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Y VINIERON LAS FLORES

(vídeo de amor dedicado a Concha Caballero Díaz por Manuel Gualda Jiménez)

EL MISTERIO DEL DEDO INACTIVO

Años. Muchos años. Varias décadas enfrentándome con el mismo hecho, pero en toda clase de escenarios de cualquier lugar del mundo, sin encontrar una explicación, una solución, un porqué. Decenas de años, sí, entrando ya en la vejez y el misterio sin resolver. Lo he intentado todo, excepto hablar con psicólogos porque, no lo dudo, me tomarían por un enfermo y me atiborrarían de fármacos, cuando menos, siendo así que la conducta lógica es la mía: pulsar.

Las cosas se crean y existen para un fin. No hay lógica en el hecho de que algo que existe en cualquier parte, en todas partes, no cumpla su cometido. Existe el pan y se come, existen las bombas y se bombardea, existe el pene y se orina (otras funciones, aunque vivificantes no vitales, pueden ejercerse o no, según las circunstancias). Pero esto, ¿qué...?

En mi infancia la situación, diríase, era plana, a ras de tierra por así decir, aunque con algunas irregularidades como cualquier llanura en la que haya surcos, hoyos, hierbas... Más tarde se verticalizó o se colgó si la finalidad a cumplir era, digámoslo así, de tipo fluido. Para situaciones más espesas el microescenario emergía, ascendía y se aquietaba, siendo muy fácil volver al statu quo, anular el estancamiento, eliminar lo negativo. Como usar un dedo, un toque.

Pero no. No ocurría. En las primeras décadas pensaba que el bajo nivel cultural de la humanidad y la desidia de los responsables de la educación cívica explicaban la situación. Bien es verdad que por entonces la solución requería más esfuerzo, de arriba abajo, era como crear una catarata, una fuerza controlada del universo, no una inundación. Mas pasaban los años, la solución se hacía más fácil, subía el nivel cultural de las gentes y el misterio seguía ahí: inconmovible, omnipresente, tanto, que algunos sentidos -vista, olfato- lo sufrían de forma contumaz.

Sin solución. Al menos, cuando la situación era plana y sin estancamiento una ley física -la gravedad- la resolvía, lo que podría aplicarse a la verticalización y a la suspensión, pero no plenamente porque la humanidad fumaba, variable de la que no se podía prescindir así como así, ya que aunque no había estancamiento sí se producía, en un elevadísimo número de casos, obstrucción. ¿No lo percibían las autoridades? ¿Porqué no actuaban?

Y el problema se acrecentaba, aumentando mi obsesión, conforme avanzaba en edad, ya que cada vez tenía que entrar más en los servicios públicos de los bares, cafeterías, teatros, etc...

Podía entender que para unas masas incultas o habituadas a que hubiera unas señoras que cuidaban de los servicios, el hecho de tirar de la cadena en los retretes a ras de suelo -se defecaba en cuclillas-, en los urinarios verticales o colgados atiborrados de colillas, pudiera resultar complicado, que tontos hay muchos en el mundo, pero no empujar con el dedo el botón de las modernas cisternas de mochila, o la palanquita de otros sistemas, era un misterio para el que no encontraba solución causándome el asco de oler orines ajenos cada vez que entraba o ver flotando las espesuras desechadas de otros cuerpos.

¿Porqué, porqué tenía que usar mi dedo cada vez que entraba en un servicio, antes y después de mi propia licuación evacuatoria, tornándome capicúo (dedo-meada-dedo)? ¿Cómo contarle a un psicólogo la causa de mi obsesión? Por eso comencé a buscar en las redes sociales nombres como S. Holmes o Mr. H. Poirot para que resolvieran el misterio. No, el de Torrente no lo buscaba porque seguro que era de los que dejaban el dedo inactivo.

¡Que asco!