Usted está aquí: Inicio / Rafael Suárez Plácido / Blog / La mujer que vigila los Vermeer, de José María Conget

La mujer que vigila los Vermeer, de José María Conget

UNA VIDA POR CONTAR

La mujer que vigila los Vermeer


La mujer que vigila los Vermeer
José María Conget
Pre-textos
ISBN: 978-84-155576-38-9
147 págs.
Valencia, 2013

El proceso suele ser empezar a escribir cuentos e ir adquiriendo así oficio y calidad para empresas de más largo y prolongado aliento. Pero José María Conget empezó directamente escribiendo novelas "”no publicando novelas, que es otra cosa, sino escribiéndolas"” y sólo cuando ya llevaba varias escritas y publicadas, comenzó a escribir los cuentos y así publicó su primer libro de relatos en 2005: Bar de anarquistas, siendo ya uno de los autores más importantes de la actual narrativa española. El hecho es que tras un 2010 glorioso para todos los congetianos de pro, con la reedición de la Trilogía de Zabala, su volumen de artículos, Espectros, parpadeos y shazam!, y su anterior y segundo libro de relatos, La ciudad desplazada, hemos tenido que esperar tres años para poder leer este nuevo libro: La mujer que vigila los Vermeer, en esta fantástica edición de la editorial valenciana Pre-textos, en la que se ha ido publicando, siguiendo esa buena política de autor que les caracteriza, buena parte de su obra. Se han escrito ya algunas cosas sobre el libro: que si un Conget más serio, que si más triste, que si todo son penas, probablemente motivados por la introducción y dedicatorias del autor. Pero quien mejor ha sabido resumir el contenido del libro ha sido el propio Miguel Conget en el collage de la portada: un hombre y una mujer en blanco y negro, rodeados de historias en forma de carteles de películas y viñetas de tebeos a todo color. La mujer que vigila los Vermeer es la crónica desesperada y sin maquillajes de una gran historia de amor. Es cierto: desesperada, pero llena de momentos alegres e incluso hilarantes, porque esa historia es la historia de la vida y Conget siempre se ha caracterizado por buscarle las vueltas a las situaciones más complicadas, que van pasando de difíciles a cómicas casi sin darnos cuenta. Los protagonistas del libro son hombres que han sido abandonados más o menos recientemente por sus parejas y hacen recuento de cómo y, dentro de lo posible, por qué han llegado a esa situación.

Los personajes a los que da vida un escritor viven en la ciudad en la que ha vivido la mayor parte de su vida ese autor, o en todo caso podríamos añadir alguna ciudad en la que se han pasado temporadas o con un fuerte ascendente literario o fílmico sobre él. Cuando repasamos los espacios geográficos en los que se suceden las historias de Conget definitivamente nos encontramos con que ha vivido en Zaragoza, en Pamplona, en Cádiz (una ciudad con playa), en Londres, en Lima, en París o en Nueva York, pero leemos en la solapa que actualmente vive en Sevilla, y en algún relato aparecen Barcelona y Glasgow. ¿Es posible? Sí, desde luego y casi todas esas ciudades aparecen más de una vez en su considerable obra narrativa. Es la obra de un autor cosmopolita, no como ideal de vida, sino como modelo de vida.

Por otra parte, comentar las fuentes de las que se nutre su obra, es también trabajo de titanes. Tendríamos que empezar a dividir entre narradores y poetas, sí, pero también y muchas veces con más transcendencia en su obra tendremos que tratar el mundo del cine. Y eso no es todo ni mucho menos, porque si en algo se considera a Conget un erudito es en el mundo del tebeo. Aunque su edición de Vientos de cine es indispensable para quien quiera conocer las relaciones entre la poesía y el cine en el siglo pasado y así podríamos estar una y otra vez, pasando del cine a los tebeos y de estos a los libros, pero lo más importante es que todo eso está explícito en su obra narrativa que muchas veces adopta la apariencia de un collage de todos estos géneros artísticos, como el que aparece en la portada de este libro.

