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Meapilismo

Una de las cosas que más me sorprendió de Andalucía cuando llegué aquí para quedarme fue la intensidad del sentimiento religioso. O llamémosle por su nombre: el meapilismo. Un discurso religioso rancio, fanático, extremado. Eso sí: casi pagano, si se me permite la paradoja. Porque las romerías, con la del Rocío a la cabeza y siguiendo por todas las demás, tienen mucho de fiesta pagana. Se adora a una imagen de madera de la Virgen, no a la Madre del Señor. De hecho oímos decir que la virgen del pueblo de al lado es "muy fea". Idolatría se llama eso. Y todo el festejo es de carácter sensual: la bebida, la comida, el cante, el baile y demás (sexo incluido, porque ya se sabe lo que pasa en las fiestas con mucha alegría y mucho beberaje). Yo he visto a los romeros del pueblo X entrar a la capilla de "su Virgen" con una solemnidad que no admitía crítica... y el cubata en la mano. Hasta un ateo como yo era más respetuoso, y me escandalizó ese espectáculo. Pero miremos el lado bueno: puedes ser un golfo sin peligro de anatemas.

En Huelva, por ejemplo, hay dos periódicos: el conservador y el progresista. Entras en la web del progresista, pinchas en la sección de Cultura y la mitad de las noticias, si no el 90 por ciento, hablan de cofradías, de santos y de procesiones, no de arte, literatura o teatro. Es imposible ir a un bar y no encontrarse la imagen de esta virgen o aquella otra ocupando todas las paredes. Hasta tus compañeros de Izquierda Unida llevan el colgajo de la Virgen en la romería. En Asturias eso sería impensable: emplumaríamos con brea a ese concejal y lo expulsaríamos (es broma).

Lo único que hace tolerable esta atmósfera de meapilismo kistch (totalmente kistch, porque la parafernalia beaturrona, estética y musical que lo acompaña es intolerablemente cursi y hortera) es lo que ya he dicho: que en el fondo uno intuye que no es más que una excusa para atiborrarse. Una excusa muy elaborada, pues todo este stuff impregna la vida onubense y andaluza hasta hacer el aire irrespirable. Pero a la postre sabemos qué es lo que les importa, así que nos agarramos al rebujito (manzanilla con sprite) y decimos a todo que sí.

Ojo: los habrá que lo lleven en la sangre y sean fanáticos sinceros. Son los que presiden las hermandades y demás. Pero son los menos, aunque muy necesarios: dan la pátina de respetabilidad que se precisa para mantener el tingladillo y asegurar el festejo. Y miran para otro lado y fingen creerse el fervor de los otros. O no fingen: su fe es genuina y su inocencia también. Ays...

Aquí el Opus Dei y similares tendrían poco que hacer. Es una religiosidad popular, alegre, festiva, dicharachera. Fanática, sí, y estéticamente horrorosa. Pero esquivable. Ellos sólo quieren dar vivas a su patrona y beber su cubata. Ahí se acaba el fanatismo. Bien, adelante. Nosotros sólo el cubata.

Y el arte, la literatura, el teatro...