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Bolas de arroz hervido



Hacía unas horas que había muerto.
Allí mismo se lo comunicaron
aunque era algo que ya se imaginaba.
Agachó la cabeza.
Tras un breve momento de silencio,
que ella supo llevar con dignidad,
le preguntaron:
¿Cuál ha sido el instante de su vida?
¿Qué momento desea que perdure
en su memoria
toda la eternidad?

Hubo un corte en la cinta.
La copia nos salió defectuosa.
Ori me acarició la mano, su cabeza
recostada en mi pecho. Yo jugaba
con su pelo.
Volvió la imagen.

Aquella señora hablaba de un terremoto.
Tenía nueve años
y vivía cerca de Tokio.
Su madre y otras madres con sus hijos,
a los que nunca había visto
ni nunca más vería,
se encaminaron hacia un bosque.
Más de una hora caminando.
Cuando llegaron,
los niños se pusieron a jugar
con cuerdas y bambúes.
Aunque estaban muy cansados eran niños.
Al anochecer comieron bolas de arroz hervido
y durmieron al raso.
Nunca fue tan feliz.
Aquel era el momento que quería
evocar para siempre.

Yo seguía jugando con su pelo.

Cada vez me gusta más cómo huele.