Sobre el viento
Aquel viaje bien pudo ser caótico, a través del tiempo, y, sin embargo, tenía un itinerario muy preciso: Marruecos, desde Tánger hasta las montañas rojas que presagian el desierto al sur de Marrakech, que era donde pasábamos unos días. A media tarde paseábamos por Djmaa el Fná, entre puestos de especias y naranjas, dejándonos llevar por los olores que un desmedido azar dispuso en los bazares de la plaza; dejándonos llevar por los colores. Aún resonaban en nuestros oídos aquellas palabras sobre el viento que oímos, poco antes, sorprendidos de que alguien conociera tanto de nuestras vidas. En ese estado de perturbación tan profunda escribí un lema, o así lo creí entonces, que luego me iba a acompañar en tantas otras situaciones similares; en tantas ciudades o cruces de caminos que nunca comprendía, y que me gustaban porque eran diferentes de todo lo que ya había soñado. A ella le gustaron esos versos y también le parecieron míos. Son tuyos. Eres tú, -me decía. Entonces eso era suficiente. ¿Es posible perderse en una plaza? Nosotros nos perdíamos y volvíamos a encontrarnos, en el café X, y ella me contaba que había aprendido una de las palabras que usan los árabes para nombrar a la luna: shamra. Recuerdo que la luna crecía aquellos días de abril.
Cuando años más tarde, desempolvando un viejo cuaderno repleto de anotaciones olvidadas, encontré una cita casi idéntica a la mía, anterior al viaje y de un autor que no resulté ser yo, descubrí que una vez más había plagiado a otros. Sólo que esta vez sin saberlo.
Cuando años más tarde, desempolvando un viejo cuaderno repleto de anotaciones olvidadas, encontré una cita casi idéntica a la mía, anterior al viaje y de un autor que no resulté ser yo, descubrí que una vez más había plagiado a otros. Sólo que esta vez sin saberlo.
Sólo soy un viajero. Y tengo una misión:
escuchar voces nuevas,
tocar lo que hace daño,
probar gustos prohibidos.
(Vicente Molina Foix)