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YO, LA PANZA

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Fermosa, proporcionada, armoniosa, rebelde frente a las falsas religiones del culto al cuerpo predicadas por los medios de comunicación e impuestas por cierta facción de la medicina, sí, ésa que llega a afirmar bobadas como que quien hace deporte controla su vida ... y al día siguiente le despiden del trabajo o, que mientras jadea en el gimnasio, su pareja lo encornamenta; eso además de las lesiones, los infartos y demás recua de delicias sudorosas, qué asco, o famélicas. He sido siempre orgullosa, además de por lo ya dicho, porque la compañera de mi portador, cuando alguien le hace mención de mi volumen, sonríe y, plena de satisfacción, exclama:

- ¡Más tío tengo para abrazar!

Desde que existo, he sido siempre confortable, como el mejor colchón neumático, y neumática como los bellos cuerpos de "Un mundo feliz"; es más, el run run de mis bailones gases interiores ha marcado el ritmo relajante y guasón de quien sobre mí se ha refugiado para librarse del cansancio, tomarse un respiro, mostrar su afecto...

Nunca he sido una panza blanducha ni depresible, según la jerga médica, antes bien tersa -prueba inequívoca del equilibrio perfecto entre continente y contenido- y nací porque frente a las nefastas religiones aludidas arriba, mi portador apostó por la racionalidad de aprovechar los placeres y delicias que la vida nos ofrece en forma de manjares delicados panza.jpgy pereza vivificante, sin contabilizar una caloría y sin padecer jamás una indigestión; bueno, sí, una sufrió debida al ajo de un gazpacho, sí al ajo, ese apestoso bulbo -¡aromático, dicen algunos cocineros que nunca deben de haber olido el aliento de quien se ha zampado un tostón con ajo restregao!- del que tantas veces se nos ha dicho que es sanísimo.

Los hijos de mi portador, cuando querían ver algo en la tele, a gustito, comiendo pipas, gusanitos o cualquier otra golosina sabatina, se abalanzaban hacia mí, al grito de:

- ¡Me pido la panza de papá!

Ahora, pasados los años, si el buen hombre tiene que dormir a algún excitado nietecillo, sólo ha de tumbarse él y, acomodándolo sobre mí, rascarle un poquito la nuca, susurrarle cuatro cosillas a contrapunto de mis gases interiores y el crío se queda frito: ¡hala, y a la cuna!

¿Puede concluirse por ello que soy una panza narcótica? No tanto, diría yo, más bien relajante, tranquilizante, sedante, hipnótica por mero contacto reclinativo. Todo natural, más incluso que las santificadas endorfinas cuya producción se provoca casi siempre forzando los cuerpos, pues mi propiedad beneficiosa para quien me porta y quienes me rodean se debe sólo a la mera existencia.

También me siento orgullosa por el simple hecho de ser una panza: LA PANZA por antonomasia. Pero tengo que tener cuidadado de que ningún chamán me descubra y manipule mi razón de ser.

Y a todo esto, amable ser que empezaste a leer mi reflexión y te has ido relajando reclinado en la tersura de mi ontos: ¿roncas ya?.
archivado en:
MANUEL RUBIALES REQUEJO
MANUEL RUBIALES REQUEJO dice:
20/02/2009 00:36

genial compadre, genial, tu texto está a la altura del pasodoble a la pelusa del ombligo, de Yuyu deCai, o del pasodoble a la cama de Juan Carlos Aragón, o sea, DE CATEGORIA

Victoria Caro
Victoria Caro dice:
21/02/2009 02:18

jajaja, qué bueno!

Lo que tú tienes ahí es un seguro de vida, cuídatela que es la mejor despensa para estos momentos de crisis. Quién sabe de que tendremos que echar manos si llegara la hambruna

Un abrazo y te agradezco la recomendación, iré tras sus pasos.