La ciudad desplazada, de José María Conget
LA MEMORIA Y SUS TRAICIONES
La ciudad desplazada
José María Conget
Editorial Pre-textos
174 páginas
Valencia, 2010
El contador de historias es una suerte de hechicero de la tribu que sana los males de sus lectores refiriendo experiencias de los otros. A veces ocurre que ha vivido y observado, atento, todo lo que pasaba a su alrededor, y entonces pasa de ser un mero transmisor de relatos a narrarnos su propia vida, o las de sus conocidos. Personalmente, no me parece tan importante este detalle, pero sí lo es no llegar nunca a darme cuenta de que la historia es ficticia. Conozco a un hombre que vivió en una oscura y luminosa ciudad de provincias, que bien pudo ser la mía, pero no lo es, con su abuela y su tía. Su tía lo llevaría, o lo acompañaría, al cine muchas tardes, como luego haría él con su pareja y sus hijos. Este hombre estudió en un colegio de jesuitas, lo que de ninguna manera fue baladí y le marcó quizá para toda su vida. Leía tebeos y todos los libros que caían en sus manos. También a él siempre le ha gustado que le cuenten historias: en el cine, en los tebeos o en los libros. Estudió Letras en la misma ciudad en la que pasó su infancia y allí conoció de primera mano las grandezas y miserias de la amistad y del amor, las otras dos pasiones que seguirá cultivando toda su vida. La amistad y el deseo, consecuencias derivadas de aquella educación represiva y destructiva que recibió de los jesuitas, y que ya nunca le van a abandonar. Escribe libros para dedicárselos a su pareja y para agradecer tanto que ha recibido a los que le contaron tantas historias. Y así la cadena se va extendiendo, y otros pasamos a escribir, también para agradecerle a él lo que ha hecho por nosotros, sin saberlo o pretenderlo.
No me importa tanto si esta biografía es cierta o no. Lo es en la medida en que sus lectores lo creamos así. Lo es, desde luego, en el sentido de que no sólo es su biografía, sino la de una generación de españoles que vivieron parecidas circunstancias. Sus lectores han fundado una suerte de secta, los congetianos. Un arcano secreto, cada vez más secreto a voces, nos reúne cada dos o tres años: la publicación de uno de sus libros. Este año estamos de suerte. Hace unos meses se editaron sus artículos de prensa en Espectros, parpadeos y shazam! (Point de Lunettes, Sevilla) y ahora tenemos en nuestras manos su segundo libro de relatos: La ciudad desplazada, publicado en Pre-textos.
Una vez me comentó el también narrador Hipólito G. Navarro, que las novelas de Conget se leían como cuentos. No me quedó claro a qué se refería: si a leerlas de un tirón, o si se hacían breves, o si nos contaban historias muy concretas. Pero hay algo que he podido comprobar con sus dos libros de relatos, y es que forman parte de un mismo proyecto literario. Aun diría más: sus libros de ensayos y misceláneas también. Su obra literaria es una obra coherente y personal. La coherencia es un lujo en estos días. Coherencia no significa repetir la misma obra o los mismos esquemas. Coherencia es ser fiel a sus ideas en cada momento. Y conozco a muy pocas personas que sean así.
