TRANSPORTE PÚBLICO (2/I/2003)
A Manuel, usuario in pectore
- Mire Vd., yo no leo ya mas que el Marca, porque los otros periódicos no dicen más que mentiras y rollos de los políticos y el fútbol es la verdad de la vida: que el que corre es el que llega antes y los artistas lo demuestran o no lo demuestran en cada partido. Además, sirve para poder hacer las quinielas como Dios manda, y ¿no cree Vd. que, como la Primitiva, eso es lo más importante que puede hacer un cristiano hoy día? Porque si acierto un pleno, ya me dirá lo que se me va a importar a mí de ná...
- Ya, pero dígame, ¿entonces Vd. leía el periódico cuando sonó el disparo?
- Sí, claro, es lo que siempre hago, que el trayecto mío es de una media hora y lo aprovecho así, que luego en casa, con la tele y mi mujer venga a hablar no puedo leerlo.
- ¿Y qué notó o vio, si puede saberse?
- Pues eso, que el chorizo, porque era un chorizo que menuda pinta tenía, cayó delante de mí y allí quedó.
- ¿Y vio quién disparó?
- Yo no, porque el periódico me tapaba la visión.
- ¿Y no oyó nada?
- Bueno, había oído voces y conversaciones, pero como si nada, que en el autobús siempre se habla a gritos, que con el ruido y los acelerones, sobre todo cuesta arriba, si no es así nadie se puede entender, de manera que no me extrañó: era lo mismo de siempre.
- ¿Y se había fijado en el resto de los pasajeros?
- Sentada enfrente de mí iba una señora con cara de cansada y muy pensativa. Me fijé en sus ojeras y en el suspiro que dio al sentarse, cuando se subió en la parada siguiente a la mía. Después seguí leyendo. Creo que dos paradas antes del tiro se subió una pareja muy bien vestida, aunque con ropa moderna, ya me entiende, de la de boutique, muy guapos los dos. Y fijarme, fijarme no me había fijado en más, aunque, claro, sí que iba más gente, pero en la parte de delante, y yo no hacía caso de ella. Lo que sí me extrañó es que la pareja de guapos no estaba cuando aparté la vista del periódico y me levanté a mirar al muerto.
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La reunión había sido muy agradable, como todas las últimas. Eran unas personas muy educadas y muy bien informadas de todo lo concerniente a la actualidad y a los problemas del mundo. Explicaban con gran sencillez cuestiones que, oídas en los telediarios recitadas por locutores como cacatúas e indocumentados, parecían incomprensibles: sostenibilidad, entropía, capa de ozono, diversidad, ... Esgrimían argumentos y ponían ejemplos de una evidencia asombrosa, de ésos que te hacen exclamar "pero, ¿cómo no se me había ocurrido antes?".
Desde que se reunían con el grupo su vida estaba cambiando, especialmente en aspectos de consumo y alimentación. Se habían propuesto una serie de compromisos, para empezar, tendentes a no contaminar, como eliminar el consumo de artículos con determinados envases, clasificar con esmero los desperdicios domésticos, y otros similares. Naturalmente habían reducido el uso del coche a lo imprescindible y se estaban "reciclando" en el uso de los transportes públicos, con sacrificio, debido a los malos olores que siempre hay en ellos. De ahí que, tras una cena excelente en la que abundaron los alimentos veganos, emprendieran el camino a casa del mismo modo en que habían venido: en autobús.
Iban pocos viajeros, y luego subieron dos con mala pinta, de modo que siguieron hasta el final, porque allí había dos personas que parecían respetables, un cincuentón leyendo el Marca y, sentada enfrente, una señora muy ensimismada. Se quedaron de pie, al final del todo. En cuanto se acomodaron ante el gran cristal trasero, los dos tipos con aspecto de chorizos se pusieron en movimiento.
