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Miré los muros de la patria mía. La decadencia de la clase política



Ah, la decadencia de la clase política... Al juez Santiago Pedraz le está saliendo cara la frase que incluyó en el auto de su sentencia con la que excarcela a los manifestantes que trató de criminalizar el gobierno de la nación, por medio de la delegación en Madrid, por manifestarse el pasado 25 de septiembre en las puertas del Congreso de Diputados. Bueno, realmente no es cierto: estaban ya criminalizados con las declaraciones que efectuaron los políticos aquellos días. Especialmente memorables fueron las palabras de Dolores de Cospedal, que venía a decir que sólo había vivido un momento de tanta intensidad y preocupación por el estado democrático, el 23 F. ¿Qué 23 F debió vivir esta señora? Sí, es un misterio. Igual es que para ella el 23 F fue algo que con una virulenta carga policial podía haberse evitado. ¡Ay, si Rajoy y ella hubieran estado en el poder entonces, estas cosas no habrían pasado! Pero volvamos con el auto del juez Pedraz. Y es que si hay algo que no perdonan los políticos es que alguien a quienes ellos dicen que respetan casi incondicionalmente les cuestione en sus actuaciones. Aun así, me sorprende que un portavoz del PP, Antonio Hernando, califique al juez al que tanto respeta su partido, de "pijo ácrata". Realmente lo que me sorprende no es que lo insulte. Es un espectáculo al que asistimos diariamente en este país, el de los políticos insultándose entre sí, o insultando a los periodistas o a los ciudadanos a los que deberían servir. Suena casi de risa: ¡los políticos servir a los ciudadanos! Lo que me sorprende es que Antonio Hernando, para descalificar personalmente al juez Santiago Pedraz, use las palabras: "pijo" y "ácrata". Y me sorprende porque para encontrar pijos el señor Antonio Hernando no tendría más que mirar en las filas de su partido. Los tendría a cientos. Si por "ácrata" entendemos algo así como: "que hacen lo que les da la real gana", también podría mirar en ese mismo sitio. Supongo que no, que la intención fue crear una especie de oxímoron, para que las generaciones posteriores alaben sus dotes en el arte de la retórica y de la oratoria y, ¿quién sabe? quizás ir escalando puestos de mayor responsabilidad en su partido, lo que ya sabemos que es el único interés de todos los políticos. Lo que ocurre es que en estos tiempos no se sabe si el oxímoron brillante se le ocurrió al propio Antonio Hernando o a su responsable de prensa, al que le escribe los discursos y declaraciones. Por cierto, si fuera invención de este último yo iría pensando en subirle el sueldo, porque aunque haya metido la pata, hay que reconocer que en unos días se ha hablado más de su jefe que en toda su carrera y, ¿qué le vamos a hacer?, a los votantes del PP no les afecta nada ni las mentiras, ni la corrupción de sus políticos.

Hay algo que entiendo: los políticos están habituados a manejar los medios de comunicación a su antojo y no lo están tanto a que alguien de la relevancia del juez Pedraz mencione el concepto "decadencia" unido al de "la clase política". Y es así porque aunque sea algo que todo el mundo sabe nadie que no pueda ser cuestionado usa esos términos públicamente. Los puedo usar yo, claro, pero este artículo no lo leerá prácticamente nadie y, aunque lo leyeran varios millones de personas, no sería problema, porque en este sistema nada que no sale en determinados medios: periódicos, alguna emisora de radio y en las televisiones existe.

Pero la decadencia de la clase política sí es algo que todo el mundo conoce, aunque hasta hace poco no apareciera en los medios. Sólo por esta novedad ya valdrían la pena las manifestaciones que se han hecho y algunas detenciones injustas. La decadencia de la clase política no es nada nuevo, señor Antonio Hernando. Un sistema que sólo se alimenta de los partidos políticos nace viciado por naturaleza. Siempre se ha sabido quién asciende: el más tonto, el que menos molesta, o el que mejor se hace el tonto y parece que va a molestar menos. Después tenemos lo que tenemos, claro. Hace unos días declaró Alfonso Guerra, creo que a propósito del fallecimiento de Santiago Carrillo que, de la época de la clandestinidad y de la transición, echaba de menos que entonces los líderes políticos eran los mejores de su generación.

Algo hay de cierto en eso, en el sentido de que los partidos aun no eran los círculos viciosos y escuelas del buen medrar que son ahora, pero también me llama la atención que parece que él también se incluye entre esos mejores. No es que alabe la falsa modestia, pero esta información arroja algo más de luz sobre la figura de Alfonso Guerra. Es probable: gran parte de los males que padecemos ahora tienen su origen en esos pactos nefastos de la transición y, si hubo un periodo que parecía que iba a suponer una mejoría, una luz, algo de esperanza, fue cuando llegó el PSOE al poder y acabó con las ilusiones de todos los españoles progresistas.

Me llaman la atención también las declaraciones de Cayo Lara al respecto. No es que albergara muchas expectativas sobre el personaje, pero de una parte se pone de lado del juez Pedraz: por la excarcelación de los detenidos -casi golpistas, para la señora Cospedal- y, de otra parte, le da un tirón de orejas cuando le dice que no todos los políticos son iguales. Y, como hizo Guerra, aunque menos sutilmente, se pone a sí mismo de ejemplo. Ya está dicho: lo que sí distingue a unos partidos de otros es la posibilidad de acceder al poder o a algunas cotas de ese poder. Las políticas de Griñán, y su cómplice, Valderas, en Andalucía son exactamente iguales a las del PP en otras comunidades. Como siempre, antes de caer Griñán volverá a caer IU en Andalucía, que es el punto débil porque no controla ningún medio de comunicación, como hacen los otros partidos implicados en estos turbios asuntos. Mientras a unos y a otros les venga bien usarlos, lo harán, pero nunca en su propio beneficio. No, señor Lara, el pueblo no ve diferente a los políticos de su formación que en Sevilla hace tiempo se constituyó en coordinadora de cargos públicos, como el PP y como el PSOE, ni más ni menos.