En La ciudad desplazada tenemos ocho relatos. Conget nos señala en el texto de la contraportada, que casi siempre escriben los mismos autores, pero casi nunca firman, que la memoria y sus traiciones protagonizan algunos de estos ocho relatos. En principio serían tres de ellos. El que abre el libro, "Variación sobre un tema", admitiría el adjetivo "cervantino". Anselmo, Lotario y Camila se transforman en Ánsel, Loren y Pedro. El tiempo es el presente y la ciudad muy bien podría ser Zaragoza. Todo el relato es un homenaje al cine que salpica los encuentros y desencuentros con citas y películas. Todo el libro es también un homenaje al cine. Especialmente los tres relatos de esta primera serie: "memorias y traiciones". El segundo relato, y de los que más aprecio, es "Navarra-104". Hasta hace unos años nos decían que para hacernos unos hombres teníamos que hacer la mili. La mili fue para Conget continuación de su educación jesuítica. Pero aquí no cabían bromas. Las humillaciones de los superiores y de los compañeros más veteranos eran constantes y tremendas. No había lógica ni nada tenía pies ni cabeza. Se trataba sólo de tratar de pasar lo más desapercibido posible e ir dejando transcurrir el tiempo hasta que pasaran esos dieciocho meses de dolor y sufrimiento. En este contexto dos compañeros del colegio se encuentran y se apoyan mutuamente. O eso creen. En realidad es así, aunque todo les salió mal. La historia es hermosa, a veces divertida, y finalmente trágica. Uno de los relatos más interesantes que he leído últimamente. Y continuamos con el cine, los libros y los tebeos asomando por todas partes. Uno de los amigos que mencionan es un tal Conget. No podían sospechar que iban a ser inmortalizados. El tercer relato de esta serie es "Encuentro casual en una estación de autobuses". Se trata precisamente de eso. Pero finalmente las casualidades no son tantas. El tema es el azar, el azar buscado: el amor y el azar. Siempre he pensado que el azar rige nuestras vidas. También el amor. Lo bueno que tienen estas historias que nos cuenta Conget es que no sólo son suyas, sino de todos nosotros. Yo he vivido algunas de esas situaciones. Y me reconocería en algunos personajes. Son personajes vivos y redondos. ¿Hacen mal? Son torpes y se dejan llevar por la pasión. Como nosotros.
Cuando leo "Fútbol antiguo" me siento también, y aquí muy especialmente, reflejado en el protagonista. Se trata de un hombre al que no le gustar el fútbol, pero que tiene un motivo... el mejor motivo posible, para emocionarse cada vez que oye o lee algo sobre el Zaragoza. Recuerdo que en el programa A fondo, que presentaba tan acertadamente, Joaquín Soler Serrano, en una de las entrevistas que hizo a Borges, le preguntó si se arrepentía de algo en su vida. Borges dijo que sí: de no haber sido feliz en vida de su madre. Le hubiera gustado que su madre supiera que él era feliz. "Fútbol antiguo" me trae a la memoria otro relato, también magnífico y emotivo, de Bar de anarquistas (Pre-textos, 2005), su primer y hasta este, único libro de relatos, en el que contaba la relación que tuvo con su padre y los paseos que daba con él los domingos, y lo importantes que fueron para él.
Formalmente, en el sentido de cómo usa la primera persona y el monólogo interior, cómo avanza la narración a medida que fluyen las palabras, el relato "Despedida" es una obra maestra. Pero también con el tema de la Literatura y la pasión por los libros, "El cazador de libros" debería de ser leído por cualquier persona que se sienta "enfermo de Literatura". No hay mejor relato sobre el tema, plagado de citas que tienen sentido con el fluir de la narración. Y lleno de momentos hermosos. Lectura obligatoria. Y pasen un buen rato, a continuación, releyendo la Perorata del apestado o El Gatopardo. Si no sienten la necesidad, relean el cuento. La sentirán. Además, está dedicado a otro de los narradores españoles que mejor sienten lo metaliterario: Juan Bonilla. Porque, y con esto acabo, el libro es también un homenaje a sus amigos. A ellos dedica casi todos los cuentos. Ellos que a su vez tendrán que escribir libros para volver a agradecerle tanto. Si no entienden de qué estoy hablando lean el preámbulo de El olor de los tebeos. ¿Por qué escribimos? Para agradecer a quienes nos han dado tanto placer con sus historias.
Si después de leer esta reseña no sienten la necesidad de leer inmediatamente La ciudad desplazada, será por culpa mía, no pierdan más el tiempo releyéndome y aprovéchenlo yendo a su librería más cercana. Imprescindible.
(Publicado en el número 96 de Turia)