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Entreguerras, de J. M. Caballero Bonald


ESPLENDOR CREATIVO



entreguerras

Entreguerras
J. M. Caballero Bonald
Seix Barral
ISBN: 978-84-322-1407-3
217 págs.
Barcelona, 2012
16,50 euros

Ante todo escribir que los versos finales emocionan y, especialmente, lo hacen cuando has leído todo el libro, cuando has leído e incluso releído este doble centón de páginas y versículos que nos ofrece Caballero Bonald. "tengo miedo ahora mismo madre miedo de llegar de no poder llegar / tengo miedo de lo acumulativo y lo disperso de no callar de estar callado / de la memoria de la desmemoria de lo inminente de lo alejadizo / de regresar ya anciano hasta tu vientre madre / de perderme en las equidistancias de todos los pretéritos / y oír allí definitivamente la voz universal que alienta en lo más íntimo / la común propiedad en que confluye la voz de cada uno madre". Lo escribo porque cuando leo algunas reseñas sobre su obra no puedo evitar pensar que los "críticos" han llenado páginas y webs y blogs hablando de sus libros, colocando en lo más alto sus libros, saludando sus libros y llenándose de babas las bocas con sus libros, cuando pocas veces, muy pocas veces, dan la sensación de haberlos leído. Si acaso y a lo sumo dan la sensación de haberles echado un somero vistazo y, eso sí: resumir, cuando no copiar o transcribir sin pudor las páginas de los dossiers que tan eficazmente reparte la editorial Seix Barral, con la que hace ya tiempo que edita José Manuel Caballero Bonald sus libros de poesía.

"de todo lo demás no queda nada / apenas el guarismo desigual irrestricto de unas privadas entreguerras / el monocorde olvido el tiempo el tiempo el tiempo / mientras musito escribo una vez más la gran pregunta incontestable / ¿eso que se adivina más allá del último confín es aún la vida?" Quizás sean estos versículos los que mejor responden a su propósito inicial: dejar constancia de una manera de afrontar la vida, e intentar hacerlo a la manera de Lucrecio, de quien toma prestado el subtítulo para este libro: De la naturaleza de las cosas. Sin embargo, Lucrecio lo tuvo más fácil. Él quiso contar la filosofía, el modus vivendi de su maestro Epicuro, y lo hizo dos siglos después de su muerte. En cambio, Caballero Bonald pretende hacerlo de sí mismo y en las postrimerías de su vida. La empresa es desigual, enorme, colosal, y sólo por ello merece nuestro respeto y nuestra admiración. Por otra parte al poeta jerezano le ha tocado vivir, quizás, el siglo más convulso de la historia, lo que hace aun más ardua la tarea. De todas formas, ya desde los primeros versículos entendemos que se trata de una historia privada, su historia. Esas "entreguerras" son sus guerras privadas, entre las distintas facciones, y hablamos básicamente de literatura y política, que han habitado la biografía del autor. ¿Puede un hombre aspirar a algo más que eso? Es difícil decirlo. Y todos los ejemplos que se me ocurren son demasiado elevados y muy diferentes.

En efecto, "Lucrecio planteó en De rerum natura una múltiple aproximación científica y filosófica al universo." Caballero Bonald nos plantea, en cambio, una subjetiva "”muchas veces acertada, pero muy subjetiva"” aproximación personal y literaria a su tiempo vivido. No es poco y en varias ocasiones logra salir airoso, por eso digo de entrada que estamos ante una gran noticia, un buen libro de poesía, probablemente el mejor de todos los que ha publicado el autor. Y ya lo digo: no es poco. Consiste en una breve nota, en prosa, y un Prefacio y catorce capítulos, en verso. Como ya se ha visto, se trata de versículo libre, sin más puntuación que los signos de interrogación y exclamación, y sin rima. ¿Por qué escribe Caballero Bonald su Poesía? "las palabras que aspiro a exonerar de sus hueras baldías adherencias / sólo para entender de qué belleza me han desposeído". El eterno retorno al paraíso perdido, a través del lenguaje. Siempre se ha hablado de su deseo, casi juanramoniano, de dar con la palabra justa en cada instante, y de cómo ese deseo se torna casi inútil, inasible y, para ello investiga con su idioma, utiliza los recursos que se han dado en llamar barroquizantes: incorporación de neologismos, americanismos no exentos de una mirada al pasado, adjetivación y lexicalización ampulosas, especialmente uso de las antítesis y las repeticiones de palabras, de cláusulas, de oraciones completas, a veces incluso de versículos, que le ayuden a suplir esa incapacidad manifiesta del lenguaje común para obtener los resultados que él precisa. Él busca establecer esa lengua en la que se escribieron las páginas sagradas y reconoce los riesgos de tan ardua empresa, los precipicios que acechan por ambas caras al lenguaje: "pero entre un jeroglífico y una lengua muerta hay una página sagrada / hay una estirpe de presagios acechando al incrédulo" y en esta búsqueda empeña gran parte de sus fuerzas.

Su concepto de belleza queda definido en este Prefacio: "nunca quise recurrir a otra belleza que a la más ilegible". Es la crónica de una tragedia anunciada: cuando para alguien es tan importante ser reconocido por su obra y, al mismo tiempo, asume que su concepto de belleza es hermética, la más ilegible, es difícil llegar a un acuerdo, a un término feliz. De ahí el desasosiego que permanentemente acusa el poeta. De ahí, también, procede buena parte de sus entreguerras privadas con todos los partidarios de una estética más clara, o más callada. De ahí que su creatividad resulte una fuente de infelicidad constante. De ahí, también, "se van esparciendo en lentas gotas fúnebres / las arduas fragmentarias memorias..."

