Llevamos dos meses de sol ininterrumpido. Todo lo demás es superfluo. Cada mañana abro los ojos y me ciega el sol. Y desayuno al sol en la terraza, como los millonarios, sin serlo. Y es el cielo azul, incólume. Aunque sea con frío pero no lo hace. Porque el sol de aquí no es de mentira, es de verdad. Es ponerte al sol y sudar la gota gorda. Por esto nunca podría volver a vivir en el norte, donde cuando sale el sol es de mentira y no calienta. Estoy... moreno no: negro.
Mi rutina es trabajar toda la mañana. Luego vuelve Eva de Isla Cristina y me recoge para ir a tomar una cerveza en Islantilla, antes de comer. Tenemos dos o tres terrazas seleccionadas, al sol, y escogemos según el humor. Hoy, en camiseta y pantolón corto, sudaba como un cerdo ibérico. El sol me acariciaba la cara y las piernas, bajo las palmeras. Pensaba: soy pobre y vivo como si fuera rico.
Mi idea de la opulencia: este sol. Soy rico.
Coño y yo en Conil, haciendo lo mismo. La crisis nos está llenando los bolsillos de doblones de sol.
Yo no elijo terraza, siempre en la mía. Al sol, con cerveza, mirando las olas. Y África.
Este invierno es una mierda de invierno. Nevará en marzo.