Usted está aquí: Inicio / José Luis Piquero / Blog / Lost in translation

Lost in translation

Fui a Santander, leí mis poemas con Guillermo Balbona y me paseé por la ciudad. Hacía quizá catorce años que no iba a Santander. La última vez estuve allí con Lorenzo Oliván, con Miguel Rojo y con más amigos. A algunos he vuelto a verlos; a Carlos Alcorta, por ejemplo. Oliván fue de nuevo mi anfitrión. Hemos crecido juntos como poetas y es uno de mis mejores amigos. Conocí a Marcos Díez Manrique (gran sorpresa su poesía) y a su novia Noelia y nos tomamos unos vinos hablando de todo. Hasta tuve tiempo libre para vagar por la ciudad, sentarme en una terraza y escribir. Terminé mi sexto poema del año.
Lástima que el viaje de vuelta se convirtiera en una pesadilla. Tenía un vuelo a Madrid y luego un tren a Huelva, lo que me dejaría en casa hacia las 2 de la tarde. Bueno, con el avión ya rodando por la pista, el comandante abortó el despegue por un problema técnico. Nos pusieron un autobús a Madrid, yo perdí mi enlace de Renfe y tuve que sacarme un billete en el Ave para la vuelta a Sevilla y luego a Huelva. Huelga decir que Iberia se desentendió absolutamente de pérdidas de enlaces con otras compañías. Tercer mundo, se llama esto. En total fueron 18 horas de viaje. Llegué a casa a las 11 y media de la noche, hecho polvo. ¡Y pensar que la organización no me dejó ir en mi coche por mi comodidad!
El último tramo de mi periplo lo hice conduciendo a Isla Cristina. Después de taxis, aviones, autobuses y trenes, fue un descanso tener el control de tu propio desplazamiento. Lo más horrible del día fue pasarlo en aeropuertos y estaciones, esos lugares fríos y ordenados que tienen sus propias reglas, teóricamente para facilitarte el tránsito. En la práctica, te hacen sentir constantemente indefenso y dependiente: sólo sobrevivirás y llegarás a tu casa si te atienes a unas normas estrictas. Aprende a hacerlo o dormirás en la calle. Durante 18 horas me he sentido un niño en manos de una pantalla y un busto tras un mostrador. Mi hermana Rakel, que es una experta en burocracia viajera, me solucionó toda la intendencia desde su ordenador, me sacó billetes y se aseguró en la distancia de que llegara sano y salvo. Thanx!
Me he vuelto un ser primitivo y sencillo. Me he acostumbrado a viajar en mi coche, me he acostumbrado a vivir en un pueblo junto al mar, me he acostumbrado a no tener que vestirme para estar con gente. Hacía años que tampoco iba a Madrid, y el pequeño vislumbre de la ciudad me horrorizó. Todo tan lejos y todo tan grande. Mi peor pesadilla sería tener que vivir en Madrid. O en cualquier ciudad parecida. O en cualquier ciudad.
Y mira que tengo callo de aeropuertos y viajes y ciudades. Pero me he convertido en un salvaje. Ni ropa medio decente tengo para ir a una lectura.
Pero fui y leí mis nuevos poemas.

archivado en:
pedrete
pedrete dice:
02/06/2014 03:19

Hombre, se puede vivir en Madrid. O en cualquier ciudad. Toda mi solidaridad a cuenta de los problemas viajeros. Recuerdo un viejo eslógan de la compañía: "Con Iberia ya habría llegado". No decían a dónde, eso sí.

Ra
Ra dice:
02/06/2014 10:56

Ahoj,
ni una triste mención a ese gran olvidado, el bote de colonia....
Bueno pero regresaste y has aprendido muchas cosas.
Besinos, Ra

Jose Luis Piquero
Jose Luis Piquero dice:
02/06/2014 13:55

Iberia tenía otro eslógan muy apropiado para mi caso: "Usa tus alas".
El bote de colonia llegó sano y salvo.