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Un poema de Ledo Ivo (1924-2012)

LOS POBRES EN LA ESTACIÓN DE AUTOBUSES

Los pobres viajan. En la estación de autobuses
levantan los pescuezos como gansos para mirar
los letreros del autobús. Sus miradas
son de quien teme perder alguna cosa:
la maleta que guarda un radio de pilas y una chaqueta
que tiene el color del frío en un día sin sueños,
el sandwich de mortadela en el fondo de la mochila,
y el sol del suburbio y polvo más allá de los viaductos.
Entre el rumor de los alto-parlantes y el traqueteo de los autobuses
temen perder su propio viaje
escondido en la neblina de los horarios.
Los que dormitan en las bancas despiertan asustados,
aunque las pesadillas sean un privilegio
de los que abastecen los oídos y el tedio de los psicoanalistas
en consultorios asépticos como el algodón que tapa
la nariz de los muertos.
En las filas los pobres asumen un aire grave
que une temor, impaciencia y sumisión.
¡Qué grotesco son los pobres! ¡Y cómo molestan sus olores aun a la distancia!
No tienen la noción de los conveniente, no saben portarse en público.
El dedo sucio de nicotina restriega el ojo irritado
que del sueño retuvo apenas la legaña.
Del seno caído e hinchado un hilillo de leche
escurre hacia la pequeña boca habituada al
lloriqueo.
En los andenes van y vienen, saltan y
aseguran maletas y paquetes,
hacen preguntas impertinentes en las ventanillas, susurran palabras misteriosas
y contemplan las portadas de las revistas con
aire espantado
de quien no sabe el camino del salón de la vida.
¿Por qué ese ir y venir? ¿Y esas ropas extravagantes,
esos amarillos de aceite de dendé que lastiman la vista delicada
del viajero obligado a soportar tantos olores incómodos,
y esos rojos chillantes de feria y parque de diversiones?
Los pobres no saben viajar ni saben vestirse.
Tampoco saben vivir: no tienen noción del confort
aunque algunos de ellos tengan hasta televisión.
Verdaderamente los pobres no saben ni morir.
(Tienen casi siempre una muerte fea y de mal gusto)
Y en cualquier lugar del mundo molestan,
viajeros inoportunos que ocupan nuestros lugares
aun cuando vayamos sentados y ellos viajen de pie
archivado en:
Victor Pena
Victor Pena dice:
24/12/2012 14:14

Cojonudo.

Judith (arati)
Judith (arati) dice:
27/12/2012 16:30

Anoche dejé a mis hijos en la terminal y devolví el coche de alquiler en un lugar remoto de los alrededores del aeropuerto, una nave fea de un feo polígono.

Acabé varada en la estación de tren del Prat, pero no en la terminal del aeropuerto, sino en la de la población. Pese a ser una estación moderna, cubierta, me pareció irremediablemente triste.
Supongo que el cansancio acumulado de las fiestas, el largo viaje y el haberme despedido de mis hijos con prisas, colaboraba a que mi mirada tuviese ese filtro de melancolía.
El caso es que hacía frío, yo iba poco abrigada, me moría de ganas de llegar a casa y el tren tardaba muchísimo. El tren que iba a acercarme a casa, porque por esa estación transitan un montón de trenes que no se detienen.
Los iban anunciando por una megafonía que además reverberaba de un modo siniestro, aumentando aún más la sensación de irrealidad, de estar atrapada en un no-lugar, no-confortable y casi inexistente:
"No se acerquen al andén, el próximo tren no tiene parada en esta estación". Uno tras otro se sucedían rugientes, ignorándonos, marchándose sin nosotros, cuatro gatos sin dinero para un taxi, a otros lugares, sin duda más felices que esa estación fría y desolada.

Curiosamente mi hilo de pensamiento me llevó a algo muy parecido a este poema.

Jose Luis Piquero
Jose Luis Piquero dice:
28/12/2012 01:39

Hermosa y desolada crónica, Arati.

Martha
Martha dice:
29/12/2012 14:50

Grande.
Un abrazo,

M.