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ATÚN COMO UNAS HOSTIAS

Con mis saludos a la Sra. Alabadí



El tipo siempre había oído decir que algo era "un pan como unas hostias", referido a lo que salía mal o estaba mal hecho, dado que en los tiempos pasados de grandes hambrunas -y puede que en los venideros por la crisis neoliberal- un pan sin levadura se consideraba de mala calidad, lo que no deja de ser curioso si se considera que desde los púlpitos se enalten las hostias y no el pan normal. Otras versiones, suponía, más dietéticas e hipocalóricas, decían "como unas tortas", considerando a éstas peores que el pan, probablemente, por su sabor azucarado.

Lo que nunca había oído era "atún como unas hostias" y, por más vueltas que le dio, no se hacía a la idea de la existencia de un atún sin levadura, cuando tampoco había leído que lo hubiese con ella. Con omega-3 sí, pero eso es bueno, según le decían su médico y los publicitarios de la leche, y no de mala calidad como las hostias. Mas no había contado con el azar y la ausencia de correctores léxicoauditivos, del tipo de los ortográficos que tienen los ordenatas.

Faltando a sus costumbres normales, y por mostrárselo a un invitado que tenía esos días, acudió al nuevo mercado municipal de la fastuosa ciudad de Villafuentes de Perico, en la que residía desde varias décadas atrás. El pretexto fue comprar unos calamaritos para añadirlos a una paella que se proponía cocinar.

Situados, su invitado y él, ante uno de los puestos de la pescadería, mientras la chavala lavaba y limpiaba los calamares, el joven y esquelético pescadero terminaba de rotular un cartel, a dos colores, que luego situó sobre un gran trozo de atún, predestinado a ser fileteado a demanda de los clientes. Decía el cartel: ATÚN DE LA COSTA, FRESCO Y NO CONGELADO COMO OTROS.

Filosofaron unas frases sobre la extendida costumbre de dar como fresco atún que ya había estado congelado, sin advertírselo a los clientes, lo que suponía un riesgo nutricional para éstos, cuando el pescadero vecino, también joven pero atlético, y al que el tipo le había comprado unos excelentes medallones de corvina días antes, vio el cartel y, situándose frente al puesto en que esperaban sus calamares el tipo y su invitado, increpó de modo agresivo al literato publicista:

-¡Eh, tú! ¿Qué "otros" son ésos?

Gesto de desprecio, hombros encogidos ...

-¡No dirás que mi atún es congelado, ¿eh?!
-¿Que no? ¡Mira, mira aquí...!

el flaco se inclinó sobre el atún del vecino, levantó la parte frontal del corte y señaló el borde inferior, que se apreciaba algo reseco; y ahí terminó su gesto, porque ante el asombro de cuantos esperaban ante los puestos, pendientes de las voces que se daban los vecinos, el atlético le arreó un puñetazo -¿o sería una hostia?- en la boca al famélico que, acto seguido, le respondió con otro -¿otra hostia?- igual. Sólo los separaba el mostrador.

La muchacha seguía limpiando los calamares, seriecita ella, sí, y unos tipos de camisetas amarillas sujetaron al atlético, mientras un grupo de hombres lo rodeaba; sus ojos estaban desencajados, la mandíbula prominente, como dispuesta a morder o a recibir un bastonazo y gritó varias veces, mientras forcejeaba:

-¡Sal, maricóooon, que te mato, sal que te mato, que te matooo ... !

El escuálido quitó una de las cajas de pescado (la de las sardinas) del mostrador como disponiéndose a saltar, pero ya había más gente dispuesta a impedirlo.

La joven, con los calamares.

Llegó un vigilante jurado -no la policía- y con la ayuda de los que sujetaban al desencajado, lo arrastraron lejos de allí, flotando entre los comentarios de asombro, placer y morbo de cuantos había y de los que, atraídos por el follón, se iban acercando desde otros puntos del mercado.

Entonces apareció un pescadero mayor, algo bajito, seguido del arrastrado atlético y una especie de corte que lo rodeaba, y se dirigió al cartelista:

-¡Estamos hasta los cojones de tus gilipolleces! ¡Como sigas así te vas a enterar! - Y el otro:
-¡Que lo mato, que lo mato!

Los clientes pagaron los calamares limpios (7,00 €, medio kilo) a la pescadera, seria y algo pálida que, profesional ella, no había interrumpido su labor, y se marcharon.

Terraza de cafetería en la acera de enfrente y a ella se dirigieron para reponerse del susto y tomar un cafelito con churros. El jaleo seguía, y la corte del atlético lo sacó a la calle y lo sujetaba en la esquina frente a los cafés, los churros y sus comilones. El camarero se interesó por lo ocurrido, se lo contaron, y él comentó:

-¡Ah, eso ...! Eso pasa todos los días: cuando no son dos pescaderos, son dos verduleros o dos charcuteros, o lo que sea.

Entonces comprendieron que nadie hubiese llamado a la policía, entretenidilla ella con los del 15M, los laicos y otros criminales parecidos, y se conformasen con el de seguridad: era parte del paisaje.

Terminaban su café, sus churros y eructaban a placer cuando el atlético y otro recalaron dos mesas más allá. El acompañante le aconsejaba que no se complicara la vida, que matar al de la competencia, aunque lógico y natural, un jurado no lo comprendería y, menos aún, si le compraban los calamares al famélico, o las sardinas, o las caballas.

El tipo y su invitado pagaron, tragaron un buche de agua y se levantaron. Al pasar junto al atlético, el tipo, de semblante inocente, le preguntó:

-Oiga, por favor: la corvina que le compré hace unos días, ¿era congelada?

No pudo oir la respuesta porque el atlético, presa de convulsiones y con los ojos en blanco cayó al suelo y la diñó. Entonces, el tipo comprendió que había sucumbido ante un episodio de atún CON unas hostias, cuadro, aún no admitido por la OMS, que no admite cuidados paliativos. Es fulminante.

Y aprendió la importancia que tiene distinguir una preposición de un adverbio.

 

httpv://www.youtube.com/watch?v=Ds8ryWd5aFw

 

Este mercado me gusta más. Cosas ...

 

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archivado en:
Kim Perez
Kim Perez dice:
25/08/2011 23:19

La sal del costumbrismo en estado puro.
¡Cloruro neto!
O el hielo de los congelados. ¡Perdón, se me ha escapado!
Con el fuego de los corazones hispánicos. ¡Chisporroteos!