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"Campo", por Miramamolín el Moro

Antes, las ciudades estaban puestas en el campo; ahora, hasta los pueblos emergen del asfalto, y como quiera que éste se ha extendido por la península al ritmo de la proliferación automovilística, las gentes, las buenas y borreguiles gentes, han decidido ir a descubrir el campo. El proceso dura ya unos cuarenta añitos y se persiguen varios sub-objetivos:

Usar el coche, ver el campo, usar el coche, que los niños desfoguen y potreen, usar el coche, huir de la contaminación, usar el coche, hacer ejercicio en chandal (voveré sobre ello), usar el coche y, además, usar el coche.

Frente a tan ambiciosos objetivos, y dada la contumacia y constancia del españolito medio, el resultado del empeño ha de ser, forzosamente, brillante. He aquí algunas de las realizaciones conseguidas, sin ánimo de exhaustividad:

Se ha logrado que los coches -cada vez mejores, cada vez más rápidos- en permanente ejercicio de humildad, circulen los domingos a unos 10-15 km/ hora, por mor de caravanas y atascos, en las que los pulmones hispánicos, ahítos de contaminación, se han limpiado con monóxido de carbono biodegradable que, claro, cada vez lava más blanco.

Como corolario, y dada nuestra potencia energética, el consumo de carburantes "vuela tan alto, tan alto … que da a la caza alcance".

Hemos aprendido a comer tortilla con tierra, a comprar barbacoas (¿cómo pudimos vivir sin ellas?, ¿cómo, sin ser sospechosos de piromanía forestal?), a degustar chuletas churruscadas y asollamadas, plátanos blandengues …

Cuando cocinamos en el campo ya no lloramos por las cebollas -obsoleta práctica- sino por el humo de las barbacoas, cómplices desconsideradas de los vientos reinantes en la zona.

Por nuestra presencia, el campo también ha ganado … toneladas y toneladas de basura que, a nuestra imagen y semejanza, cual remedos de creadores, delicadamente le ofrendamos.

Todo ello lo hacemos revestidos de chandal, prenda que - en esta época nuestra, abundosa en claras ideas, profundas convicciones, rotundas afirmaciones y contundentes desmentidos - hemos adoptado sin necesidad de referendo, precisamente por no ser clara, profunda, rotunda ni contundente, y quizá por llevar la contraria. No es traje, ni camiseta, pijama o prenda de abrigo, bata ni batín, pero nos vestimos y abrigamos con ella, con ella dormimos, deambulamos por el pasillo, abrimos al panadero, arreglamos la ducha, nos echamos en el sofá, etc…

Pero, ¿qué demonios es un chandal? Eso quisiera yo saber: parece un informe conjunto de tela, cremalleras, elásticos, velcros, pliegues, … rematado por una cabeza (!) y sustentado sobre unos zapatos de discretos colores. Puede ser monocolor, bicolor, tricolor, … ¡policromático! e ir decorado con onomatopeyas y expresiones crípticas. No se tiene solo en pie y cuando se lleva puesto no se puede andar de modo normal, sino con elástico paso, tal que así: ¡fssss..! ¡fs! ¡fs! y enérgico balanceo de brazos. Y cuando llegamos a unas escaleras, hay que subirlas de dos en dos o de tres en tres si alcanza el compás, pero jamás pausadamente. Y no se puede olvidar el toque de distinción, de glamour, de savoir faire: con el chandal, nunca lleves corbata, sino, enrollada con delectación, una fermosa toalla. Lo propio.

Las incursiones camperas, de chandal revestidos, han hecho que nuestra salud haya ganado en calidad y cantidad. Sospecho que los domingos, en los registros de los servicios sanitarios de urgencia las quemaduras, torceduras, esguinces, picaduras, eritemas, mordeduras, insolaciones, golpes de calor y fracturas no serán más que pesadillas entrevistas y nunca reales, por causa de tan bellas, limpias, lúdicas y gratificantes horas vividas, claro está, … en el campo.