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Miguel Ángel Velasco

Hoy hace un mes que falleció mi abuelo, y hoy me entero de la muerte de uno de los poetas principales. Me siento mal por todo. Porque aún está abierta la herida. Probablemente me acompañe para siempre. Mi abuelo quería que escribiera un relato que tendría que llamar El otro. Hacía hincapié en que el tema no era él, sino el otro que quería ser. El título borgiano se adueñó de la trama. Miguel Ángel Velasco no me pidió nunca nada. Me ofreció sus poemas. No lo conocía personalmente, pero sí tenía amigos comunes. Y tenía pendiente escribir algo sobre él. Todavía está pendiente escribir algo sobre su último libro, que ha publicado este verano la editorial sevillana Renacimiento: Ánima de cañón. Me hubiera gustado haberlo conocido. Había pendiente que viniera unos días a Sevilla, con Francisco Lira. Ya no va a poder ser. Ya nos ha pasado algunas veces.
Pero la historia de Miguel Ángel Velasco se reinició varias veces. Escritor de éxito temprano, ganó el Adonais con sólo dieciocho años, cuando aún era el premio que consagraba al autor joven. En lugar de dejarse llevar por el éxito, pasó un tiempo sin publicar. El silencio siempre atrajo a los mejores hombres. El poeta renació con treinta y dos años en la editorial Pamiela, con el que consideraba el primero de sus libros: El sermón del fresno. Pero el poeta que a mí más me ha interesado es El dibujo de la savia (editorial Lucina, 1994). Transcribo literal la Carta-prólogo que le hizo Agustín García Calvo:
Querido Miguel Ángel:
he vuelto aquí a leer otra vez reposadamente los versos de tu letanía de la savia, y ya ves, a pesar del tedio de las letras que me embarga como sabes, muchas de esas palabras se me han abierto como capullos imprevistos que me iban llenando de riquezas los ratos del verano. Confío que no me haya dejado llevar en ello por la mucha admiración que sabes que te profeso por aquello de que, procediendo como procedías de la alta Literatura y de la poesía esa que hacen los poetas, hayas tenido la humildad de acordarte de que los versos tenían que empezar por sonar a los oídos, por más escritos que quedaran para los ojos, y de volver a aprender las olvidadas artes del ritmo del lenguaje. Pero no es por eso, o más bien era a vueltas con eso (porque al que se deja llevar por las ondas del lenguaje, lo demás se le da por añadidura) como tus versos me desplegaban tantas palpables maravillas... ¿cuáles? Pues, por ejemplo: el recuerdo repentino de las nubes que seguían ahí siempre deshaciéndose; las lámparas votivas de la tierra ardiendo con nuestro turbio aceite; cada gota de rocío en que se copia entera la mañana; las coles que parecen el sueño de grandes mariposas; la vida presa en el arco-iris de la telaraña; también la roja madeja de mil lenguas cruzándote como un látigo la cara; también el mar entrando en su alcoba como si lo cegara con su diamante puro; pero él, al irse, dejándose como por descuido la puerta abierta; y un sol pálido acariciando por la playa los pecios del naufragio, el roto mascarón; y, saltando de mar a sierra, la arboladura de pinos en el mar de la noche; y el jardín alzándose en vilo, que se te mueve la tierra como tras una larga travesía; y todo eso de la materia que recuerda, el polvo del hueso que no olvida su linaje de estrellas; y la roca meridiana que se estira bajo tu mano como un tigre; y el rostro amado alzándose como otra luna que se vuelve llama y se vuelve forma de la hermana de amor; y el pespunte de la muerte doncella en este lienzo...
Algunos habrá que en todo eso la flor del delirio desplegando sus alas venenosas; pero es el delirio razonable, la memoria viva de lo que se podía palpar y se nos roba de entre los dedos. Y, si la poesía estaba para descubrir la mentira de la realidad, puede que haya otras vías que, si se las deja volar, inventen las palabras para ello; pero es tan inmediata y sensible esa que se te ha dado de que en una grano cualquiera de la masa, vendida y despreciada, estalle la infinitud, el no saber en el sentir... Gracias a ti, por lo que me toca y en nombre del público, por tu regalo. ¡Abrazos y salud!


Me gusta releer esta carta o prólogo u homenaje del maestro al discípulo aventajado. Es impagable. También me gusta releer los poemas de este libro. De entre ellos prefiero el que titula Lázaro y dedica a Albert Hofmann:
Míralas bien las cosas: reverberan
tocadas por el polen de la aurora:
la filigrana lenta de la savia,
el trémulo rocío, cada gota
en que se copia entera la mañana,
la lumbre cristalina del racimo,
el zarcillo y su rúbrica menuda,
no menos soberana que el oleaje
del encinar; el iris de los ojos,
del mismo fino estambre que esa nube
que se desteje en hebras melodiosas;
el viento de oro en la vibrante rama,
la luz de la resina, el claro anillo
de esta mañana del milagro: toda
la noche cabe en una rosa blanca.