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- No, si ya me encuentro mejor, que una está acostumbrada a los malos ratos, ¿sabe usted? Lo que pasa es que no es lo mismo un mal rato que ver cómo matan a una persona delante de una.
- ¿Qué fue exactamente lo que vio Vd.?
- Pues allí estaba esa parejita tan elegante, ¡y qué bien olían!, y tan finos, que eso se nota a la legua, eran gente bien, vaya que sí. Yo me había fijado mucho porque así me gustaría que fuesen mis hijos, pero qué va, siempre van hechos unos zorros, que me van a matar a disgustos. Y entonces se acercó uno de aquellos que iban delante, lleno de tatuajes, con una pinta de guarro que pa qué, y dos collares más feos que un pecado. Les dijo algo y el elegante le contestó. Se pusieron a discutir, pero con el traqueteo del autobús no se entendía lo que hablaban...
- ¿Pero oyó usted si el muerto los amenazaba? ¿Vio si llevaba un arma?
- Es que el tío hablaba muy mal, de barriobajero, y yo esa jerga no la entiendo y sí que debería de llevar un arma porque el navajón que quedó a su lado en el suelo no iba a ser de la parejita, digo yo, que no les pegaba nada.
- Bien, siga.
- Pues que el otro que iba con él y que se había quedado detrás del conductor empezó a chillarle algo, pero ya digo, yo a esa gente no la entiendo, que dicen unas palabras que nunca he oído. No, si extranjeros no eran, digo yo, pero de la forma que hablaban como si lo fuesen. Y empezaron a pelearse a gritos. Porque se peleaban, eso sí que sí.
- ¿Y entonces?
- Entonces el muchacho elegante cogió del brazo a su mujer y echaron a andar, y cuando estaban de espaldas a mí, que tuve que encojer las piernas, se oyó el tiro al mismo tiempo que paraba el autobús. Ellos se bajaron de un salto y delante de mí estaba el de los tatuajes tirado en el suelo y saliéndole sangre del pecho o de la barriga, que eso no lo sé muy bien. Y el hombre del periódico estaba de pie mirándolo.
- ¿Y no vio quién había disparado?
- No, eso no, que como le digo yo me había encojido para que pudieran pasar y estaba más pendiente de no mancharles la ropa con mis zapatos que de otra cosa.
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Aparte de los malos olores, una de las cosas que más les molestaba de viajar en autobús era la clase de gente que se podían encontrar, especialmente a ciertas horas. Sin ir más lejos los dos individuos de los tatuajes y los collares. Ahora, uno de ellos se les iba acercando.
Ella se estremeció al pensar qué haría si en el autobús hubiese coincidido sólo con ellos y sin su marido, porque con el conductor, en caso de haber problemas, no se podía contar, por dos cosas, una porque, si va conduciendo, no puede ir pendiente de lo que ocurre a sus espaldas y, la otra, porque lo más seguro es que uno de los tipos se ocuparía de mantenerle quieto, amenazándole con un arma o algo así.
Por su parte, el marido, viendo al sujeto aquel tan desagradable acercarse, se movió para quedar en primer término y evitar que pudiese ni siquiera rozarla a ella.
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- A ver, señoras, de modo que ustedes iban hablando de sus cosas, cuando...
- Pues que de pronto notamos un olor horroroso y era el de los collares que estaba pasando por delante,
- Y se iba para el fondo, ¡qué pestazo! Como a cuadra, ¿sabe Vd?, como a miseria. Yo desde que era una niña no había olido a nadie así, pero claro, eso era en los años del hambre.
- ¿Y después qué pasó?
- Pues yo no se, ¿y tú?
- Psss...tampoco, como enseguida nos pusimos a hablar de nuestras cosas, no me dí cuenta de nada hasta que la señora del final y el hombre del periódico se pusieron a llamar al conductor.
- Entonces sí que vimos al pobre tirado en el suelo y un navajón enorme a su lado, pero la navaja no tenía sangre, ¿verdad, tú?
