"Cuerpo", por Miramamolín, el Moro
Un colega mío, también traductor en el CNI, que se educó en colegio de curas, me cuenta que éstos le decían muy severos cuando era adolescente:
"Niño, no te la menees, que tu cuerpo es templo del Espíritu Santo". Y añade: "Pero bien mirado, por más que miré, mire usté por donde, lo más que yo veía era una tienda de campaña; ahora bien, si a los curas, por deformación profesional, aquello le parecían campanarios …"
Andando el tiempo, parece que los prestes hablan menos de esas cosas y se preocupan más de los condones, los homosexuales, las finanzas y otros conceptos homologables (aunque sólo sé de sus afanes lo que veo en los papeles, que si no me trato con los imanes de la que fue mi superstición, no me voy a meter en teologías nuevas). Pero no dejamos de oir hablar del cuerpo, ¡que va! …
Lo que ocurre es que si entonces se hablaba en tono acusador y admonitorio, ahora se nos habla melíflua, melosamente: en plan pelota, vamos; porque, amado pajarillo, si te habla alguien de "t-u - c - u - e - r - p - o …" en tono susurrante, poético, dinámico, jovial, deportivo o confidencial, no lo dudes: esa voz potente y persuasiva no es la de Alá, ni siquiera la de Manitú, sino una voz en off procedente de un anuncio. Y su intención, al dirigirse a ti, no será otra que la de venderte una crema, un perfume, un yugur, un adminículo deportivo, compresas (si eres pajarilla), etc, …
¡¡ Corpóreos del mundo, uníos !!
Es la consigna que lanzo a ver si entre todos acabamos con tanta manipulación, porque ya estoy hasta la clavícula, e incluso hasta el turbante, de que tanto las fuerzas del cielo como las del malquetín se acuerden de mi cuerpo sólo para venderme -no regalarme- felicidad, ora eterna ora a tiempo parcial, porque felicidad, a mi modo de ver, no hay más que una: la que uno se labra y no la que nos ladran.
Algo evidente para mí, también, es que se puede tratar de conseguir la felicidad atendiendo a los aspectos sentimentales y racionales de la vida, no sólo a los corporales: a todos digo, en su justa medida, equilibradamente. Y si algo tengo claro es que el propio equilibrio, o sentido de él, es el que manda en este juego.
Por tanto, no me valen las amenazas clericales ni las lisonjas de los creativos, toda vez que aquéllas basaban la felicidad en chinchar al cuerpo y aquestas se olvidan de mi coco y de mi cuore.
Sería bonito que los corpóreos, unidos, optasen por no tratar de imponerse mutuamente sus ideas so pretexto de alcanzar la felicidad y enarbolando como pendón el cuerpo. Así, los llamados corpóreos moralinos nos dejarían en paz con sus máximas edificantes -que como su propio nombre sugiere son verdaderos ladrillos- y los denominados corpóreos reivindicativos, reivindicarían donde les quisiesen escuchar y no hasta en la sopa, ya que hasta la reivindicación más seria pierde su dignidad si le pingan fideos por doquier.
Mención aparte merecerían los corpóreos en agraz pues son los más proclives a dejarse manipular por todas las fuerzas salvíficas y malquetinianas: véanse si no místicas varias y consumismo castrante al uso.
A modo, pues, de solución total, enfáticamente os propongo, ¡oh corpóreos!, que a los agentes manipuladores de nuestros cuerpos los arrojemos a la mar tras amarrarles al cuello un púlpito y un televisor, gritando al mismo tiempo:
"Demasié p'al body".
"Niño, no te la menees, que tu cuerpo es templo del Espíritu Santo". Y añade: "Pero bien mirado, por más que miré, mire usté por donde, lo más que yo veía era una tienda de campaña; ahora bien, si a los curas, por deformación profesional, aquello le parecían campanarios …"
Andando el tiempo, parece que los prestes hablan menos de esas cosas y se preocupan más de los condones, los homosexuales, las finanzas y otros conceptos homologables (aunque sólo sé de sus afanes lo que veo en los papeles, que si no me trato con los imanes de la que fue mi superstición, no me voy a meter en teologías nuevas). Pero no dejamos de oir hablar del cuerpo, ¡que va! …
Lo que ocurre es que si entonces se hablaba en tono acusador y admonitorio, ahora se nos habla melíflua, melosamente: en plan pelota, vamos; porque, amado pajarillo, si te habla alguien de "t-u - c - u - e - r - p - o …" en tono susurrante, poético, dinámico, jovial, deportivo o confidencial, no lo dudes: esa voz potente y persuasiva no es la de Alá, ni siquiera la de Manitú, sino una voz en off procedente de un anuncio. Y su intención, al dirigirse a ti, no será otra que la de venderte una crema, un perfume, un yugur, un adminículo deportivo, compresas (si eres pajarilla), etc, …
¡¡ Corpóreos del mundo, uníos !!
Es la consigna que lanzo a ver si entre todos acabamos con tanta manipulación, porque ya estoy hasta la clavícula, e incluso hasta el turbante, de que tanto las fuerzas del cielo como las del malquetín se acuerden de mi cuerpo sólo para venderme -no regalarme- felicidad, ora eterna ora a tiempo parcial, porque felicidad, a mi modo de ver, no hay más que una: la que uno se labra y no la que nos ladran.
Algo evidente para mí, también, es que se puede tratar de conseguir la felicidad atendiendo a los aspectos sentimentales y racionales de la vida, no sólo a los corporales: a todos digo, en su justa medida, equilibradamente. Y si algo tengo claro es que el propio equilibrio, o sentido de él, es el que manda en este juego.
Por tanto, no me valen las amenazas clericales ni las lisonjas de los creativos, toda vez que aquéllas basaban la felicidad en chinchar al cuerpo y aquestas se olvidan de mi coco y de mi cuore.
Sería bonito que los corpóreos, unidos, optasen por no tratar de imponerse mutuamente sus ideas so pretexto de alcanzar la felicidad y enarbolando como pendón el cuerpo. Así, los llamados corpóreos moralinos nos dejarían en paz con sus máximas edificantes -que como su propio nombre sugiere son verdaderos ladrillos- y los denominados corpóreos reivindicativos, reivindicarían donde les quisiesen escuchar y no hasta en la sopa, ya que hasta la reivindicación más seria pierde su dignidad si le pingan fideos por doquier.
Mención aparte merecerían los corpóreos en agraz pues son los más proclives a dejarse manipular por todas las fuerzas salvíficas y malquetinianas: véanse si no místicas varias y consumismo castrante al uso.
A modo, pues, de solución total, enfáticamente os propongo, ¡oh corpóreos!, que a los agentes manipuladores de nuestros cuerpos los arrojemos a la mar tras amarrarles al cuello un púlpito y un televisor, gritando al mismo tiempo:
"Demasié p'al body".