No sé si es posible utilizar las palabras para crear algo más hermoso. Hay otro poema que quiero recordar en este instante de tristeza. Un canto a la belleza que está viva que abre su poemario de 2003, La miel salvaje, que publicó la editorial Visor:

Acerca de las heridas de los héroes


A Agustín García Calvo



En la Ilíada nos prende
esa intención precisa en la manera
de describir el daño. Cuántas veces
se demora el hexámetro en el sitio
de la quebrantadura,
en el fiel inventario del estrago:
el lugar que desgarra la espada, cómo hiende
la carne y desmorona ese cartílago;
donde triza el pedrusco
el hueso, el recrujir de sus astillas;
la trayectoria exacta del venablo
que atraviesa las chapas del escudo,
la coraza de bronce.
Y el estruendo que hace al derrumbarse
la torre del guerrero.
Y no hay buenos ni malos, todos son
feroces alimañas que se ceban
en la carne ensartada,
que la agonía infaman del contrario
con palabras de burla,
y que después arrojan los despojos
al festín de los perros.

Y en esa pulcritud, en el registro
de la calamidad, va una plegaria
por la carne solar, por el milagro
precario de este cuerpo.
La cálida estructura bien trabada
que en la danza aligera su destino,
que se hace esclarecida geometría,
claro esquema en el nado, esa otra danza.
El delicado cuerpo
que reverbera en luz cuando lo anima
el ritmo del amor o del poema.
Porque no hay canto alguno
sin el humor del cuerpo, aunque destile
ese licor amargo de la pérdida.
De Sófocles nos dicen que era diestro
en el baile, y que Byron
gustaba de medirse
a menudo en el pulso de las olas.
Y de Tolstoi que sólo sonreía
después de nadar hondo en un brío de sábanas,
porque tras la liturgia de los cuerpos,
en contra del proverbio, no hay tristeza.

Velemos por su gracia,
porque el cuerpo es un templo mientras arde
el resplandor de su desnuda gloria.

archivado en: ,
Al59
Al59 dice:
02/10/2010 01:10

Buen relato, y una pérdida del carajo. Yo tampoco llegué a conocerlo en persona, aunque me hubiera encantado. De sus libros, además de El dibujo de la savia, me emocionó hasta las lágrimas La vida desatada, en que se enfrenta precisamente a los fantasmas de sus difuntos más queridos.

Jose Luis Piquero
Jose Luis Piquero dice:
02/10/2010 03:06

Joder, pensaba que era una broma de mal gusto. ¿Realmente ha muerto? Vi en las estadísticas de mi blog que alguien había tecleado "Muerte del poeta Miguel Ángel Velasco" e inmediatamente busqué por internet y no vi nada. Pensé que era una broma macabra. Qué poeta tan grande. Nunca coincidí con él pero formaba parte de algo cercano, porque su poesía es muy buena. En fin...
Un abrazo.

Rafael Suarez Placido
Rafael Suarez Placido dice:
02/10/2010 03:22

Al59: La vida desatada es otro de sus libros grandes, desde luego que sí.
José Luis: La muerte siempre es una broma macabra. Pero cuando nos pilla así, de forma totalmente imprevista, lo es mucho más. Pisco está hecho polvo.
Es uno de los grandes.

Chema Rubio Vcelasco
Chema Rubio Vcelasco dice:
02/10/2010 12:58

No lo conocí, o si, pero nuncva podremos decir que fue cuando el estudiaba en la Complu, y yo laboraba, o en Malasaña tantas veces,
NUEVA VISIÓN ¿1986-89?
Nunca lo sabré ya.Pero quien lo ha leido lo ha vivido.Saludos a todos.

Mariano Estrada
Mariano Estrada dice:
02/10/2010 21:11

Una muerte a destiempo. Miguel Ángel era demasiado joven para morir. Leeremos, o volveremos a leer, las muchas palabras que nos ha dejado.
Yo le dejo aquí este pequeño poema:

¿QUÉ SOMOS?

¿Qué somos, sino viento
indomeñable, transitorio
barro o efímera memoria?
¿O somos, además,
mareas invisibles
que no registra el tiempo ni el espacio?
¿Vivimos al morir, perdemos
en la muerte la causa de la muerte?
¿Qué seremos, entonces,
en ese almario inane
o luna exceptuada de la
gravitación universal?

Mariano Estrada
Del libro "Hojas lentas de otoño"