Microrrelatos. Felipe González, Julian Asange y Alfonso Guerra
¿Cuándo empezó a decepcionarme este sistema político en el que estamos sumidos? Al principio todo parecía hermoso. Nuestros padres lucharon por cambiar las cosas y todo parecía lo que estábamos esperando. Es difícil que te decepcione alguien a quien no valoras demasiado. Las decepciones vendrían de tu entorno. Los primeros gobiernos de centro-derecha, Suárez, Calvo Sotelo, hacían presagiar un buen futuro. Ya he hablado en estas mismas páginas del patético, visto con los ojos del tiempo, claro, intento de golpe de estado de Tejero, que nadie se ha atrevido a deconstruir. Y cuando digo nadie, incluyo a Javier Cercas, buen escritor, pero paladín de la corrección política y, claro, así no.
Las decepciones comienzan cuando la entonces considerada "izquierda moderada" llega al poder. Ya teníamos perlas del tipo:
Hay que ser más socialistas y menos marxistas.
Hay que analizar esa frase. Invitaría gustoso a Felipe González a que tratara de explicarme qué es lo que quiso decir. Supongo que su ocupación como asesor de alguno de los hombres más ricos del mundo no le dejará tiempo para hacerlo. Sería un bonito microrrelato. A veces es difícil saber el límite entre un microrrelato y un aforismo. No importa tanto el nombre. Pero el momento en que todos empezamos a darnos cuenta de dónde nos metíamos fue en el referéndum de la OTAN. Pese a ser una de las banderas principales que había llevado al PSOE al gobierno, inmediatamente se desdijeron de lo que nos habían dicho. Nos enseñaron que las promesas electorales no eran más que eso: promesas y que no iba a ser necesario cumplirlas. Recuerdo las lamentables sesiones en TVE donde nos decían que votáramos Sí a la entrada en la OTAN: ellos sabían las razones, pero no nos las iban a decir, no podían hacerlo. Recuerdo a los líderes del partido y a otros personajes públicos. El que más nos llamó la atención fue José María García, el locutor de deportes con el que se acostaba la mitad de los hombres de España. Aseguraba que su intervención en TVE fue decisiva para la victoria del Sí. Años más tarde descubriríamos que Rodríguez Zapatero inició su carrera política en esa misma campaña, apoyando también el Sí a la OTAN. Es cierto: ha hecho carrera. Otros, en cambio, fueron fieles a sus ideas y lo pagarían toda su vida, aún lo siguen pagando. Se me viene a la cabeza el nombre de Antonio Gala. Nunca se lo han perdonado.
Su Democracia era esto: no nos íbamos a enterar de nada, pero teníamos que votar a este o a este otro. Al de más allá no, porque ya se encargarán de que no exista. No nos puede extrañar que traten de destruir a Julian Assange para tratar de evitar que siga informándonos de cuestiones que no quieren que sepamos. Que usen una denuncia de violación para ello puede parecer burdo, pero es que son muy burdos. Eso tampoco nos extraña.
No es bueno para nadie que WikieLeaks siga existiendo.
Eso sería otro buen microrrelato. A nosotros nos enseñaron que no íbamos a acceder a ninguna información Felipe González y Alfonso Guerra. Y cuento todo esto porque ayer presentaba Alfonso Guerra, en Sevilla, la poesía completa de Antonio Hernández. Este último no me interesa demasiado, pero hacía tiempo que quería escribir algo sobre Alfonso Guerra, abanderado de la izquierda en el PSOE y que parece ser uno de los hombres más cultos de España. Recuerdo que entonces contaba donde le dejaban (en todas partes, claro), que había visto la película Muerte en Venecia muchísimas veces. Se dio cuenta del crédito político que le podía dar ser considerado culto, algo que después recogió Aznar, con sus lecturas de Luis García Montero y, posteriormente, de poesía en lengua catalana en la intimidad. Más bien serían sus asesores: no me imagino a Aznar leyendo a García Montero.
