Por qué no escribo poesía
Buena pregunta. Me la hacen a menudo mis amigos, mi editor, mi mujer, algunos lectores... En realidad sí la escribo -contesto- pero a mi propio ritmo. Ellos me recuerdan los cinco libros de X, los siete libros de Y, los quince de Z (estos últimos, en sólo tres años), frente a mis tres libros en dieciocho años. Yo ahí hago notar que son cuatro, si contamos como el cuarto mi poesía reunida. OK, no cuela.
No tiene que colar. En realidad, escribo demasiado. La mayoría de mis compañeros escriben demasiado. Unos pocos han caído en la trampa del oficio y de la plantilla, que permite escribir sin límite el mismo poema, con mínimas variantes, plagiándose a uno mismo, hasta la extenuación. Me pregunto si todos esos poemas eran necesarios. Otros escriben mucho o poco pero han eludido esa trampa. Y yo les necesito. Necesito sus poemas tanto o más que los míos.
Permitidme la presunción: en veinte años de escritura he adquirido el oficio suficiente para haber publicado en la última década dos o tres libros correctos. Pero ¿por qué iba a hacerlo? Hay muy pocos poemas que necesite escribir, muy pocos. A veces pasan meses sin que ninguno de ellos se me imponga. Pero sólo quiero escribir precisamente esos. Ni siquiera digo que sean buenos. Pero tengo que necesitarlos, tiene que serme imprescindible escribirlos. Y si eso supone tardar diez años en publicar un libro, pues qué le vamos a hacer.
Vivir en poeta, si tal cosa existe, es algo que hago 365 días al año, aunque sólo dedique unos pocos a escribir poemas. La escritura no es el hecho físico, ni siquiera son sus resultados. La escritura es un proceso, una construcción que te impone sus propias normas. Una búsqueda a ciegas en la que cada uno encuentra lo que puede y escoge entre lo que encuentra. Y el resultado son veinte poemas, dos poemas, ninguno... Creo firmemente que lo más importante de la escritura es lo que sucede antes de sentarse a escribir y después, independientemente de las líneas que hayan quedado sobre el papel. La poesía es la mirada, la sensación, el hallazgo, no los versos.
Hoy, después de un mes de trabajo, he terminado un poema. La sensación es de vacío y de zozobra. Ahora necesito olvidar lo que he escrito para poder volver a leerlo con ojos nuevos y que en el hallazgo (quizá sólo importante para mí) siga encontrando cosas. Porque un poema no es un fin sino un medio. Son unas gafas para ver. Es una carta con el sobre cerrado, que aún no hemos leído, y sospechamos que su contenido nos va a trastornar. Y entonces lo tememos.
Me he escrito una carta. No sé lo que pone. Me inquieta...
En estos tiempos,
una editorial
se ha convertido
en una empresa
donde el empresario,
amigos
y bufones
pelotas
publican
sólo
la mierda rentable.
O que ellos creen
rentable
egocéntricamente,
versando.