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Crónicas del hedonismo

¿Se puede ser pobre y gozar de la vida? Se puede. Debo la hipoteca, no tengo para ir al dentista, hace mil años que no sé lo que es ir a un restaurante o al cine, mi consumo de libros se reduce a los que me envían o saco de la biblioteca, cuento cada euro... Creo que soy el poeta más pobre de mi generación. Y no, no me importa confesarlo, por más que las exhibiciones de pobreza me parezcan tan lamentables como la ostentación de riqueza. Tuve bastante dinero, lo disfruté, las cosas cambiaron. Pero, en contraste con mi sentido trágico de la vida, soy bastante feliz.
Hoy Eva me levantó poniendo muy alto "Crímenes imperfectos" en la Sexta, que tiene el efecto de disipar mi sueño. Por el tragaluz de mi cuarto entraba el sol. Zumo de naranja natural (5 kgs. de naranjas a 1 euro) y rosquillas (regalo de una alumna de Eva). Luego Eva me pidió que la llevara a comprar pescado a Isla. Fingí gruñir y protestar y la llevé, con la condición de no bajarme del coche (fui en pijama). La verdad es que fue muy agradable conducir bajo el sol y esperarla leyendo. De vuelta a casa me enfrasqué en una reseña sobre la poesía de Cavafis para una revista asturiana; la terminé, la corregí y la envié. Y aún me dio tiempo a hacer dos páginas de la traducción en la que estoy trabajando. A esta hora tardía aguardo a que Eva termine de hacer el pescado, que acompañaremos con una copa o dos de vino blanco de Valencia (1,20 euros la botella y mil veces mejor que el Diamante, que vale 4).
Y entra una factura que me permite pagar esa hipoteca. Y la pago y el dinero se evapora. Y me espera una tarde traduciendo a Howard Fast mientras me fumo una pipa. Y mañana volverá a hacer sol. Me siento rico.