Días de vino y rosas
Sólo que me vence el cansancio del blog y la sensación de que no tengo nada que decir. Nada que no diga en los poemas o en los laaaargos correos que les escribo a Josep Carles y a Rafa y a Judith-Arati. Y aún así persisto, como veis. No sé por qué. Tal vez por la misma razón que se tiran al mar botellas con mensajes (¿alguien lo hace aún?), o por conocer a Carmen, la amiga de Marga, que para por aquí, o porque se sepa que estoy vivo y bien, o por puro atavismo, o porque ya que lo pago...
Sigo entrando en los blogs de los demás, eso sí. Casi todos de amigos. Y me jode cuando entro y no hay entrada nueva. Pues aquí, entrada nueva.
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El otro día reflexionaba sobre los amigos con Josep Carles. Es curioso: la mayor parte de mis mejores amigos no se conocen entre sí, lo cual para mí resulta frustrante. En varios casos he forzado encuentros: no puede ser que dos amigos míos inmensos no se conozcan. Pero la dispersión geográfica es un grave problema. Mis mejores amigos viven en Asturias, en Santander, en Barcelona, en Valencia, en Plasencia, en Sevilla, en Madrid... Todo un archipiélago, cuando yo hubiera deseado una isla, como esta en la que vivo. El congreso literario que me gustaría comisariar sería un encuentro en Islantilla de los amigos de JLP, con ponencias relativas a: "El efecto del vino en una noche de confidencias", "Estrategias de baile en un salón diminuto", "Razones para comparecer en la playa un día de septiembre", "Qué hacer si tus anfitriones tienen una orgía y tú no estás en ella", "Películas que nos hicieron llorar y sus efectos permanentes", "Comentarios a degí¼ello sobre las más destacadas figuras literarias", "Razones para la permanencia de Isabel la Católica en la España Nacional" (esto como homenaje a Martín Marco).
Así que escribir en el blog también es un recordatorio, una postalita, como la que le envié hace un par de días a Myriam: por la presente estamos bien y muchos besos desde estas hermosas playas...
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Mientras tanto, me acompañan las lecturas. La inmortalidad, ¡vaya timo!, otra entrega de esa benemérita colección escéptica de la editorial Laetoli a la que soy adicto y que anteriormente ha derribado con humor y datos y sensatez grandes mitos como los ovnis, las abducciones, la sábana santa, etc.; o Nabokovia Peruviana (Siltolá), una colección de artículos de Fernando Iwasaki dedicados a autores peruanos olvidados, llena de erudición, de buena prosa y de garbo literario.
Pero las lecturas (relativamente) recientes más placenteras se las debo a escritores amigos que me han enviado sus libros. Los pobres desgraciados hijos de perra (Tusquets), de Carlos Marzal, un conjunto de relatos totalmente emocionantes, escritos con una desenfrenada prosa de poeta y llenos de felicidades y exactitudes; Cerrar los ojos para verte (Universos), de Rodrigo Olay, el primer libro de un poeta que no sólo demuestra conocer el oficio (hay sonetos, haikus, décimas, silva libre impar... de todo) sino saber aportar un toque personal, una prometedora audacia; y El cielo de las cosas (KRK), de Pelayo Fueyo, del que no hay que decir nada porque ya se ha dicho antes en este blog: el mejor poeta asturiano del momeno, indiscutible.
Como ando atacando azarosamente los libros que me bajé de Asturies tras la liquidación de mi biblioteca, puede ser que me encuentre leyendo La lista de Schindler, de Thomas Keneally, que es la biografía en la que se inspiró la película de Spielberg y que, por cierto, recomiendo a todo el mundo, sobre todo a los que pensaron que Spielberg había edulcorado al personaje real. Todo lo contrario: lo hizo más cínico y más oportunista y más tardíamente comprometido. El Schindler real colaboraba desde el principio con la resistencia, planificó con mucha antelación la salvación de sus judíos y se jugó la vida no pocas veces por ellos.
O relee uno a Szymborska o a Lovecraft o a Huidobro... Lovecraft es un mundo. Es como Borges, salvando todas las distancias: no puedes leer un cuento o un poema: hay que leerlo todo. Suele ser inevitable, una vez que se penetra.
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Parece que ando leyendo mucho cuando en realidad no leo prácticamente nada. En primer lugar, voy muy atrasado con la entrega de mi traducción de Suave es la noche, de Fitzgerald. En segundo lugar, Rakel estuvo aquí hasta anteayer con su novio checo y había que ejercer el anfitrionazgo, además de gozar interminablemente de la amistad, todo lo cual no es obligación sino placer. Largas veladas habladas en medio checo, medio inglés, medio español, con Rakel y Eva y Zbynék y Marga, que se incorporó a este caótico grupo de hedonistas que cenaban a la luz de la luna y hablaban y hablaban... Un pequeño paraíso detenido en el tiempo.
Pero yo sacaba todos los días ocho horas para trabajar en mi despacho...
Vaya, vaya otro lovecraftiano. ¡Bienvenido al club! :)
Me ocurrio lo mismo, empecé leyendo un cuentito y terminé necesitando la obra entera. La lástima es que falte tanta obra traducida al castellano.
Por cierto, que también se me ocurrió la relación lovcraft-borges. De hecho, no se si conoces el cuento de "El libro de arena" en el que Borges le homenajea.
¡y Huidobro, otro de los imprescindibles! Nunca olvidaré la primera vez que ley Altazor.
Saludos