Reseña de "Las erosiones", de José Luis Argüelles
AUTORRETRATO DE LA DESOLACIÓN
Las erosiones (2008-2013)
José Luis Argüelles
Trea, Gijón. 96 páginas.
José Luis Piquero
Cinco años después de Pasaje, José Luis Argüelles (Mieres, 1960) prosigue su exploración poética del mundo y de la propia experiencia justo en el punto en que lo dejó. Efectivamente, no hay apenas evolución en Las erosiones, no hay novedades significativas, sino una continuidad natural. Los temas de las distintas secciones en que se dividen ambos libros son equivalentes e incluso hallamos en el nuevo volumen poemas que podrían ser variaciones de algunos del volumen anterior (como "Elegía junto al Caudal" respecto a "A un amigo muerto", "Noviembre" respecto a "Bajamar" o "Perdónanos" respecto a "Gente conocida"). Pero no se trata -nos apresuramos a aclarar- de que la escritura de Argüelles haya devenido en rutinaria. Toda obra que aspire a la coherencia ha de ser fiel a sí misma y explorar unas pocas claves, so pena de dispersión. Sucede, simplemente, que José Luis Argüelles es dueño de una voz reconocible y un estilo personal: por fuerza ha de parecerse a José Luis Argüelles. Claridad en el concepto y en la dicción (que no excluye pinceladas de brillante expresionismo surreal), tono clásico, vocación reflexiva y elegíaca, sentimentalidad contenida, ironía, nihilismo, son las señas de identidad de esta obra dolorida, desamparada y radicalmente humana.
Se abre Las erosiones con un ciclo de poemas centrados en el cansancio de vivir, el sinsentido de los días. Tristeza y silencio son las palabras más repetidas por un personaje poético incapaz siquiera de recibir la felicidad sin cuestionarla de inmediato y que incluso se regodea en la pesadumbre, pues la sabe inevitable ("...y busco la mirada que desprecia / cada hora de mi vida").
¿Puede la propia creación poética constituir un alivio de ese mal de mundo? La segunda sección del libro parece negarlo. Apenas un par de textos (uno de ellos dedicado a Ángel Gonzalez) reivindican su necesidad y su poder. El resto señalan lo baldío del esfuerzo creador ("La orquesta del Titanic", "Elegía junto al Caudal"), su condición de simulacro ("Poesía") o directamente su inanidad ("La nada de las palabras").
De la juventud perdida habla la sección tercera: los amigos ya maduros que se emborrachan juntos y son súbitamente conscientes del ultraje de los años; la certeza de la muerte, en la que los jóvenes casi nunca piensan; los remordimientos por una supuesta traición a aquel que fuimos; la desgana, el insomnio, el desencanto. Los dos únicos versos de "Autobiografía" resumen ese estupor culpable: "No sé qué hice con el tiempo / que el tiempo deshizo entre mis dedos". Hay aquí poemas de claro sesgo narrativo ("Charlas de supervivientes" o "Hace sólo un instante", que no oculta su deuda con Gil de Biedma), junto a composiciones de arte menor ("Aviso de los años") que nos recuerdan al Argüelles de su primer y excelente libro, Cuelmo de sombras.
Algo absuelve al personaje poético, en la siguiente parte, la constatación de amar y haber amado "frente al cansado invierno". Si de los amores perdidos "tan sólo queda / un labio frío, nada", el presente trae al menos una nueva razón de existir: "...este calor, este cuidado". Destaca en el conjunto un airoso y conmovedor poema en prosa, "Amigas de 1977".
La tierra chica del poeta, Mieres y la Cuenca del Caudal, es el escenario de la sección quinta. Siempre lo ha sido en los poemas de Argüelles, desde Cuelmo de sombras, pero adquiere aquí su nombre y se afinan sus rasgos en un retrato, por lo demás, nada complaciente: un territorio envuelto en niebla, poblado de ruinas y de fantasmas, un "lento pudridero". Sólo dos poemas transmiten una cierta idea de redención: "Celso y Silvino", evocación de los abuelos del poeta, y "Gijón", aunque no sea este el poema más afortunado del libro, pese a su excelente factura formal.
Cierra Las erosiones un conjunto de poemas de varia lección: desde el delicado "Vela en el hospital", dedicado al padre enfermo, hasta los iracundos "Consigna" y "Perdónanos", de marcado carácter social y de denuncia, pasando por inesperadas ráfagas de optimismo y celebración ("Como si..." o "Visión de diciembre"), tan insólitas en este libro.
Desolada y exacta, la poesía de José Luis Argüelles crece en Las erosiones sin apartarse de su camino escogido. Sus lectores reconocerán una serie de constantes y procedimientos que ya le son propios, intransferibles. Otra brillante etapa en una obra breve pero intensa y auténtica.