El Rocío, Eduardo Mendoza y un eclipse de luna
Van apagándose los ecos del Rocío, esa fiesta pagana en la que se adora a un ídolo de madera cubierto de seda y rosas para luego entregarse al festín y la bacanal de la cerveza, el jamón y el rebujito. Creo sinceramente que el Rocío me encantaría si se celebrase en el Japón. Me temo que se me atragantan el colorido kistch, la salve y las sevillanas. ¿Y cómo será que de cien que pasan disfrazados -de gitana o de corto- sólo les queda bien el traje a dos o tres? La parte buena es que se les habrá quitado el picor mariano y rociero durante un año.
El calor ya hace estragos y no fue plato de gusto ir a Sevilla para recoger a Eduardo Mendoza, salvo por recoger a Eduardo Mendoza. Más tarde, le presenté en el Hotel París y él impartió una conferencia de primera, llena de humor y de sensatas divagaciones sobre el oficio literario, ante una sala repleta de público. Yo hablé lo justo, porque si me hubiera puesto a recordar La verdad sobre el caso Savolta o cualquiera de sus otras grandes novelas, incluídas las que pueden considerarse divertimentos (pero qué divertimentos), no hubiera habido conferencia. Luego cenamos juntos, con Eva Vaz y Carmen Ramírez, de Planeta, y bebimos dos botellas de vino y hablamos de todo y nos reimos y tomamos unas copas y seguimos hablando de todo. Un tipo realmente estupendo, Eduardo Mendoza. Admirable como persona y como escritor. Aquí una nota del acto.
Hoy la vuelta a las páginas de Erskine Caldwell. Estoy disfrutando como un enano traduciendo Tierra trágica, un Caldwell a la altura de El camino del tabaco o La parcela de Dios. Y dentro de un rato intentaremos ver el eclipse de luna, con devoción de rocieros al cuarto rebujito.
El calor ya hace estragos y no fue plato de gusto ir a Sevilla para recoger a Eduardo Mendoza, salvo por recoger a Eduardo Mendoza. Más tarde, le presenté en el Hotel París y él impartió una conferencia de primera, llena de humor y de sensatas divagaciones sobre el oficio literario, ante una sala repleta de público. Yo hablé lo justo, porque si me hubiera puesto a recordar La verdad sobre el caso Savolta o cualquiera de sus otras grandes novelas, incluídas las que pueden considerarse divertimentos (pero qué divertimentos), no hubiera habido conferencia. Luego cenamos juntos, con Eva Vaz y Carmen Ramírez, de Planeta, y bebimos dos botellas de vino y hablamos de todo y nos reimos y tomamos unas copas y seguimos hablando de todo. Un tipo realmente estupendo, Eduardo Mendoza. Admirable como persona y como escritor. Aquí una nota del acto.
Hoy la vuelta a las páginas de Erskine Caldwell. Estoy disfrutando como un enano traduciendo Tierra trágica, un Caldwell a la altura de El camino del tabaco o La parcela de Dios. Y dentro de un rato intentaremos ver el eclipse de luna, con devoción de rocieros al cuarto rebujito.
Qué bueno es Eduardo Mendoza.
Un abrazo