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Y VINIERON LAS FLORES

(vídeo de amor dedicado a Concha Caballero Díaz por Manuel Gualda Jiménez)

JODIDOS MAS NO PREÑADOS

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Don A. B. C., Licenciado en Medicina y Cirugía, especialista en Ginecología y Obstetricia , llegó a la ciudad, procedente del norte, cuando sólo ejercían en ella otros dos ginecólogos de edad más que madura.

Su varonil belleza, lo que motivó que le apodaran "Dr. Ganon" en recuerdo del televisivo médico de familia gringo, lo exótico de su acento y prosodia, su labia y el gracejo con que contaba chistes verdes en presencia de señoras, fueron los factores determinantes para que se lo rifaran las solteras de familias acomodadas.

Con una de ellas casó al cabo y la vida conyugal discurrió con normalidad, sobre todo desde que la esposa comenzó a acompañarle a los partos nocturnos, profilaxis de escarceos como algunos ya habidos con tal pretexto, que supusieron peligro serio para la convivencia. Mas la señora de B., burguesa acomodada entrenada en el trato con chachas, tenía carácter y salvó el matrimonio con su labor de escolta.

Cuando el parto nocturno se producía a domicilio y había que esperar el fin de la dilatación, Don A. animaba la vigilia de su cónyuge, la matrona, el esposo de la parturienta, la madre, alguna cuñada y quien se terciase, con su repertorio de chistes verdes y obstétrico-verdes lo que convertía la espera en un acto social divertidísimo, normalmente estimulado con unas tacitas de café que la obsequiosa madre de la inminente neomadre disponía que se sirviesen. Y tras el alumbramiento, lavado del crío y orden del dormitorio, podía suceder que hubiese copita de anís o chocolate con churros, si la amanecida había llegado.

Don A. no cultivaba en exceso las amistades médicas por carecer de compañeros de carrera en ciudad tan alejada de su tierra y por la escasez de ginecólogos que en ella había. Su mejor amigo médico era el pediatra Don D. E. F. que ejercía como tal en la sanidad pública y, al final de la mañana, como médico del asilo de ancianos. Tal situación daba lugar a que las gentes más ocurrentes le dijesen aquello de que "los viejos y los niños...".

Pero a la larga, la confusión entre las dosis pediátricas y geriátricas, o entre los principios activos a emplear, le llevó a una situación mixta de esquizofrenia y depresión que desembocó, como no podía ser menos, en el suicidio. Suicidio voluntarioso, haciendo honor a su proverbial fuerza de voluntad, porque, empeñado en que no hubiese fallos, decidió quitarse la vida mediante decapitación.

Para ello, le pidió prestada una motosierra a otro pediatra muy aficionado a la jardinería, sacó pecho, entonó el "ay ho" de los siete enanitos, marchó a la parcelita que tenía en el campo y se aplicó la máquina al cuello con firmeza. Cuando la cabeza rodaba por el suelo, los labios musitaron

- "Lo con se guíii...",

según testificó el guarda forestal que llegó jadeante tratando de impedir, sin lograrlo, el suceso terrible cuyos preparativos había visto desde su atalaya.

El espeluznante suicidio tuvo varias consecuencias, siendo las más importantes, sin contar el dolor de los causahabientes del suicida, estas otras de sustancia más sórdida:

en el asilo de ancianos amortizaron la plaza de médico porque, al fin y al cabo, pensaron sus gestores, los asilados iban a morir de todos modos sin tardar mucho y, sin médico fijo, aliviaban el presupuesto;

el pediatra jardinero enlosó el jardín, le vendió la motosierra a un traumatólogo y agarró un complejo de culpa que le llevó directamente a la inhibición sexual, lo que hizo que su esposa le pusiese los cuernos asiduamente;

y a Don A. le entró la afición por el humor negro, con lo que el repertorio para las esperas de las dilataciones se hizo más variado y por tanto más entretenido. Llegó a darse el caso de familias, conocedoras de su "régimen de espera", que invitaban al parto a los más allegados de entre amigos y deudos.

Inexistentes aún los servicios jerarquizados, no ejercía Don A. con plena dedicación en ningún centro, sino que, tras unas horas por la mañana en la residencia de la seguridad social, iba a una clínica privada a pasar una consulta, dedicando la tarde a la suya particular. Lo hacía tras adormilarse en el sofá, con el run run de la tele en blanco y negro, y después de tomar un café en el local de moda, cercano a su casa, al que se desplazaba dando un paseíto calzado con zapatillas de fieltro o sandalias, según la estación, y con chaqueta de pijama como única prenda superior en verano. Petronio displicente, él.

