Sobre la "Procesión Atea", de Lavapiés
No sé quién firma los artículos de opinión que aparecen en El País bajo el título o el lema "El acento". A partir de hoy los seguiré. Tampoco sé si son artículos diarios o si sólo salen los jueves, como este que salió el pasado jueves, 14 de abril, con el título "Los amos de la calle". El tema de la llamada "Procesión Atea" es más de lo mismo, más de lo de siempre. En este país, los católicos se ofenden cada vez que alguien les cuestiona. Acepto la aclaración final: no todos los católicos. Parece que confunden respetar con opinar diferente y hacerlo públicamente, como ellos hacen constantemente. Siempre ha sido así. Hoy es sábado previo al domingo de ramos. Quizás a alguien le ofenda que no lo escriba con mayúsculas. Quizás también le ofenda que me molesten las procesiones de la semana santa. No solo en semana santa, sino prácticamente todo el año. En Sevilla es todo el año en las calles del centro y no solo del centro.
Difiero del autor en algunas cosas: no es el nacionalcatolicismo, sino un sector más amplio; no es la extrema derecha, sino mucha más gente. Nada me aburre más que cuando alguien me dice que otro no respeta sus convicciones más íntimas o hiere su sensibilidad. Me parece, digámoslo claro, una estupidez. ¿Hasta cuándo?
Corto y pego directamente el artículo "Los amos de la calle", aparecido en El País, el pasado jueves, 14 de abril de 2011.
"Con el paso de los siglos y la impunidad, el nacionalcatolicismo español ha desarrollado una sensibilidad enfermiza a las ofensas. Cualquier acto público (incluso privado) que no sea una adoración incondicional de la casulla se considera ipso facto una provocación. El corpus administrativo de la Iglesia, jaleado por las columnas de extrema derecha, han colocado al catolicismo oficial en estado de exasperación patológica. A la Asamblea Vecinal La Playa de Lavapiés se le ocurrió organizar una "procesión atea" (convertida después en manifestación) el próximo 21 de abril, Jueves Santo. En mala hora; las fuerzas vivas del municipio entienden que es "una burla, una mofa de una confesión religiosa" y se malician "alteraciones del orden público" (palabras del vicealcalde Cobo); una Asociación de Abogados Cristianos ha denunciado a los organizadores y a la presidenta de Madrid, Esperanza Aguirre, liberal de Hayek, le ha faltado tiempo para encampanarse con esta "ofensa a los católicos madrileños, que no se atreverían a hacer jamás en relación con otras religiones".
Nadie sabe de qué otras religiones habla la señora Aguirre. Solo la católica ocupa las calles de Madrid (y de cualquier ciudad) como si fueran suyas, corta el tráfico a voluntad y atruena con tambores y música fúnebre. Solo la liturgia católica ocupa a discreción los espacios públicos, y no solo en Semana Santa, sino cuando place a cardenales y obispos. Alcaldes y concejales (véase el caso de Madrid) humillan la cerviz y pasan a los ciudadanos la factura del hartazgo.
A pesar de este insulto conceptual (puesto que los católicos son mayoría, todo les está permitido) y del dinero que mana desde Hacienda hasta los ecónomos eclesiásticos, la curia española plañe como si viviéramos en la persecución de Domiciano. De escuchar sus lamentos, parecería que los cristianos son devorados por las fieras todos los días en Las Ventas o en la Maestranza. Que en España haya ateos con derecho a ocupar una calle en Jueves Santo es prueba de martirio. Vista la vociferante campaña contra la procesión atea, la sociedad española necesita un repaso de laicismo. Que, como explicó Bertrand Russell, no es lo contrario de religión, sino del clericalismo."
Difiero del autor en algunas cosas: no es el nacionalcatolicismo, sino un sector más amplio; no es la extrema derecha, sino mucha más gente. Nada me aburre más que cuando alguien me dice que otro no respeta sus convicciones más íntimas o hiere su sensibilidad. Me parece, digámoslo claro, una estupidez. ¿Hasta cuándo?
Corto y pego directamente el artículo "Los amos de la calle", aparecido en El País, el pasado jueves, 14 de abril de 2011.
"Con el paso de los siglos y la impunidad, el nacionalcatolicismo español ha desarrollado una sensibilidad enfermiza a las ofensas. Cualquier acto público (incluso privado) que no sea una adoración incondicional de la casulla se considera ipso facto una provocación. El corpus administrativo de la Iglesia, jaleado por las columnas de extrema derecha, han colocado al catolicismo oficial en estado de exasperación patológica. A la Asamblea Vecinal La Playa de Lavapiés se le ocurrió organizar una "procesión atea" (convertida después en manifestación) el próximo 21 de abril, Jueves Santo. En mala hora; las fuerzas vivas del municipio entienden que es "una burla, una mofa de una confesión religiosa" y se malician "alteraciones del orden público" (palabras del vicealcalde Cobo); una Asociación de Abogados Cristianos ha denunciado a los organizadores y a la presidenta de Madrid, Esperanza Aguirre, liberal de Hayek, le ha faltado tiempo para encampanarse con esta "ofensa a los católicos madrileños, que no se atreverían a hacer jamás en relación con otras religiones".
Nadie sabe de qué otras religiones habla la señora Aguirre. Solo la católica ocupa las calles de Madrid (y de cualquier ciudad) como si fueran suyas, corta el tráfico a voluntad y atruena con tambores y música fúnebre. Solo la liturgia católica ocupa a discreción los espacios públicos, y no solo en Semana Santa, sino cuando place a cardenales y obispos. Alcaldes y concejales (véase el caso de Madrid) humillan la cerviz y pasan a los ciudadanos la factura del hartazgo.
A pesar de este insulto conceptual (puesto que los católicos son mayoría, todo les está permitido) y del dinero que mana desde Hacienda hasta los ecónomos eclesiásticos, la curia española plañe como si viviéramos en la persecución de Domiciano. De escuchar sus lamentos, parecería que los cristianos son devorados por las fieras todos los días en Las Ventas o en la Maestranza. Que en España haya ateos con derecho a ocupar una calle en Jueves Santo es prueba de martirio. Vista la vociferante campaña contra la procesión atea, la sociedad española necesita un repaso de laicismo. Que, como explicó Bertrand Russell, no es lo contrario de religión, sino del clericalismo."