Antídotos contra la patraña
La cara oculta del misterio
Luis Alfonso Gámez e Iker Ayestarán (ilustraciones)
Comares, Granada, 200 páginas.
La humanidad siempre ha construido mitos, interpretaciones mágicas o sobrenaturales de los fenómenos que nos rodean, en un afán por comprender por qué suceden las cosas. El avance de la ciencia ha hecho posible desterrar la mayoría de ellos y sustituirlos por explicaciones racionales, basadas en las leyes de la naturaleza. Sin embargo, ello no ha impedido que muchos mitos antiguos sobrevivan en el imaginario popular y que otros de nuevo cuño vengan a acompañarlos. Al calor de tales creencias ha surgido una lucrativa industria del entretenimiento que explota la credulidad de la gente para vender misterios manufacturados cuya base real es nula o casi nula. Libros, revistas y programas de televisión de atractivo formato, disfrazados de investigación y periodismo, especulan chafarderamente sobre OVNIS, fantasmas, conspiraciones, poderes paranormales y todo tipo de disparates, perpetuando interesadamente absurdas y muy rentables supercherías.
Contra tal contaminación, algunos científicos, periodistas y divulgadores han redoblado sus esfuerzos para desmontar falsas creencias y misterios de pacotilla y presentar los hechos bajo la luz desnuda (y apasionante) de la racionalidad. Luis Alfonso Gámez, periodista de El Correo y miembro del Círculo Escéptico, es uno de ellos. La cara oculta del misterio recoge una serie de artículos en los que Gámez examina enigmas tan conspicuos como la conspiración lunar, la Sábana Santa de Turín, el mito de la Atlántida, las caras de Bélmez o la cirugía psíquica, provisto de dos armas infalibles: los datos y el sentido común. El resultado es una obra amena y clarificadora, que se lee de un tirón y que quizá debería hacerse circular en las escuelas. En Norteamérica, el 27 por ciento de los estudiantes universitarios cree que el hombre nunca llegó a la Luna. Temo preguntar cuál es el porcentaje en España.
En junio de 1947, un piloto civil, Kenneth Arnold, que volaba sobre Mount Rainer (Washington) reportó haber visto una formación de objetos muy brillantes que evolucionaban a velocidades desconocidas para cualquier aeronave humana. A partir de su informe, se popularizó la noción de "platillo volante" extraterrestre y se sucedieron los avistamientos. Lo curioso es que Arnold afirmó que el vuelo de los objetos se parecían al efecto que produce un platillo que se lanza a rasante sobre el agua, no que los objetos tuvieran esa forma (los describió más parecidos a bumerangs). Un periodista copió mal sus palabras y el formato de nave redonda y plana quedó consagrado para la posteridad: por arte de birlibirloque, los sucesivos visitantes de otros mundos adaptaron la forma de sus naves a la descripción errónea de un plumilla.
El ejemplo es bastante significativo del modo en que nacen ciertas leyendas. Sólo hace falta un rumor desencadenante y el resto lo harán los testigos (a veces con bonísima intención) y los investigadores sensacionalistas, algunos de los cuales no dudarán en inventar y tergiversar datos para hacer el presunto misterio perdurable. Es el caso de Charles Berlitz, a quien cabe el dudoso honor de haber puesto en primera línea de la actualidad asuntos como el de la captura de un OVNI en Roswell o el del Triángulo de las Bermudas. El primero era agua pasada cuando el nieto del fundador de las escuelas Berlitz lo "resucitó" de la nada cincuenta años después, consagrándolo como uno de los grandes mitos modernos, aunque ahora sepamos que lo que se estrelló en esa localidad de Nuevo Mexico era un globo espía del ejército. En cuanto al Triángulo de las Bermudas, hace ya más de treinta años que un bibliotecario de Arizona, Lawrence Kusche, demostró, caso por caso, que esa zona del Atlántico donde supuestamente desaparecen barcos y aviones no tiene nada de particular ni de misterioso, salvo cuando alguien como Berlitz mangonea descaradamente los hechos. Pero un buen misterio, convenientemente aderezado, nunca muere.
La mayoría de los enigmas de los que se ocupa Gámez en su libro sólo lo son por la persistencia y mala fe de los investigadores que sigen dando la tabarra con ellos. El mismo Vaticano aceptó con deportividad en 1988 el incontestable veredicto de tres laboratorios que dictaminaron que la Sábana Santa de Turín era una fabricación del siglo XIII, lo que no impide que los llamados "sindólogos" no den su brazo a torcer. Da igual que científicos cualificados afirmen, tras cuidadosos exámenes, que las calaveras de cristal (popularizadas por la última entrega de la serie de Indiana Jones) son una obra artesana de hace cien años; no importa que el hombre que fraguó la pamplina del caso Ummo haya confesado su travesura; qué más da que haya pruebas de que la aparición de la Virgen de Guadalupe fue el resultado de una maniobra eclesiástica para extender el culto cristiano entre los indios mexicanos: siempre habrá un Iker Jiménez o un Juan José Benítez que seguirán explotando el filón del misterio, aunque ni ellos mismos se lo crean y aunque para hacerlo tengan que recurrir a manipulaciones sonrojantes, de algunas de las cuales da cuenta este libro (por mencionar sólo una, el último de los citados intentó colar como auténticas en un programa de televisión unas imágenes de los astronautas Armstrong y Aldrin inspeccionando en la Luna ruinas de civilizaciones alienígenas; imágenes que había producido por encargo un estudio de animación de Irún).
A Luis Alfonso Gámez apenas podemos reprocharle que no haya aprovechado la oportunidad de recopilar en libro sus artículos (publicados originalmente por entregas en El Correo) para ampliarlos y ofrecer más jugosos datos, relatos más extensos de cada tema. O dicho de otro modo: nos quedamos con ganas de más. Y quizá no hubiera sobrado un album de fotos, aunque las estupendas ilustraciones de Iker Ayestarán sean excelentes correlatos gráficos de lo que se nos cuenta. En cualquier caso, La cara oculta del misterio es una espléndida guía de iniciación para todo el que no se conforme con las historias para no dormir que nos cuentan a veces con voz cavernosa desde un plató ambientado a lo gótico.
(Reseña publicada en el número 93 de la revista Clarín)
PS: Un hecho bochornoso ha venido a confirmar estos días la pertinencia de libros como el reseñado. La Diputación de Jaén y el Ayuntamiento de Bélmez de la Moraleda van a utilizar fondos europeos para poner en marcha un "museo" de las Caras de Bélmez, ese casposo Spanish mistery más desacreditado que los poderes mágicos de la bruja Lola. En estas tonterías se gasta el dinero de los ciudadanos: en fomentar la ignorancia, la superchería y la cutredad. Cero patatero para ambas instituciones.
Pero si no se hace mal a nadie, Piquero... Que cada cual disfrute como le dé la gana. Los libros de J. J. los puedes leer como literatura de humor y te partes de risa, porque o el tipo es así de incauto e inocente, o tiene una cara tan dura que le da igual no haber de disimularla. Yo me leí el de los ummitas por nostalgia adolescente sobre Ummo (por cierto, "Xiixia" quiere decir "amar sexualmente" en ummita, y lo utilicé como título de la sección de un poemario mío en valenciano, "Anxia"), y te descuajeringas en cada página cuando saca deducciones que no hay por dónde cogerlas o por ser tan descabelladas que producen vergí¼enza ajena.
Y respecto a lo de la Luna, desde el escepticismo, tampoco es tan destarifado creer que el hombre no ha llegado nunca.
Abrazos y besos.