Pero en realidad la labor más importante de Alfonso Guerra no es la de espectador de cine, ni la de lector, ni la de crítico (recuerdo que una vez zanjó una crítica de una novela, no recuerdo cuál, diciendo que el único fallo que le había encontrado era un leísmo que le chirriaba). No, la mayor aportación de Alfonso Guerra a la cultura es la de autor de microrrelatos. Nadie ha sintetizado mejor lo que es la política en nuestro país y en los partidos principales, ni mejor ni con menos palabras. Lo propongo para cualquier antología del microrrelato que publique una editorial que no dependa de las subvenciones, claro:
El que se mueve no sale en la foto.
Las decepciones comienzan cuando la entonces considerada "izquierda moderada" llega al poder. Ya teníamos perlas del tipo:
Hay que ser más socialistas y menos marxistas.
Hay que analizar esa frase. Invitaría gustoso a Felipe González a que tratara de explicarme qué es lo que quiso decir. Supongo que su ocupación como asesor de alguno de los hombres más ricos del mundo no le dejará tiempo para hacerlo. Sería un bonito microrrelato. A veces es difícil saber el límite entre un microrrelato y un aforismo. No importa tanto el nombre. Pero el momento en que todos empezamos a darnos cuenta de dónde nos metíamos fue en el referéndum de la OTAN. Pese a ser una de las banderas principales que había llevado al PSOE al gobierno, inmediatamente se desdijeron de lo que nos habían dicho. Nos enseñaron que las promesas electorales no eran más que eso: promesas y que no iba a ser necesario cumplirlas. Recuerdo las lamentables sesiones en TVE donde nos decían que votáramos Sí a la entrada en la OTAN: ellos sabían las razones, pero no nos las iban a decir, no podían hacerlo. Recuerdo a los líderes del partido y a otros personajes públicos. El que más nos llamó la atención fue José María García, el locutor de deportes con el que se acostaba la mitad de los hombres de España. Aseguraba que su intervención en TVE fue decisiva para la victoria del Sí. Años más tarde descubriríamos que Rodríguez Zapatero inició su carrera política en esa misma campaña, apoyando también el Sí a la OTAN. Es cierto: ha hecho carrera. Otros, en cambio, fueron fieles a sus ideas y lo pagarían toda su vida, aún lo siguen pagando. Se me viene a la cabeza el nombre de Antonio Gala. Nunca se lo han perdonado.
Su Democracia era esto: no nos íbamos a enterar de nada, pero teníamos que votar a este o a este otro. Al de más allá no, porque ya se encargarán de que no exista. No nos puede extrañar que traten de destruir a Julian Assange para tratar de evitar que siga informándonos de cuestiones que no quieren que sepamos. Que usen una denuncia de violación para ello puede parecer burdo, pero es que son muy burdos. Eso tampoco nos extraña.
No es bueno para nadie que WikieLeaks siga existiendo.
Eso sería otro buen microrrelato. A nosotros nos enseñaron que no íbamos a acceder a ninguna información Felipe González y Alfonso Guerra. Y cuento todo esto porque ayer presentaba Alfonso Guerra, en Sevilla, la poesía completa de Antonio Hernández. Este último no me interesa demasiado, pero hacía tiempo que quería escribir algo sobre Alfonso Guerra, abanderado de la izquierda en el PSOE y que parece ser uno de los hombres más cultos de España. Recuerdo que entonces contaba donde le dejaban (en todas partes, claro), que había visto la película Muerte en Venecia muchísimas veces. Se dio cuenta del crédito político que le podía dar ser considerado culto, algo que después recogió Aznar, con sus lecturas de Luis García Montero y, posteriormente, de poesía en lengua catalana en la intimidad. Más bien serían sus asesores: no me imagino a Aznar leyendo a García Montero.
Pero en realidad la labor más importante de Alfonso Guerra no es la de espectador de cine, ni la de lector, ni la de crítico (recuerdo que una vez zanjó una crítica de una novela, no recuerdo cuál, diciendo que el único fallo que le había encontrado era un leísmo que le chirriaba). No, la mayor aportación de Alfonso Guerra a la cultura es la de autor de microrrelatos. Nadie ha sintetizado mejor lo que es la política en nuestro país y en los partidos principales, ni mejor ni con menos palabras. Lo propongo para cualquier antología del microrrelato que publique una editorial que no dependa de las subvenciones, claro:
El que se mueve no sale en la foto.