Natalie Portman y Winona Ryder
Hace unos meses, una amiga cuya hija de once años estudia ballet clásico me preguntaba si veía conveniente que la llevara a ver El cisne negro, la última película de Darren Arranofsky, que posiblemente recuerden ustedes porque le valió, el año pasado, el Oscar a su actriz principal, Natalie Portman. No tenía claro qué decirle partiendo de una base: no la había visto, aunque me habían hablado muy bien del director y del trabajo de la actriz.
Mis recuerdos de Natalie Portman vienen de una mezcla de cierto desasoiego y cierta, también, admiración. Todo comenzó con Leon: el Profesional (Luc Besson, 1994). Sí. No me he confundido en la fecha, creo, hace dieciocho años ya de eso. Tenía sólo trece años, pues. No, yo no: ella. Pongamos que tuviera doce incluso y ya no era la típica niña adorable que aparece entorpeciendo en cualquier película que hace. Ya aportaba su sello. En la película jugaba constantemente con los equívocos que se daban con el grandullón y letal Leon, interpretado por Jean Reno. Dos años después ocurría algo parecido, aunque en este caso el actor era el no tan grandullón Timothy Hutton, en la película, que no ha aguantado igual que la anterior el paso del tiempo, Beautiful girls (Ted Demme) y el hechizo que ya producía la aún adolescente Natalie Portman en la pantalla tenía su adecuado contrapeso en Uma Thurman que dejaba convenientemente las cosas en su sitio, como suele hacer habitualmente. Obviamente no le iba a contar nada de esto a mi amiga, pero sí le conté que había hecho sus pinitos en Sevilla, en el rodaje de una de las entregas de La guerra de las galaxias, y que me había gustado mucho en Closer (Mike Nichols, 2004), que tampoco se la recomendaba a su hija. Ya la verá ella cuando quiera.
El hecho es que hoy he visto El cisne negro y lo primero que tengo que decir es que hice bien en no recomendársela a mi amiga para su hija pequeña. Ya la verá ella con sus amigas, si es que no lo ha hecho aún. Pero lo segundo e inmediato es decir que Natalie Portman se merece todos los premios que ha recibido y más aun si así fuera. La carga dramática del papel es tremenda. La idea del cisne negro, antítesis del blanco, sólo se sustenta en la capacidad casi bipolar de la bailarina o, en este caso, de la actriz. Y Natalie Portman sale más que airosa en el envite mostrando tanto el lado inocente, y diría que ingenuo y virginal incluso, que suele dar a sus papeles por un lado y por otro la sensualidad desgarradora que le exige el director de la compañía, interpretado por Vincent Cassel. Y en esto tenía que competir con una actriz que no conocía y que es perfecta para ese papel: Mila Kunis.
Pero El cisne negro guarda otra película dentro de esa primera y aparente historia. Se trata del juego de generaciones de actrices que se corresponde con el de las bailarinas de la compañía. La estrella al inicio de la película es Beth McIntyre. Al principio, asistimos a una escena en el camerino de posibles solistas, en la que la critican diciendo que por culpa de ella y su edad la compañía está atravesando un periodo de crisis. ¿Quién hace el papel de Beth McIntyre? Ni más ni menos que Winona Ryder, el sueño de mi vida. Una de las escenas con su diálogo de siempre que han quedado fijadas en mi mente es de Celebrity (Woody Allen ) cuando un Kenneth Branagh vuelve a dejarlo todo por una mujer y esta Nola, interpretada por Winona. Aquí parece que ya hay otra generación, y no se trata de niñas ni de jovencitas, sino de una actriz de treinta y un años, que ya puede estar también sintiendo por detrás que llegan otras más llamando fuerte.
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