Álvaro Mutis
No me gusta este tiempo que me ha tocado vivir. No me gusta el entorno ni las normas. Además, el mismo día que yo decidí quedarme aquí, el 20 de noviembre de 2011, caímos en manos del peor gobierno posible. No es que haya una enorme diferencia con el anterior. En realidad son muy parecidos. Este sólo continúa lo que aquellos empezaron. Y desde entonces todo ha ido en cuesta abajo. Estos últimos meses han fallecido personas que admiraba. El otro día me dijo un amigo: "También los poetas de verdad se mueren." Se refería a Juan Luis Panero. Pensé escribir algo sobre él, sobre sus poemas, pero no tenía a mano sus libros. Ahora que tengo aquí su Poesía Completa, me topo de bruces con la muerte de Álvaro Mutis. Álvaro Mutis. El sueño de otra vida posible. Él también lo vivió y lo tuvo. Sus poemas dolían demasiado y para evitar ese sufrimiento innecesario a sus amigos (¡bendito sufrimiento!), inventó el personaje que quería ser: un marinero belga, de Flandes, que habitaba el mundo navegando sus mares. Sólo así podía surgir la figura de Maqroll. No es baladí. En estos tiempos, el personaje podría ser otro: un analista de sistemas deportado en la terminal de un aeropuerto, a la espera de que Estados Unidos no ofrezca a Rusia un precio lo suficientemente elevado para su captura y deportación al imperio del mal, o un periodista que no trabajara en ningún medio, sino que lo hiciera desde algún lugar en el mundo al que no hubiera llegado la mano del imperio. ¿Existe ese lugar? Quiero pensar que sí, pero no lo sé. Tengo nombres en mente: una isla del Caribe, algunos países del subcontinente americano que aún dan cancha a la esperanza.
Recuerdo momentos mejores y otros no tan buenos. Si realmente leía los textos de Gabriel García Márquez cuando recién los escribía algo de bueno tenía que tener. Recuerdo que firmó junto al propio García Márquez y a Botero una misiva al gobierno español quejándose por requerir a los ciudadanos colombianos un visado por entrar en España y asegurando que mientras esa medida aberrante continuara en vigor ninguno de los tres pisaría este país que maltrataba y discriminaba así a sus conciudadanos. Lo que viene a continuación ya lo saben. Le dieron un premio oficial, no recuerdo cuál pero probablemente el Cervantes, y vino a recogerlo. Ni siquiera él, que lo había creado, estuvo a la altura de su personaje. No, no lo estuvo.
Pero también recuerdo que era mucha altura a la que aproximarse la de ese tal Maqroll. Y recuerdo que fueron sus novelas las me hicieron ver el mundo un poco más hermoso. No dolían, al contrario. Yo también quería ser Maqroll y, si lo hubiera intentado, tampoco hubiera podido estar a su altura. Tantas cosas en las que no creo y que estoy haciendo van minando mi salud, física y psicológicamente. Yo también querría hablar con cada hombre del planeta en su propio idioma y a duras penas lo hago en el mío y en alguno más. Hubo una época en que estudié francés. Estuve varios meses con un curso casero en el que iba avanzando muy lentamente, y en cuanto salía de las grabaciones del curso ya no entendía a nadie. Veía películas francesas y sólo las seguía si estaban subtituladas (en francés, claro). Pero hubo alguien a quien sí entendí. En un programa de estos que hacía el canal Arte cuando los líderes europeos pensaban que la cultura era un bien que había que cuidar, no como los de ahora, apareció un señor canoso, que podía tener cualquier edad, hablando en francés. Y lo entendí todo. Y lo disfruté plenamente. Era, claro, Álvaro Mutis, con un francés que podía tener el mismo acento que yo tenía entonces, con el francés que podía permitirse Maqroll, el gaviero. No sé quién me hubiera gustado ser en ese momento, si Mutis o Maqroll. O pensándolo mejor: en ese momento quien realmente deseaba ser era Rafael Suárez, viendo a Álvaro Mutis, tenía el porte más elegante que he conocido, o leyendo sus historias de Maqroll, llenas de belleza y aventuras, que son tan hermosas porque, como decía Vázquez Montalbán, ocurren siempre en países lejanos.
Recuerdo momentos mejores y otros no tan buenos. Si realmente leía los textos de Gabriel García Márquez cuando recién los escribía algo de bueno tenía que tener. Recuerdo que firmó junto al propio García Márquez y a Botero una misiva al gobierno español quejándose por requerir a los ciudadanos colombianos un visado por entrar en España y asegurando que mientras esa medida aberrante continuara en vigor ninguno de los tres pisaría este país que maltrataba y discriminaba así a sus conciudadanos. Lo que viene a continuación ya lo saben. Le dieron un premio oficial, no recuerdo cuál pero probablemente el Cervantes, y vino a recogerlo. Ni siquiera él, que lo había creado, estuvo a la altura de su personaje. No, no lo estuvo.
Pero también recuerdo que era mucha altura a la que aproximarse la de ese tal Maqroll. Y recuerdo que fueron sus novelas las me hicieron ver el mundo un poco más hermoso. No dolían, al contrario. Yo también quería ser Maqroll y, si lo hubiera intentado, tampoco hubiera podido estar a su altura. Tantas cosas en las que no creo y que estoy haciendo van minando mi salud, física y psicológicamente. Yo también querría hablar con cada hombre del planeta en su propio idioma y a duras penas lo hago en el mío y en alguno más. Hubo una época en que estudié francés. Estuve varios meses con un curso casero en el que iba avanzando muy lentamente, y en cuanto salía de las grabaciones del curso ya no entendía a nadie. Veía películas francesas y sólo las seguía si estaban subtituladas (en francés, claro). Pero hubo alguien a quien sí entendí. En un programa de estos que hacía el canal Arte cuando los líderes europeos pensaban que la cultura era un bien que había que cuidar, no como los de ahora, apareció un señor canoso, que podía tener cualquier edad, hablando en francés. Y lo entendí todo. Y lo disfruté plenamente. Era, claro, Álvaro Mutis, con un francés que podía tener el mismo acento que yo tenía entonces, con el francés que podía permitirse Maqroll, el gaviero. No sé quién me hubiera gustado ser en ese momento, si Mutis o Maqroll. O pensándolo mejor: en ese momento quien realmente deseaba ser era Rafael Suárez, viendo a Álvaro Mutis, tenía el porte más elegante que he conocido, o leyendo sus historias de Maqroll, llenas de belleza y aventuras, que son tan hermosas porque, como decía Vázquez Montalbán, ocurren siempre en países lejanos.