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LA JUERGA MÍSTICA

Combate el aburrimiento en el trabajo pensando en la novia ausente. Matías mide el tiempo con una continua cuenta atrás, hasta los momentos en que pueda viajar a verla, porque, desde que decidió no marchar al noviciado por haber comprendido que no podría soportar el voto de castidad, tímido como es, se ha enamorado de la primera muchacha que le ha hecho caso, sin considerar lo lejos que su pueblo queda. Sólo la ve en vacaciones, Semana Santa y puentes largos. El resto del tiempo, cartas y más cartas. Y soledad compartida con un grupo de amigos, todos de Acción Católica, arreglando el mundo en las reuniones y en las esquinas cuando el grupo se disgrega cada noche.

Termina de hacer el paquete, se lo entrega a la compradora y, al levantar la vista, le ve entrar, azorado como antaño, con una pescadora nueva y anchos pantalones, sonriente y flechado hacia él:

- Matías...
- Coño, Senén, ¿de dónde sales? ¿Pero no eres cura ya?

Quedan en salir tras el cierre, sólo diez minutos faltan, a dar una vuelta, ponerse al día sobre sus vidas y verse con José, otro exseminarista, en la esquina de La Farola, donde Matías le ha citado. Caramba con Senén, que no se ha hecho cura al final, claro, si también era un "enamorao" o, ¿cómo, si no, se explicarían aquellas carreras a pie tras el coche de la niña que le gustaba, cuando era un adolescente, camino del colegio? Seguro que en el seminario ha tenido que hacer muchas penitencias por culpa del pecado solitario.

Senén le ha contado ya que no puede aguantar la castidad, que espera colocarse en la Gran Fundición, donde su hermano trabaja, y que, en cuanto pueda, se echa una novia para casarse. Esperan a José, cuando pasa por allí Paco, otro amigo de Matías, también de AC y exseminarista, ahora de vacaciones en la ciudad. Se une a ellos y, unos instantes después, cada uno por una calle, confluyen junto al trío, el esperado José y Ricardo, otro amigo de Matías que también dejó el curato dos días antes de ser misacantano. Ahora estudia comercio y se costea los estudios como representante de vinos.

Una cosa está clara: Matías es una especie de pararayos de excuras. Sin proponérselo. Y, siendo el único que no llegó a irse y que, encima tiene novia, los demás le miran como al más experto en la vida.

Ricardo llevaba camino de un bar, cliente suyo, y propone que vayan todos, con lo cual pueden probar los vinos que vende. Y de este modo comienza un recorrido de estaciones, las estaciones de Ricardo, en la que se han catado todos los caldos del amigo, todas las tapas de los bares clientes del amigo y se han oído las confidencias y sueños del grupo desertor de la hueste vaticana.

Han sabido lo de las carreras de Senén junto al coche del general que llevaba a su hija al colegio, lo del día en que se le enderezó la besana, según la poética expresión empleada por su tío Leandro, a Matías y decidió olvidar el voto de castidad. Han conocido que todos son vírgenes, o así lo manifiestan, que José va a ser pronto maestro pero, no confiando en las oposiciones, a lo mejor trabajará en una librería, y que Paco se prepara para entrar en una notaría, mientras que Ricardo, con sus conocimientos de comercio y de los vinos, aspira a tener un almacén de licores.

Pero, cuando la noche avanza y la confianza se moja más aún, comienzan las intimidades, es decir, que todos preguntan a Matías que qué se siente al abrazar a una novia, lo que éste se esfuerza en explicar sin manchar la memoria de su querida Carmelita, tiñendo de romanticismo lo que, además, constituye para él el único impulso vital fuerte que había sentido en su vida.

No se les agria el vino, de excelente calidad sin duda, y pronto empiezan los chistes verdes y anticlericales. Senén ríe como jamás lo hiciera y todos gozan con él, viéndole disfrutar de una libertad nueva e inocente, cuando se dan cuenta de que todos los bares están cerrados, pero ellos tienen más sed de vino y de confidencias, más hambre de tapas, amistad y libertad.

Ricardo aporta la solución: cerca está su habitación de estudiante y en ella una damajuna de vino y un queso de bola.

Sólo hay un vaso, pero también una goma de trasegar. Han bebido hasta vaciar la damajuana como un grupo de indios pasándose la pipa de la paz. Y del queso de bola sólo quedan las rojas cortezas. No lo expresan porque seguramente lo habrán encontrado sacrílego, pero todos se sienten comulgando el queso y el vino de la hermandad y la libertad.

Mañana morirá el presidente Kennedy y ellos no volverán a verse nunca más. Pero ahora viven su juerga mística y son felices.

Huelva, 20 de abril de 2003

 

 

 

 

 

 

 




archivado en:
Kim Perez
Kim Perez dice:
09/09/2009 16:32

Precioso y nostálgico!

No lo viví, pero como si lo hubiera vivido!

Ya veré siempre a Senén en aquella sincera, sencilla y verdadera comunión.

Kim

Kim Perez
Kim Perez dice:
20/06/2012 21:15

Ya sabes que lo he vuelto a leer tres años después. Se queda corto, da ganas de leer mucho más. Podrías imaginarlo... Ahora, además, tenemos datos concretos de cómo han ido las vidas reales de unos y otros. En general, hermosas, por lo que sé. Marcadas por un amor sencillo y puro, creadoras de familias. Supongo que aquello quedará como un recuerdo muy pequeño y muy lejano, pero me figuro que el impulso que llevó a aquello de antes no fue muy distinto del que llevó a lo que vino después.