No es orfandad
Ayer, mientras conducía de vuelta de Asturies, una llamada me informó de la muerte de Ángel. He escrito a vuelapluma este texto para La Voz de Asturias, con la prisa del viaje y la prisa del cierre de edición. Luego, con más calma, diré más sobre Ángel y sobre otras cosas. Porque no pienso callarme cuando los buitres caen sobre el cuerpo aún caliente del poeta.
"Nunca los poetas nos dejan huérfanos cuando mueren. Ni siquiera aquellos a los que podemos llamar nuestros padres literarios. Y Ángel González lo era. Creo que no ha habido otro poeta contemporáneo de cuya obra haya aprendido tanto, del que me sepa de memoria tantos poemas. Mientras redacto estas líneas, conmocionado aún por las malas noticias, sus versos me vienen uno tras otro a la cabeza. Por eso no puedo quedarme huérfano de Ángel González. He escrito, en buena parte, gracias a él y también gracias a él he visto el mundo de un modo diferente. En sus poemas, en los que él quería ver su propio rostro, he visto el mío. No estoy solo.
Sí nos quedamos huérfanos, en cambio, del amigo: del conversador inteligente, del compañero de noches interminables, llenas de tragos y canciones, del lector generoso. Le conocí hará unos quince años, por los buenos oficios de Lola Lucio y Juan Benito Argüelles. Una cena íntima, entre amigos. No sabían el regalo que le estaban haciendo al joven poeta que yo era, admirador incondicional de la poesía de Ángel. Para mí era Dios.
Pero no era Dios. Era algo mucho mejor que eso: un hombre extraordinario y uno de los mejores poetas -de los pocos verdaderamente grandes- de nuestro tiempo. En estos quince años he disfrutado del regalo de su amistad y del regalo de su poesía, que ha seguido creciendo, cada vez más intensa y concentrada. Y aunque ya no compartiré más copas con él, su obra nadie puede arrebatármela. He perdido a un padre, pero no soy huérfano".
Copio una prosa algo poética en recuerdo de Ángel que escribí en el blog el día de su muerte.
Ángel...
Ángel González, poeta y amigo asturiano, falleció esta madrugada, a la edad de 82 años, en un hospital madrileño debido a una crisis respiratoria. Atrás quedan los versos escritos en esta ciudad, creo yo que la que fue su segundo hogar: "Aquí, Madrid, mil novecientos/ cincuenta y cuatro: un hombre solo"; "Cuando estoy en Madrid,/ las cucarachas de mi casa protestan porque leo por las noches"... Sentía cariño por Ángel. Y sé que no era la única. En Asturias, y no sólo en Asturias, también lo sentían; creo discernir que sobre todo los jóvenes. La juventud, con todas sus equivocaciones, es la edad del amor y éste alimentaba muchos de los poemas de Ángel. El 1 de junio del año pasado, hace sólo unos meses, se organizó un recital en Oviedo, en la cafetería Maga-zine, un "petit hommage" a la poesía amorosa de Ángel, en el que el entrañable poeta nos obsequió con su presencia y con la de su mujer, Susana Rivera. Tuve la suerte de leer para ellos un poema muy bonito, "Son las gaviotas, amor": "Son las gaviotas, amor./ Las lentas, altas gaviotas.// Mar de invierno. El agua gris/ mancha de frío las rocas./ Tus piernas, tus dulces piernas,/ enternecen a las olas./ Un cielo sucio se vuelca/ sobre el mar. El viento borra/ el perfil de las colinas/ de arena. Las tediosas/ charcas de sal y de frío/ copian tu luz y tu sombra./ Algo gritan, en lo alto, que tú no escuchas, absorta.// Son las gaviotas, amor. Las lentas, altas gaviotas". Junto a este, hay otros poemas unidos a mi historia particular: "Meriendo algunas tardes", "Oda a la noche o letra para tango", "Vals del atardecer", "Inventario de lugares propicios al amor", "Alga quisiera ser, alga enredada" o "Capital de provincia".
"Ciudad de sucias tejas soleadas...". Oviedo es la primera ciudad de Ángel, y coincide que también es la mía. La ciudad más bonita que he visto nunca. Puede ser que la mire con buenos ojos, pero eso no cambia nada. Y, luego, tenemos las imágenes de Alburquerque en sus American Landscapes, que nos deja una belleza inolvidable en versos como éstos, "Crepúsculo, Alburquerque, invierno": "No fue un sueño,/ lo vi:// La nieve ardía". Ángel González era un maestro de la precisión lingí¼ística, de la ironía, de la poesía narrativa, de la inteligencia, de la humanidad y del amor cortés: "Si yo fuese Dios/ y tuviese el secreto,/ haría/ un ser exacto a ti;/ lo probaría/ (a la manera de los panaderos/ cuando prueban el pan, es decir:/ con la boca)"; "Cuando tengas dinero regálame un anillo/ cuando no tengas nada dame una esquina de tu boca,/ cuando no sepas qué hacer vente conmigo/- pero luego no digas que no sabes lo que haces"; el poema "Eso era amor"; "Me callaré tu nombre,/ pero escucha:/ de besos y abrazos/ no nacen muchachos,// porque no eran los míos"; y para concluir sin que la sangre llegue al río: "Ninguna era tan bella como tú/ durante aquel fugaz momento en que te amaba: / mi vida/ entera".
Queden estas líneas en recuerdo de Ángel González, que hoy no se quiere borrar de mis ojos. "Aquí, Madrid, entre tranvías/ y reflejos, un hombre: un hombre solo".