El tercer elemento que yo destacaría temáticamente en este libro, en todos sus libros pero ahora hablo de este, es su concepto de lealtad a amigos y familia: su padre cristiano y franquista, hijo de su época, que tuvo que ver cómo todos sus hijos giraban hacia la izquierda y que le traía a Zaragoza a ver los partidos del equipo cuyas alineaciones permanecerán en su memoria; la madre que jamás se enfadaba con él y que le legó su risa y su diabetes; su tía y su abuela, que lo iniciaron en el mundo del cine, llevándolo casi todas las semanas desde que tenía dos años; su amigo F. R., que le dio varias veces la idea de escribir el mejor relato del libro: "Mi vida en los cines"; su hermana R, a quien dedica el estremecedor y hermosísimo relato "Dos habitaciones"; sus amigos que ya aparecían en sus primeras novelas y que fueron sus cómplices en los primeros escarceos amorosos y en las salas de cine; su hija R a quien le gusta el mismo cine que a mí y su hijo M que tiene mis mismas tendencias políticas que yo.

El libro ya comienza con una joya: "Suaves laderas", dos historias que se entrecruzan y que dan pie a su vez a un montón de historias y que marca el tono del libro: personajes que no saben en qué momento de sus vidas fallaron ni qué han hecho "”mal"” para merecer esto. Un padre separado que recoge a su hijo un domingo en Londres y dejan a Julia, la madre del niño, nombre que se repite varias veces en otros cuentos, llorando en la casa. Y, por otra parte, dos profesores de literatura inglesa que quedan para demostrarse el uno a la otra lo bien que les van las cosas y para infringirse el mayor daño posible. Le siguen "Tres relatos breves", entre los que sobresale el primero, "La carta", que bien podría ir en cualquier antología de los mejores microrrelatos en nuestro idioma, aunque no sé si eso es demasiado o ya un lugar común de la crítica.

Me gusta también mucho "¿Lo mío tiene remedio, doctor?", que es el juego en el que los lectores no sabemos dónde empieza la verdad y dónde la mentira. Un personaje que va a la consulta del psicoanalista porque es un mentiroso compulsivo. Hasta ahora todo está muy bien, pero es que los tres últimos relatos son tres joyas. Ya he comentado algo de "Dos habitaciones", la hermosísima historia de cómo esas dos estancias se van quedando vacías. "Mi vida en los cines" podría valer por sí sola para un libro. Esos tres "”o cuatro"” capítulos en los que se divide su vida teniendo en cuenta lo que ocurre en los cines es una maravilla que contribuirá a engrosar la lista de congetianos por el mundo. Amor al cine y a la literatura y una forma de sentir abierta y dispuesta siempre a dejarse sorprender es lo único que se pide. Lo que no tengo claro es que sea un cuento, en el sentido de que no sé si hay algo de ficción en él o es una suerte de "Memorias" con más de verdad y de confesión que muchas que ruedan por ahí. Excelentes las apreciaciones sobre las películas y los motivos por las que han quedado en su recuerdo, las salas de cine, los gustos de sus amigos y familiares y la manera final de resolver la historia, uno de los textos más hermosos del autor.

He dejado para el final, y ha sido aposta, el último relato de la colección, el que le da título: "La mujer que vigila los Vermeer". Tampoco he querido referirme antes, ni nombrarla siquiera, a M, la Musa o Maribel, todos esos nombres y alguno más tiene en estos relatos, porque ella sí es el gran vínculo que gravita poderoso en todos los cuentos de este libro. Probablemente en todos no, pero sí es el que le da forma a esa historia de amor que homenajea este libro, la historia del nombre que está detrás de este libro, que bien se podría llamar M y quizás sería un título menos atractivo, o menos enigmático, pero no menos verdadero. El relato es una historia muy divertida de dos escritores que son amigos porque se enamoran de una misma mujer. Es cierto que contado así no tiene nada que ver con lo que realmente ocurre, pero puede valer como introducción. Me pregunto si es una historia realmente de ficción, porque a mí me ocurrió algo parecido cuando conocí a la Musa. No sé cuántos años hace, quizás doce o trece, fui a una especie de clase o charla que dio su pareja, el Marcel del relato, el mismo que escribe, viste y calza (espero que no le dé un patatús) y otro amigo al que podríamos llamar el Chejov, y me quedé absolutamente ensimismado mirando a la Musa y, luego, hablando con ella esta impresión digamos visual no hizo sino aumentar. Por ahí en la red hay una foto mía donde aparezco, bastantes años después, mirándola con la misma cara de idiota que debí poner aquella primera vez. Pero todo eso son notas al margen y es lo de menos: el relato es maravilloso, igual que el libro. No tendría ningún problema en afirmar que La mujer que vigila los Vermeer es el mejor libro de José María Conget, un autor imprescindible en este comienzo de siglo tan convulso que estamos viviendo.