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De vuelta de Elx

La primera noche en Elche, un tipo al que pedimos una dirección destrozó la ciudad en cuatro frases: sólo hay palmeras, lo único que se puede ver en el museo son cuatro huesos, el río es una charca, etc. Evidentemente, no era el concejal de Turismo. Lo cierto es que la ciudad es preciosa, grande pero no hostil, llena de parques, de plazas y, sí, de palmeras. Pero yo soy partidario de las palmeras. En Isla también las hay a montones.

Eduardo Boix y su novia Vanessa Díez Tarí, también poeta, nos acogieron, junto con Irene y Manolo Maciá, de Museo de Arte Extemporáneo. Con Manolo y las dos Irenes solemos vernos todos los años en Punta Umbría y siempre es un placer. Comimos y bebimos y fumamos y hablamos. Y por allí apareció David González, que leía otro día, y pasó lo que pasa siempre. Nos ponemos a caldo, nos llamamos de todo menos bonitos y al final nos encontramos, nos damos un abrazo y no nos separamos en toda la noche.

La vuelta fue agotadora; salimos muy temprano y con prisa para ir a otro acto en Huelva. A estas horas deberíamos estar en Valencia con Josep Carles y Rosa, oliendo la pólvora y gritando "¡Corruptos!" a la tribuna de Camps y siendo felices. Pero no pudo ser. En cambio, el verano ha entrado bochornoso, para mi placer, y escribo un poema, para mi desdicha. Me lo estoy jugando todo en él.

Y un ojo puesto en Libia...