Otro aburrido diario de Islantilla
Me acosté con mucho desánimo, me desperté con el sol en la cara (nada de persianas aquí). Me entretuve en terminar de leer un libro de Roger Peyrefitte (cómo le envejecen las traducciones argentinas, las únicas disponibles, creo). Me dediqué varias horas a mi propia traducción (el gran Hector Hugh Munro no envejece nunca) y luego, como ya no tengo coche, me fui caminando con mi leve cojera byroniana hasta La Antilla, a tomarme un vino con mi amiga Pilar y con Eva. La tarde la pasé también trabajando. Dos visitas fugaces en casa. Por la mañana Alicia, a ofrecerme su coche cuando lo necesitase. Por la noche Terete, para lo mismo.
La vida aquí discurre como un río perezoso y soleado. Escribir, trabajar, leer, siempre un rato para una copa con amigos. No hay prisas. Nos vemos todos, como en un pueblo, pero un pueblo que no tiene forma de pueblo. Quince amigos dispersos entre palmeras y cerca del mar. Hemos encontrado otra excusa (todas las semanas la encontramos) para reunirnos a comer arroz este viernes en Las Cañas, donde casi todos tenemos alguna obra expuesta o nuestro libro en la estantería.
Las decepciones... no me tocan. O sí. Pero no pienso dedicarme a mendigar afectos. Soy como un plácido artesano: si no te gustan mis cacharros de barro no pasa nada. Farewell! Como diría Lady Ottoline Morrell: "Pensé que les gustaba lo que les ofrecía. Me equivoqué".
Me quedo con mi pequeño reino afortunado. He sabido que lo mejor de nosotros se convierte en mercancía o se olvida o se abarata. Uno ha de encontrar su espacio de calor y quedarse en él, arrebujado como un niño ávido y finalmente tranquilo. En la calma.
Mi vida es como un fin de semana perdido.
La vida aquí discurre como un río perezoso y soleado. Escribir, trabajar, leer, siempre un rato para una copa con amigos. No hay prisas. Nos vemos todos, como en un pueblo, pero un pueblo que no tiene forma de pueblo. Quince amigos dispersos entre palmeras y cerca del mar. Hemos encontrado otra excusa (todas las semanas la encontramos) para reunirnos a comer arroz este viernes en Las Cañas, donde casi todos tenemos alguna obra expuesta o nuestro libro en la estantería.
Las decepciones... no me tocan. O sí. Pero no pienso dedicarme a mendigar afectos. Soy como un plácido artesano: si no te gustan mis cacharros de barro no pasa nada. Farewell! Como diría Lady Ottoline Morrell: "Pensé que les gustaba lo que les ofrecía. Me equivoqué".
Me quedo con mi pequeño reino afortunado. He sabido que lo mejor de nosotros se convierte en mercancía o se olvida o se abarata. Uno ha de encontrar su espacio de calor y quedarse en él, arrebujado como un niño ávido y finalmente tranquilo. En la calma.
Mi vida es como un fin de semana perdido.
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