El verano del amor
Siempre me he sentido desubicado. Esta época nunca fue la mía. Yo habría querido ser otra cosa: soldado en una partida carlista, al servicio de nuestro rey D. Carlos VII; redactor de algún folleto literario en los años 20, cuando las vanguardias llegaban a España como un soplo de modernidad que espantaba las moscas de la poesía española; petimetre con ínfulas literarias en los salones del pintor Esquivel, mientras Espronceda nos leía "La canción del pirata"; miliciano en el Batallón Comunista de Bo, que no ha existido pero ha existido en la literatura; conductor de tranvías en Manhattan, como en un poema de García Martín.
No me gusta mi tiempo. Los años 80 fueron la cima de la horterada y el mal gusto. Me limité a sufrir como un perro la peor adolescencia que pueda tener un ser humano convencional. En los 90 fui feliz y pagué un alto precio por la felicidad. El siglo XXI mata todos mis ideales. Uno tiene que vivir con un objetivo, conservar indemne alguna idea. Uno tiene que salvar siempre algo. Pero estoy a oscuras. Me siento extraño. Me siento como un niño adoptado. Me refugio en la historia, en la benévola sensación de lo conocido, de lo inevitable. Quisiera no ser yo. Quiero ser otro, en otro tiempo y lugar.
Después de mucho pensar, sé perfectamente dónde querría estar ahora. Sé qué tiempo y lugar. Todos tenemos esa fantasía: vivir otra vida, otro tiempo, haber ya desaparecido (como desapareceremos). Yo quisiera haber estado en California en el verano del amor, a finales de los años 60, cuando los hippies sacaban sus flores mugrientas y Manson emporcaba todo de sangre y lo jodía todo y en Praga los tanques liquidaban la última utopía posible y en París salían los pijos a la calle a reivindicar más paga. Yo estaría en San Francisco, viviría en la calle, estaría el día entero flotando, haría el amor con una hippie sucia y maravillosa, escribiría poemas delirantes, moriría de excesos para no convertirme una década después en todo lo que odiaba. A Eva también le gustaría. Permitidme fantasear. Era nuestro tiempo y lugar y nos lo hemos perdido. Nacimos muy lejos.
1967, 1968 y 1969. Allí, justo allí. Y luego morir de asco en la calle, da igual. San Francisco, finales de los 60.
¿Qué época y lugar elegiríais vosotros?
Si os cruzais por San Francisco con un macarrón cabalgando sobre una Harley y con una chupa en cuya espalda reza "Hell´s Angels" o "Born to Run", ese soy yo.