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El silencio



Mientras hablo voy descubriendo lo que pienso. Me cuesta pensar solo. A veces no me gusta demasiado lo que digo o como lo digo. Es cuestión de práctica. Quizá sea por eso que escribo. Comienzo a hacerlo sin saber lo que pienso. Es mejor que hablar, porque puedo corregirme y adecuar mejor las palabras al pensamiento. Pero esta semana me he sentido muy libre. Hace tiempo que no me sentía así.

He sido un vigilante del Kunsthistorisches Museum de Viena y he mirado los cuadros de la sala de Brueghel con asombro. Viena mezcla la tradición clásica con la más moderna, como Sevilla, como nuestra Sevilla. He amado el silencio, como antes amé el ruido y el bullicio. Conocí a una mujer que venía de acompañar de alguien muy cercano. La conocí, aunque ya la conocía. Le encanta la música. Me encanta su boca. He viajado muy lejos, en busca de alguien a quien quise mucho en otro tiempo. He descubierto que aún me quiere, aunque fue ella quien me abandonó, sin darme explicaciones válidas. Ella lo sabe. Los tiempos han cambiado. Porque cuando la situación se ha puesto difícil ha vuelto a recurrir a mí. El peso de los días. El peso de los demás. La insoportable levedad que nos rodea. No hay términos medios. El amigo invisible siempre me acompaña.

¿Por qué antes prefería el ruido y ahora prefiero el silencio? Ahora soy mejor. Ahora somos mejores los dos: tú y yo. El sentido de la vida.

¿Por qué nos complicamos tanto la vida?

Es cierto, Shakespeare conocía muy bien las calles de Sevilla. Shakespeare me conocía muy bien. ¿A ti también? Estoy fumando sin parar puros de La Palma. ¿Significa eso algo? Sócrates y Shakespeare conocían muy bien el alma de los sevillanos. Toda una ciudad dispuesta a lincharme por algo que no he hecho. En otra vida debí ser muy malvado. ¿Qué sabes tú? ¿Fui muy malvado? ¿Continúo siéndolo?

Me siento bien. Ha llovido mucho estos días en Sevilla. ¿Y allí? He pisado los charcos con Keith Haring, como hacía de pequeño, y no me he resfriado. Me he mojado los zapatos pero estoy bien, más ligero. Desde que te conozco, el tiempo es mi prisión. No hago más que plagiarte. Si alguien me conociera, me diría: ¿por qué eres tan chismoso? ¿Es que no puedes callarte? Pero no me conocen y así es fácil pensar que soy original.

Voy a ponerlo fácil: no hay ni una idea mía, ni una frase nueva. Yo no siento. Ya no siento nada. En otra vida debí ser muy malvado y estoy pagando por ello. Ahora sólo deseo el silencio y, a veces, una voz.