En tiempos de zozobra
Manuel Rico
Fugitiva ciudad
Hiperión. 96 páginas.
José Luis Piquero
La ciudad del título de este nuevo poemario de Manuel Rico (Madrid, 1952) no es una sino varias (Barcelona, Madrid, Roma, Viena, Varsovia...), o quizá una ciudad múltiple e imaginaria, creada mediante la superposición de todas ellas. Es también, quizá por eso, la ciudad de la memoria -una ciudad a un tiempo real y simbólica-, en donde transcurren los noviazgos de juventud, las primeras impresiones, la preparación para la orfandad. Y es, finalmente, la ciudad actual del amor consolidado, del compromiso cívico, de las lecturas, de las hipotecas, de la definitiva partida de los amigos.
En este escenario urbano, que abarca los barrios, los polígonos industriales, los trenes y los hipermercados, se proyecta una experiencia que es tanto personal como colectiva, a la vez pretérita y presente: las manifestaciones contra la guerra de Irak traen el recuerdo de Vietnam; los McDonald"s son la prolongación de los "bares del miedo" de antaño, que olían a humo y a coñac Veterano; los seres perdidos que hoy viajan en autobús antes lo hacían en tranvía; los novios se olvidan la bufanda en el cine, y no se sabe si fue entonces o es ahora.
Esa experiencia también es la de la literatura y el arte. Recorren estas páginas los nombres de Eliot, Munch, Pavese, Machado, Rimbaud, Sharon Olds..., sin que el resultado sea un alarde culturalista; antes bien, la natural apropiación de una herencia de cultura que se funde más adelante con el legado amical en varios homenajes a escritores cercanos (Vázquez Montalbán, Dulce Chacón, Diego Jesús Jiménez, Juan Gelman) y que desemboca en la nostalgia de hitos no vividos personalmente (los encuentros de Formentor, en 1959) pero asimilados también como propios en virtud de los derechos del lector, del hombre de literatura.
Este aire de gran puzle de la memoria sentimental, geográfica, social y libresca constituye el gran encanto y la fuerza esencial del libro, que yuxtapone épocas, usos y personajes y encuentra que la zozobra y las inquietudes y la plenitud son siempre las mismas para todos los seres humanos. Sabedor de ello, "el muchacho ya viejo que amó las periferias / urbanas y mortales, intentando atrapar / la sombra de un poema" tiene para todos una mirada tolerante, una palabra compasiva, sin que en ningún momento los poemas abandonen su fondo intimista y casi confidencial. No son estos poemas sociales: son poemas humanistas.
En la suma del autorretrato confesional, la crónica colectiva y el ejercicio memorialístico, lo reflexivo se impone en Fugitiva ciudad a lo elegíaco, pues el pasado es un punto de partida y no sólo la patria de la melancolía y la nostalgia ("Decir que hemos amado en el origen [...] es decir que amaremos en el tránsito / del siglo XXI"). José Manuel Caballero Bonald ha resaltado en la obra de Rico su "manifiesta proximidad con la historia vivida o que estamos viviendo". Hablamos, por tanto, del presente inmediato, y los poemas de Fugitiva ciudad se esfuerzan en esclarecerlo mirando lúcidamente hacia atrás para seguir mirando hacia adelante. Una poesía atenta a las vibraciones interiores y sensible al ruido del mundo, y que consigue ser emocionante sin incurrir en énfasis innecesarios.
(Reseña publicada en El Cuaderno)
Fugitiva ciudad
Hiperión. 96 páginas.
José Luis Piquero
La ciudad del título de este nuevo poemario de Manuel Rico (Madrid, 1952) no es una sino varias (Barcelona, Madrid, Roma, Viena, Varsovia...), o quizá una ciudad múltiple e imaginaria, creada mediante la superposición de todas ellas. Es también, quizá por eso, la ciudad de la memoria -una ciudad a un tiempo real y simbólica-, en donde transcurren los noviazgos de juventud, las primeras impresiones, la preparación para la orfandad. Y es, finalmente, la ciudad actual del amor consolidado, del compromiso cívico, de las lecturas, de las hipotecas, de la definitiva partida de los amigos.
En este escenario urbano, que abarca los barrios, los polígonos industriales, los trenes y los hipermercados, se proyecta una experiencia que es tanto personal como colectiva, a la vez pretérita y presente: las manifestaciones contra la guerra de Irak traen el recuerdo de Vietnam; los McDonald"s son la prolongación de los "bares del miedo" de antaño, que olían a humo y a coñac Veterano; los seres perdidos que hoy viajan en autobús antes lo hacían en tranvía; los novios se olvidan la bufanda en el cine, y no se sabe si fue entonces o es ahora.
Esa experiencia también es la de la literatura y el arte. Recorren estas páginas los nombres de Eliot, Munch, Pavese, Machado, Rimbaud, Sharon Olds..., sin que el resultado sea un alarde culturalista; antes bien, la natural apropiación de una herencia de cultura que se funde más adelante con el legado amical en varios homenajes a escritores cercanos (Vázquez Montalbán, Dulce Chacón, Diego Jesús Jiménez, Juan Gelman) y que desemboca en la nostalgia de hitos no vividos personalmente (los encuentros de Formentor, en 1959) pero asimilados también como propios en virtud de los derechos del lector, del hombre de literatura.
Este aire de gran puzle de la memoria sentimental, geográfica, social y libresca constituye el gran encanto y la fuerza esencial del libro, que yuxtapone épocas, usos y personajes y encuentra que la zozobra y las inquietudes y la plenitud son siempre las mismas para todos los seres humanos. Sabedor de ello, "el muchacho ya viejo que amó las periferias / urbanas y mortales, intentando atrapar / la sombra de un poema" tiene para todos una mirada tolerante, una palabra compasiva, sin que en ningún momento los poemas abandonen su fondo intimista y casi confidencial. No son estos poemas sociales: son poemas humanistas.
En la suma del autorretrato confesional, la crónica colectiva y el ejercicio memorialístico, lo reflexivo se impone en Fugitiva ciudad a lo elegíaco, pues el pasado es un punto de partida y no sólo la patria de la melancolía y la nostalgia ("Decir que hemos amado en el origen [...] es decir que amaremos en el tránsito / del siglo XXI"). José Manuel Caballero Bonald ha resaltado en la obra de Rico su "manifiesta proximidad con la historia vivida o que estamos viviendo". Hablamos, por tanto, del presente inmediato, y los poemas de Fugitiva ciudad se esfuerzan en esclarecerlo mirando lúcidamente hacia atrás para seguir mirando hacia adelante. Una poesía atenta a las vibraciones interiores y sensible al ruido del mundo, y que consigue ser emocionante sin incurrir en énfasis innecesarios.
(Reseña publicada en El Cuaderno)