Antes de empezar la consulta despachaba rápidamente con algunos visitadores, mientras fumaban un par de cigarrillos e intercambiaban chistes entre medicamento y medicamento. Al marchar el último, comenzaba el desfile de pacientes.

Una vez de las que, de higos a brevas, don A. se entretuvo en revisar sus historias clínicas para extraer datos con los que elaborar sus particulares cuadros estadísticos observó que, desde hacía algún tiempo, la proporción de embarazos había disminuido entre el total de consultas que le hacían sus pacientes, aumentando por el contrario, en las anamnesis, los casos de amenorrea parecidos, aunque no de libro, a los síndromes de Morris y de Rokitanski-Kuster-Hauser.

"Lógico, -reflexionó,- si tengo unos veinticinco pacientes masculinos".

También aumentaron los casos de candidiasis y había visto uno de condiloma, dos de herpes genital e incluso uno, nada menos que, de hermafroditismo femenino según le parecía a él, si bien esperaba el informe de un endocrino de su confianza antes de aventurar un diagnóstico concluyente.

"Claro, -se apostilló,- los hongos, verrugas y virus también se dan en penes y el supuesto caso del hermafrodita bien puede serlo de pene cortito".

Pudo constatar asimismo que aumentaban el número de consultas sobre disfunciones sexuales y los casos en que, durante el reconocimiento, había observado hirsutismo y piernas arqueadas, sobre todo en los pacientes varones que reconocía y trataba.

Y todo ello, sin tener en cuenta la abundancia de magulladuras, traumatismos, esguinces, hematomas, luxaciones, mordiscos, torceduras, "meniscos" y demás cuadros habituales en las guerras, pero no en las pequeñas ciudades.

Pensaba mucho en estos datos y, a veces, se quedaba abstraído en los lugares más insospechados dándole vueltas al asunto, porque el desarrollo de su carrera podía tomar derroteros insólitos, más orientados al músculo que a la patología femenina. Incluso contaba menos chistes, pero fumaba más. Tres días se le olvidó afeitarse y, una tarde, al salir para el cafelito con su chaqueta de pijama puesta se anudó la corbata sin darse cuenta.

- ¡Jo! - se dijo un día al terminar la consulta - cualquiera diría que soy ginecólogo. Si últimamente parece que veo más hombres que mujeres.

Y, así pensando, se dirigió al campo de fútbol para ver el entrenamiento del equipo. Estaba contento de ser su médico, porque le reportaba un buen dinero, ambiente machorro-juvenil, que le proporcionaba expansión sin censura, y viajes gratis por toda España que le permitían ciertas canitas al aire, junto al delegado del equipo. También liberaba adrenalina, cuando saltaba del foso, gritando:

- "El gol ha sido niñoooo..."

que era su tocológico modo de decir: ¡peaso de gol con dos cohones !

En cambio le fastidiaba la coña que había entre la afición por el hecho de que el médico del equipo fuese un ginecólogo ya que, no siendo buena la marcha en la liga, se decía en los bares y las peñas que el club estaba "jodido", que si habían contratado a un toco-gine sería porque los jugadores también estaban "jodidos" y puede que "preñados". Cuando se lo decían en su cara replicaba con algún chiste o comentario que dejaba calladito al impertinente, pero en la mayoría de los casos, él no los oía.

"Además, coño, a mí me consta que ninguno está embarazado", se repetía.

Pese a ello, a Don A. B. C., Licenciado en Medicina y Cirugía, especialista en Ginecología y Obstetricia, amén de médico del Muy Real, Muy Deportivo, Muy Nuevo y Muy Pontificio Villacutre Fútbol Club jamás se le ocurrió aserrarse la cabeza.

archivado en:
lorqui
lorqui dice:
09/08/2008 20:54

Miramamolín, por fín estás aquí de nuevo

MANUEL RUBIALES REQUEJO
MANUEL RUBIALES REQUEJO dice:
09/08/2008 22:47

Es un suicidio de lo más original, al menos desde que oí que cierto filósofo griego lo hizo aguantando la respiración. Este es mucho más del estilo Tarantino, más actual, moderno y sanguinolento. Qué cohone, que a la hora del auto óbito hay que ser libre hasta para elegir las formas.
Un abrazo