NON, JE NE REGRETTE RIEN *Le troisième épisode*
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Non, je ne regrette rien, rien de rien. Me presentaron a la muerte durante mi nacimiento. Siempre fue parte de mi vida como me dijo mi madre. El día que descubrí su rostro era una niña pequeña de unos ocho años, creo recordar, en un anochecer de agosto cuando jugaba con mis fantasías en el patio de la casa, a la orilla del mar, mientras mi madre preparaba la cena y me vigilaba desde la cocina. De buenas, me hallé discutiendo con una amiga imaginaria que últimamente se entrometía negativamente en todos mis asuntos; de un arrebato le tiré del pelo trayéndome tras él la máscara que la cubría. Ante mí, en su máxima lobreguez, tuve la terrible caricatura de lo finito. Miré el mar y llegué al fondo, al horizonte, vi la cara oculta de la luna y contra todo, la certeza, la dramática certeza de que yo era sólo una ola de mar que llega, se va rompiendo y luego desaparece para dar paso a otra que acaba de nacer. Sentí un incongruente cúmulo de emociones: ¿fue miedo, dolor, angustia? Corrí al lado de mi madre y le pregunté, sin vacilación alguna, si dejaríamos de existir algún día. Ella titubeó, intentó escabullirse primero entre respuestas que en absoluto lograban convencerme ni desviarme de mi testarudez, después me sujetó ambas manos con las suyas, me dijo que sa petite fille Natalie se faisait plus grand. Me explicó con torpeza que todavía no debía preocuparme de esas cosas, que la vida era mucho más larga que la muerte, pero que la respetara todos los días, que nunca le diera la espalda, que aprendiera con ella, que la sobrellevara lo mejor posible porque siempre iba a caminar a mi lado y que cuando llegase el momento de suplantarme, que la viviera.
Avec mes souvenirs, mes tristesses, mes plaisirs me veo acostada sobre este lecho percibiendo el clima de angustiada agitación que reina en mi funeral, mais je ne sens rien. Sí tengo la convicción de que mis amigas me han amortajado con este traje blanco y horrible porque saben que lo odiaba, me han puesto un maquillaje cara de cera espantoso y tengo un olor a almizcle repugnante, pero lo que más me saca de mi moribundo quicio es el rumor entre ellas de que estoy guapa, muy natural; que parezco un ángel. Esto el colmo. Ojalá pudiera abrir los ojos sólo un instante, delante de ellas para que se les quedara el corazón encogido de un susto mortal.
Mi padre no oye, no quiere oír lo que dicen de mí, está absorto, su cabeza colinda con el suelo. Ha llorado, llora a ratos. Sus lágrimas no me convencen, ni sus mezquinas palabras ni sus lamentos ni sus rezos. Todavía estaba tibio el cadáver de mamá cuando ya la había sustituido por ésta que siempre me interpuso como traba entre ambos y que ahora me mira de soslayo mientras siente el alivio y la liberación de una carga tras mi expiración. Pero yo que estoy aquí, al otro lado de la línea vital, en un lugar indeterminado del espacio y del tiempo, sin sentir rien de rien, comprendo todo, también sus remordimientos y los de mi padre.
Están prácticamente todos lo que esperaba que estarían, el primero en llegar fue el señor de la compañía de seguros, el que frío por dentro y caliente por fuera es de los primeros en dar el pésame para presto pasar a lo que interesa, a su negocio. Mi padre sale de su congoja un momento para tratar el asunto y afirma, menos mal que ha sido respetuoso conmigo, que mi voluntad era la incineración. Leídos y firmados los papeles, todo quedó listo para proceder, más a su pregunta final de cortesía -¿Dónde se esparcirán sus cenizas, Señor Augusto?- hubo un levantamiento popular de cabezas interrogantes, mi padre quedó atrapado en ella y de inmediato, no supo contestar. Acabo de acordarme de ello, yo también, ahora mismo, Cómo no pude prever el lugar, qué será de mi ahora, dónde acabaré...Espero que se les ocurra algo más original que echarme al mar.
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Me dejas sin palabras Victoria, y con ganas de más de las tuyas.
La Muerte, siempre presente, no tiene bastante con todo el tiempo que nos robará, nos quiere robar también la vida.
"...Que extraño que podamos reír, divertirnos y estar contentos con esa eterna certidumbre de morir. Si la muerte fuera sólo una probabilidad, aún cabría esperanza. Pero no, la muerte es inevitable, tan inevitable como el hecho de que la noche sucede al día..." Guy de Maupassant "Arrepentimiento".
Hay una canción, que seguro conocerás, "Alfonsina y el mar" que creo viene bien a tu relato, para mi gusto es muy bonita. Es un poema de Felix Luna.
Alfonsina y el mar
Por la blanda arena que lame el mar,
su pequeña huella no vuelve más,
un sendero solo de pena y silencio
llegó hasta el agua profunda
Un sendero solo de penas mudas
llegó hasta la espuma.
Sabe Dios qué angustia te acompañó,
qué dolores sordos calló tu voz,
para recostarte arrullada en el canto
de las caracolas marinas.
La canción que canta en el fondo oscuro del mar la caracola.
Te vas Alfonsina con tu soledad,
¿qué poemas nuevos fuiste a buscar?
una voz antigua de viento y sal,
te requiebra el alma y la está llevando,
y te vas hacía allá como en sueños,
dormida Alfonsina, vestida de mar.
Cinco sirenitas te llevarán
por caminos de algas y de coral,
y fosforescentes caballos marinos
harán una ronda a tu lado,
y los habitantes del agua
van a jugar pronto a tu lado.
Bájame la lámpara un poco más,
déjame que duerma, nodriza en paz,
y si llama él no le digas que estoy,
dile que Alfonsina no vuelve,
y si llama él no le digas nunca que estoy,
di que me he ido.
Muchos besos Victoria
(Me he pasado tres pueblos con el comentario.)