"La verde invasión", por MIramamolín, el Moro.
En el principio fue el verde.
Bueno, o por lo menos hace casi unos 4.000 millones de años lo que, si no es el principio, puede aceptarse como tal porque, entonces, ni siquiera yo vivía ni guerreaba. Y es que por esas fechas apareció la clorofila.
Ignoro si coincide la fecha con el tercer día del Génesis, ese relato tan impreciso de la colección que sus fans llaman biblia. Lo que sí parece claro en el cuento es que al principio, como ironiza uno que yo me sé, la etirpe humana fue vegetariana pues sólo empezó la manduca de bichos cuando Noé, un precursor de Colón, recibe las correspondientes órdenes. Y eso que desde el quinto día ya había animales, incluidas las aves con sus posibilidades de gripe aviar y todo, para alegría de gobernantes gringos y de los Laboratorios Roche.
Toda clase de bichos verdes hay: voladores, reptiles, marinos, saltimbanquis, funambulistas, humanoides… A mí me repugnan especialmente los reptiles incluida la subvariante humana y, de ellos, los lagartos. A mi favorita, las salamanquesas y las lagartonas.
Como cualquier fenómeno de la vida o del mundo, lo verde tiene su haz y su envés: hay cosas agradables verdes y las hay desagradables; benéficas y perniciosas. Lo verde es símbolo de la esperanza (en lo que sea), pero también un aristócrata ajumao creó un cuerpo represivo verde, y al mismo poeta que desea lo verde –“verde que te quiero verde…”- no le gustan los tricornios –“…viene sin vara de mimbre/entre los cinco tricornios”- y a lo peor se lo cepillaron por eso.
Que no todo es positivo en lo verde lo demuestra la existencia de los semáforos, invención gringa, con sus luces clorofílicas y sus postes verdes. Aparatos que vinieron a sustituir al salero de un guardia en la esquina faciendo mímica con sus brazos y soplando pitos. Pero a su vez serán sustituidos por las rotondas, con el contoneo de las furgonetas que, de unas a otras, entre ellas circulan. Y si no se tienen, también son desagradables los billetes verdes, desde el de mil pelas hasta el de 100 euros, pasando por los jodidos dólares, que todo lo emponzoñan.
Positivo es el verde de mi etnia y religión en la primera de mis vidas: el verde almohade, que no es un verde cualquiera sino un verde oscuro, verde botella le dicen, que simboliza el estandarte del profeta y significa acogerse a una llamada. Unido al blanco, parlamentar en términos de heráldica, forma la bandera de Al-Andalus que puede, así, interpretarse como llamar al pueblo a parlamentar (y no a condecorar a los parásitos sociales, Chaves y comparsa).
Existen quienes creen en la Utopía Verde y se complican la vida en pos de su ideal, contribuyendo, por ejemplo, a la creación de este portal que nos acoge.
Y existe un error muy extendido cuando se considera que lo erótico, chocarrero, etc… son verdes de toda la vida, siendo así que dicha calificación cromática es relativamente reciente. Lo “de toda la vida” era el colorado: chistes colorados (porque ruborizan a algunos oyentes), luces rojas de mancebías y burdeles, etc… De hecho, en otros países de habla hispana se siguen contando los chistes colorados, no verdes.
Así podría seguir enumerando cosas y seres verdes hasta aburrir a la mismísima clorofila, y comentando lo que se me ocurriese sobre cada cuestión, pero no es mi propósito. Lo hasta aquí escrito es sólo el prólogo de lo que verdaderamente me preocupa. Algo así como crear ambiente, poner en situación, o cualquier otra locución ad hoc que se te pueda ocurrir.
Lo que me preocupa es que en mis últimas conexiones del turboturbante con Gí¼erva, siempre aparecen unos extraños sujetos de uniforme que se mueven ágilmente por las calles peatonales y las aceras de las que no lo son, firmemente dirigidos hacia objetivos que desconozco, aunque entran mucho en los bancos. Son piezas básicas de sus uniformes el traje de confección de color gris oscuro y la corbata verde con nudo ancho. Suelen ser jóvenes, por lo que no pueden ser ejecutivos con mando. Llevan una cartera, portafolios, vade o como se le quiera llamar. Pueden confundirse con el clásico hortera de los comercios o ser denominados con el falso sustantivo “comercial”, por lo que podría deducirse que el consumo bestial sigue acosándonos.
Pero no, ahí hay algo más: los mechones de pelo tieso a modo de brilloso rastrillo cocotero no son de nuestra especie. Su deambular decidido, muchas veces en pareja o terna hace pensar en unidades de comandos.
Y yo estoy seguro de que en el momento menos pensado esos trajes del hipi"hcor se rasgarán, las verdes corbatas se transformarán en epitelio coriáceo y los mechones hirsutos se revelarán como lo que en realidad son: escamas y antenas de los invasores extraterrestres que, haciendo la señal V, comenzarán desde Villafuentes de Perico la nueva invasión de nuestra tierra de mestizaje.
Pero al menos dejará de gobernarnos el PP y el paro descenderá porque se comerán a mucho personal.