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El tipo les dijo algo con malos modos, pero no entendieron nada. Se hicieron los despistados, pero el otro insistió. El joven elegante intentó explicarle que no entendía lo que decía. Entonces el chorizo sacó algo del bolsillo y empezó a gritarles, pero seguían sin entenderlo. Era absurdo. Por más que chillase no iban a entenderlo. Lo que sí vió el neoecologista fue la navaja, ¡ostras, qué barbaridad! Y sin pensárselo dos veces tiró de su mujer y se fueron hacia delante cuando ya habían empezado a discutir los dos ejemplares de lumpen.
Frenaba el autobús cuando se oyó lo que parecía un disparo. Corrieron hacia la puerta y se bajaron. Alguien bajó detrás, pero no volvieron la cabeza, que volaban hacia un taxi.
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- Verá Vd., yo es que iba con los auriculares puestos y la música a toda pastilla y oir, lo que se dice oir, lo único que oía era a los de La Polla Record.
- ¿Y qué vio, ya que no oía más que la música?
- Pues ver, lo que se dice ver, lo único que veía era a la pareja de enfrente dándose el lote, que menudo sobeo se traían. A mí me estaban poniendo cachondo total. Cuando empezó la gente a moverse de aquí para allá, con el autobús parado, ella había abierto las piernas y el tronco empezaba a subirle la mano por el muslo, de manera que yo, qué quiere Vd. que le diga...
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- Me gusta sentarme detrás del conductor porque, de noche, me siento más acompañada. Es que yo termino tarde en la peluquería, soy peluquera ¿sabe?, y muchas veces hago casi todo el trayecto con el autobús casi vacío. Además, cuando me subo, al arrancar, no tengo que ir dando bandazos por el pasillo y cuando llego, estoy junto a la puerta.
- ¿Y?
- Pues cuando se subió una parejita de pijos me extrañó, porque no era su ambiente, eso se veía a la legua, porque se les veía mucha clase y esa gente no va por ahí en autobús y menos a esas horas. Luego llegaron dos tíos zaparrastrosos, pero con pinta de mala leche. Uno de ellos, el muerto, se fue para el fondo y al cabo del rato el que se quedó de pie delante de mí empezó a chillarle, pero no le entendí nada.
- ¿Hablaba algún idioma extranjero?
- No, no creo, es que era una jerga de esas de barrio, que no la entienden más que ellos. Lo único que le entendí fue "pasma" y eso porque en alguna película lo he oído, que si no, tampoco.
- ¿Le vio sacar una pistola u otro tipo de arma?
- No, yo no, pero oí como un petardazo y el autobús se paró. Entonces se bajaron los pijos y un momento después el chorizo que estaba a mi lado. Fue cuando el conductor empezó a mentar a los muertos de los del taller, que todavía no le habían arreglado no sé qué y que menudos sustos se llevaba cuando sonaba el pedo y todo lo demás. Al fondo del coche, la gente estaba chillando y llamaban al conductor para que les llamase a Vds. Ya sabe...
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- Y antes de frenar, según declara el conductor, tuvo que hacer un giro brusco para sortear a un motorista. Eso hizo caer a la víctima con tan mala suerte que se desnucó con el borde de un asiento vacío y allí quedó. Al coincidir el petardazo del motor todos dieron por hecho que era un tiro lo que le había matado.
- ¿Y la navaja?
- Se ve que la había sacado para atracar a los pijos. Puede que el compy le chillara tratando de evitarlo porque había muchos testigos. De hecho, cuando vio que había jaleo se quitó de en medio rápidamente, con más miedo que vergí¼enza.
- Y la sangre ¿era de la cabeza?
- No, no, es que llevaba un bote de ketchup en un bolsillo: tienes que ver más películas de polis, je, je...
Francamente, he pasado un rato precioso y de lo más agradable inmerso en este relato. Ponte un once Manuel