El Capítulo primero cuenta su llegada al Madrid de la posguerra, tras la publicación de su primer libro y se encuentra una ciudad "donde habitaban larvas inconexas consorcios de fanáticos / camarillas castrenses cohortes eclesiásticas / que desde sus cubiles regentaban un submundo tribal de victimarios". Es cierto que a veces pensamos que haría falta un traductor para entender cabalmente cada versículo, a lo que se refiere concretamente, pero la idea de desolación o de un mundo corrupto en el que no se podía uno fiar de nadie la transmite sobradamente.

Los momentos que más me gustan en cualquier texto son aquellos en los que el autor da muestras de debilidad, de sentir la sensación del fracaso que es tan propia del artista. Aquí los hay, pero son los menos. El Capítulo segundo se inicia así: "complejas son y mudadizas las leyes del recuerdo / en la memoria coexisten mentiras verdaderas mentirosas verdades / en la memoria burbujean porfían remembranzas olvidos / experiencias vividas inventadas episodios reales dudosos fehacientes..." Estremecedores son los versos en que analiza circunstancias que rodearon a algunos de sus compañeros de generación: "un virus testarudo semejante a la autodestrucción / vino más tarde a contagiar a aquellos de los tuyos a quienes más querías / ... / enalteciendo en cierto modo las plausibles leyendas del santo bebedor /... / así se generaron las execrables mañas de la muerte /... el raudo espanto visceral del suicidio los placeres del veneno /... y al final la iracundia el estupor el miedo el desaliento".

Listas de nombres pueblan el Capítulo tercero. Amigos, poetas o no, ciudades, influencias reconocidas, mujeres que amó o que no. Listas que continúan con países visitados en el Capítulo cuarto y que me recuerdan, aun siendo maneras muy distintas a Patrick Modiano, a sus personajes siempre obsesionados con las listas. Algún influjo oriental encontramos cuando leemos: "levantas una piedra de tu lugar nativo y allí abajo aparece resplandece / el contenido general del mundo los absolutos inventarios / de todas las historias ya vividas o que quizá aún quedan por vivir". La reflexión sobre la verdad también nos interesa: "ahora comprendo que nada hay más impenetrable que la verdad" o ese otro subterfugio de esta: "yo he presenciado el parto innoble de esa verdad también llamada única / adosada a lo que supuse que sería el dilema germinal de la vida / y al final no resultó ser más que un pobre escorzo un módico remedo / de falsedad de usurpación..." En el Capítulo quinto evoca sus años en Sudamérica, en Colombia. El fluir de la memoria le traen aquí estos versos donde relata su búsqueda, el afán de lo hermético: "¡ah oscuridad mi luz! no desalojes nunca de tu hermético asilo / ese abrupto deseo de conocer lo no testimoniado sino en falso / lo que un día llegará a convertirse en claridad sin derogar la sombra / lo que en lo negro prevalecerá como la quintaesencia de la luz". Y es en esta búsqueda en la que se ha encontrado más solo, incomprendido.

En el Capítulo sexto continúa el repaso del tiempo y de sus hechos en una suerte de "Ubi sunt?" donde hace un repaso a la historia, recordando penurias, clandestinidad y cárcel. El Capítulo séptimo es quizá el más hermoso del libro, el que cuenta su reencuentro con Doñana. Aparece aquí el término "Argónida" y algunos de los más entrañables personajes del resto de su obra. Ya he dicho que me gusta su vertiente más lírica, del mismo modo que no comparto su lado satírico, que me parece de lo más obsceno y vulgar, por muy barroquizantes que sean sus estructuras sintácticas, sus sustantivos o sus adjetivos. La facilidad con que se recurre al insulto más soez no me interesa nada, igual que los mecanismos que le llevan a pensar que estás con él o contra él. No tengo que sorprenderme: es de lo más habitual en este mundo de la Literatura. De hecho, él achaca esto mismo con mejores palabras a la poesía dominante del momento: "qué hacer con aquel cúmulo de inmesurables inventarios / (...) / te exigía una complicidad que en absoluto derivaba de ninguna arrogancia / sino que era más bien el resultado de una excluyente voluntad / de entender de una vez que toda realidad no es más que un vil pretexto / para ceder a la rutina obedecer al cauto acatar la evidencia". Y algo más adelante insiste en considerar a tantos poetas: "no más que clonaciones de lo anodino de lo baladí / copias vagas inocuas que tan sólo sugieren algún deficitario condimento / inoperantes códigos que apenas ornamentan la costra de la realidad".

El término "Entreguerras" se refiere históricamente al periodo que se da entre dos guerras relativamente próximas en el tiempo y el lugar. Recientemente se refería al periodo transcurrido entre la primera y la segunda guerra mundial, en Europa. En este libro, sin embargo, se refiere a una biografía transcurrida entre guerras. Y así se trata de la posguerra que tantos recuerdos trae a los españoles de su época y también a los que son algo más jóvenes y, lamentablemente, también se refiere a las guerras entre bandos literarios. No hay que olvidar que Caballero Bonald se ha situado como infractor, francotirador, apátrida, insumiso. No sé. Es complicado pensar en alguien con tantos premios y tantos reconocimientos en esos términos. La sensación es, más bien, de alguien que no ha llegado aún a crear escuela, o no ha creado la escuela que pretendía o la escuela que piensa que merece y, por lo tanto, está prorrogando su periodo activo como escritor. No cabe duda de que mientras más lo haga, más libros como este podremos disfrutar. Entreguerras podría ser un hermoso testamento de una de las carreras más fructíferas y brillantes de la Literatura española de la segunda mitad del siglo XX que se va prolongando, con creciente interés, en el siglo XXI. También podría ser, a juzgar por la vitalidad creativa del autor, un jalón en el camino, un punto y seguido, una excusa innecesaria para continuar escribiendo.