Bueno, o por lo menos hace casi unos 4.000 millones de años lo que, si no es el principio, puede aceptarse como tal porque, entonces, ni siquiera yo vivía ni guerreaba. Y es que por esas fechas apareció la clorofila.
Ignoro si coincide la fecha con el tercer día del Génesis, ese relato tan impreciso de la colección que sus fans llaman biblia. Lo que sí parece claro en el cuento es que al principio, como ironiza uno que yo me sé, la etirpe humana fue vegetariana pues sólo empezó la manduca de bichos cuando Noé, un precursor de Colón, recibe las correspondientes órdenes. Y eso que desde el quinto día ya había animales, incluidas las aves con sus posibilidades de gripe aviar y todo, para alegría de gobernantes gringos y de los Laboratorios Roche.
Toda clase de bichos verdes hay: voladores, reptiles, marinos, saltimbanquis, funambulistas, humanoides… A mí me repugnan especialmente los reptiles incluida la subvariante humana y, de ellos, los lagartos. A mi favorita, las salamanquesas y las lagartonas.
Como cualquier fenómeno de la vida o del mundo, lo verde tiene su haz y su envés: hay cosas agradables verdes y las hay desagradables; benéficas y perniciosas. Lo verde es símbolo de la esperanza (en lo que sea), pero también un aristócrata ajumao creó un cuerpo represivo verde, y al mismo poeta que desea lo verde –“verde que te quiero verde…”- no le gustan los tricornios –“…viene sin vara de mimbre/entre los cinco tricornios”- y a lo peor se lo cepillaron por eso.
Que no todo es positivo en lo verde lo demuestra la existencia de los semáforos, invención gringa, con sus luces clorofílicas y sus postes verdes. Aparatos que vinieron a sustituir al salero de un guardia en la esquina faciendo mímica con sus brazos y soplando pitos. Pero a su vez serán sustituidos por las rotondas, con el contoneo de las furgonetas que, de unas a otras, entre ellas circulan. Y si no se tienen, también son desagradables los billetes verdes, desde el de mil pelas hasta el de 100 euros, pasando por los jodidos dólares, que todo lo emponzoñan.
Positivo es el verde de mi etnia y religión en la primera de mis vidas: el verde almohade, que no es un verde cualquiera sino un verde oscuro, verde botella le dicen, que simboliza el estandarte del profeta y significa acogerse a una llamada. Unido al blanco, parlamentar en términos de heráldica, forma la bandera de Al-Andalus que puede, así, interpretarse como llamar al pueblo a parlamentar (y no a condecorar a los parásitos sociales, Chaves y comparsa).
Existen quienes creen en la Utopía Verde y se complican la vida en pos de su ideal, contribuyendo, por ejemplo, a la creación de este portal que nos acoge.
Y existe un error muy extendido cuando se considera que lo erótico, chocarrero, etc… son verdes de toda la vida, siendo así que dicha calificación cromática es relativamente reciente. Lo “de toda la vida” era el colorado: chistes colorados (porque ruborizan a algunos oyentes), luces rojas de mancebías y burdeles, etc… De hecho, en otros países de habla hispana se siguen contando los chistes colorados, no verdes.
Así podría seguir enumerando cosas y seres verdes hasta aburrir a la mismísima clorofila, y comentando lo que se me ocurriese sobre cada cuestión, pero no es mi propósito. Lo hasta aquí escrito es sólo el prólogo de lo que verdaderamente me preocupa. Algo así como crear ambiente, poner en situación, o cualquier otra locución ad hoc que se te pueda ocurrir.
Lo que me preocupa es que en mis últimas conexiones del turboturbante con Gí¼erva, siempre aparecen unos extraños sujetos de uniforme que se mueven ágilmente por las calles peatonales y las aceras de las que no lo son, firmemente dirigidos hacia objetivos que desconozco, aunque entran mucho en los bancos. Son piezas básicas de sus uniformes el traje de confección de color gris oscuro y la corbata verde con nudo ancho. Suelen ser jóvenes, por lo que no pueden ser ejecutivos con mando. Llevan una cartera, portafolios, vade o como se le quiera llamar. Pueden confundirse con el clásico hortera de los comercios o ser denominados con el falso sustantivo “comercial”, por lo que podría deducirse que el consumo bestial sigue acosándonos.
Pero no, ahí hay algo más: los mechones de pelo tieso a modo de brilloso rastrillo cocotero no son de nuestra especie. Su deambular decidido, muchas veces en pareja o terna hace pensar en unidades de comandos.
Y yo estoy seguro de que en el momento menos pensado esos trajes del hipi"hcor se rasgarán, las verdes corbatas se transformarán en epitelio coriáceo y los mechones hirsutos se revelarán como lo que en realidad son: escamas y antenas de los invasores extraterrestres que, haciendo la señal V, comenzarán desde Villafuentes de Perico la nueva invasión de nuestra tierra de mestizaje.
Pero al menos dejará de gobernarnos el PP y el paro descenderá porque se comerán a mucho personal.
jijiji