantástica reseña, José Luis. Sabes encontrar las palabras. Gracias.

Un abrazo

Ernesto