Usted está aquí: Inicio / José Luis Piquero / Blog / Memorias de un autoestopista

Memorias de un autoestopista

El viernes pasado, por segunda vez en mi vida, tuve que hacer auto-stop. íbamos a Isla Cristina (a 9 kms de Islantilla) pero Eva tenía que estar a cierta hora y a mí me quedaban varios asuntos pendientes en casa. Así que le dije que cogiera el coche y que ya me las arreglaría yo para llegar más tarde. Y así, sin pensarlo, se me ocurrió el auto-stop. Conque allí me planté en la rotonda del Hotel Iberostar, a las diez de la noche, bajo la luz de todas las farolas del mundo (lo que esperaba fuera tranquilizador), lleno de optimismo y valentía, con mi mejor cara de niño bueno y el pulgar en alto, como un César magnánimo perdonando a un fiero gladiador.

No me cogió nadie.

Hubo un coche con una pareja que hizo amago de detenerse. Pero cuando me acercaba aceleraron y adiós muy buenas. Debieron recordar, en una fracción de segundo, todas las películas americanas de autoestopistas psicópatas. De vez en cuando pasaba un taxi de Lepe o de Isla (hubiera invertido con gusto unos euros en eso) pero siempre ocupados.

A los tres cuartos de hora me cansé y me di un paseo hasta La Antilla (1 km. de Islantilla), donde pensé que podría encontrar a algún isleño de camino a casa, incluso hacerle el favor de llevar yo el coche si había bebido demasiado. En el bar de unos amigos, el hijo de los dueños, casualmente, se iba para Isla Cristina. Así acabó mi segunda experiencia de auto-stop.

La primera fue aún más lamentable. Y eso que entonces sí que me cogieron. Fue hace veinte años y un amigo y yo pasamos la noche de copas en Luanco. A altas de la madrugada se imponía o bien dormir en la calle o bien hacer auto-stop hasta Gijón (donde hay mejores enlaces y más temprano) u Oviedo (ya no harían falta ni enlaces). Así que nos pusimos a la salida de Luanco dispuestos a esperar un milagro. Y el milagro se anunció sonoramente antes incluso de ser visible. Oimos un coche acercarse a toda leche, derrapando, con ese chirrido de neumáticos forzados tan característico. Cuando apareció ante nuestra vista y se detuvo (¡oh, milagro!), sólo tuvimos dos segundos para decidirnos a subir. Era un coche destartalado, con música heavy a toda leche (heavy español) y dos tipos en el interior que uno no querría encontrarse en una calle oscura. Los dos segundos iban a pasar.

Subimos. Olía a porro que espantaba.

Hasta Candás no fue tan grave. El conductor, en vez de dibujar las curvas, las atajaba. Y a 200 por hora. En cierto momento fui consciente de que, hiciera lo que hiciera, iba a morir. Y con esa certeza desapareció el miedo. Cerré los ojos y me dispuse a esperar el choque. Los dos tíos hablaban sin parar y eran tan simpáticos como cabía esperar de dos que llevan encima diez o doce whiskies.

Pero en vez del impacto llegó la iluminación nocturna de Candás. Atravesamos el pueblo disfrutando por última vez (eso creíamos) de las conocidas calles. En eso el conductor dice: "¡Viste una pareja follando!". Y pega un frenazo y un volantazo (ambas cosas a un tiempo) y da la vuelta. Se para delante de una furgoneta aparcada, baja la ventanilla y grita... Bueno, no recuerdo lo que gritó pero imaginaos algo como: "¡Exprímesela bien!" o "¡Ponla mirando pa Valladolid!", o cosa parecida. Y tras contribuir a la noble causa del amor, dio otro frenazo y otro volantazo y retomó la carretera hacia Gijón. No hubo más: sólo le había apetecido (es natural) tener su pequeña participación, hacer una necesaria, yo diría que imprescindible, apostilla al suceso amoroso. En mi retina se quedó la imagen, muy fugaz, de los rostros demudados de un chico y una chica atisbando por la ventanilla de la furgoneta, con los ojos como platos.

Me ahorraré el resto de las incidencias del viaje. Sólo decir que tuvieron a bien ir a Gijón cruzando por cierto polígono industrial en el que parece ser que trabajaban, con la única intención de saludar a su colega, el guardia de seguridad (el cual nos dio a mi amigo y a mí mucha seguridad: al menos sería un testigo si aparecíamos descuartizados al día siguiente). Finalmente nos dejaron sanos y salvos en la estación del Alsa de Gijón cuando amanecía y empezaban a salir los autobuses para Oviedo. Nuestro agradecimiento quedó acallado por sus rotundas afirmaciones de que éramos "unos tíos de puta madre", cosa que es el día de hoy que aún no sé de dónde lo dedujeron, puesto que mi amigo y yo no abrimos la boca (no nos atrevimos) entre Luanco y Gijón. Pero cogimos nuestro enlace.

A veces recojo a algunas rumanas de la fresa o alguna viejecita de Lepe que va a La Antilla. No muy a menudo, la verdad. Bajo la música y no doy frenazos.

Me miran raro porque alguna vez -no saben por qué pero les da lo mismo mientras las lleve- me entra una risa floja de lo más tonto.
archivado en:
Ra
Ra dice:
02/10/2009 03:56

Ahoj,
Para partirse; pero piensa si hubiesen aparecido los dos heavys conduciendo por La Antilla.............. Y van y paran............
Besinos,Ra.

Olga B.
Olga B. dice:
02/10/2009 11:25

Qué bueno. Yo siempre he pensado que los jevis españoles tienen ángel de la guarda. En mi barrio había muchos, antes de que la gente se volviese moderna, y todos siguen vivos.
Pero un chico serio, educado y silencioso, riéndose repentinamente por lo bajo puede ser mucho más inquietante que dos jevis borrachos...
Saludos.

Santiago Bertault
Santiago Bertault dice:
02/10/2009 12:00

Jajajajaj Tremendo. Hoy te dedico la canción del blog por este descacharrante post.
Un abrazo

Rafa Leon
Rafa Leon dice:
02/10/2009 14:33

Admirable valentía la tuya. Yo, con una primera experiencia como la descrita, creo que jamás hubiese tentado a la suerte en una segunda ocasión.

Abrazos.

MANUEL RUBIALES REQUEJO
MANUEL RUBIALES REQUEJO dice:
03/10/2009 13:39

Un respeto, que hace veinte años, yo también fui un "jevi españó", tuve un Seat 131 "supermirafliori"con pegatinas de esqueletos en el cristal trasero y un radio caset marca "Punto Azul" adquirido en Ceuta por el módico precio de 5000 pesetas...je, je, je, qué tiempos

Jose Luis Piquero
Jose Luis Piquero dice:
04/10/2009 03:41

Creo que lo que se deduce de la historia es que no hay que mirar las apariencias. No he conocido un heavy que no sea un tipo excelente, incluyendo a aquellos que nos recogieron con su mejor intención y con toda la generosidad de que eran capaces. Desconfío más de los buenos chicos que sonríen aviesamente, como recuerda Olga (por cierto, que mi risa tonta es porque recuerdo mis experiencias. Todas mis viejecitas y mis rumanas y rumanos han llegado siempre sanos y salvos a sus destinos. Me he quitado de los descuartizamientos).
Soy partidario de los heavies, tan malos, tan brutos y tan nobles en este mundo de pijos detestables.