Adieu, Semana Santa
No puedo soportar esos tambores con aire de juicio final, esas cornetas desafinadas. No puedo sufrir los uniformes eclesiásticos y militares que me hacen sentir transportado al franquismo de las películas. Ofenden mis creencias esas imágenes de cartón piedra que transportan los cofrades haciéndose daño en las articulaciones; todas ellas imágenes de gente llorosa o sangrante o triste o torturada. Me dan grima esos capirotes que me recuerdan al Ku-Klux-Klan. Creo que la religión católica, tan amiga de la muerte, el sufrimiento y la chacinería, tan enemiga del placer, del disfrute y de la vida, cobra su peor dimensión en la Semana Santa. Un buen ejemplo de la turbiedad de la fiesta es la rivalidad entre las hermandades. Yo he escuchado decir a un hermano de la cofradía X que Pepito para él está muerto porque pertenece a la cofradía Z. Bonita religión, bonitos sentimientos, bonita hermandad. Qué cosa tan siniestra.
Y lo que menos llevo es la obligatoriedad de la Semana Santa, como de tantas otras fiestas populares: el hecho de que ni dejando de asistir a las procesiones puedas verte libre de su invasión televisiva o ambiental. ¡Si uno no puede ir a hacer una compra a la ciudad más próxima sin ser desviado por una procesión de momias! ¡Si toman las calles con su mensaje de tristeza y sordidez!
No debería quejarme. Quienes lo han vivido me cuentan que, cuando Franco, en Semana Santa se terminaban el cine y el teatro y la música. Estaban prohibidos, si no por ley, sí por costumbre consuetudinaria. ¡Y que aún sigamos sufriendo la Semana Santa! Ya sé que es una tradición (como lo es la monarquía, la ablación del clítoris en muchos países o los toros en nuestro propio ámbito). Excelente. Creo que en un estado laico como tiene que ser, la religión habría de ser una opción privada (como el sexo sadomasoquista o el encaje de bolillos) que no tendría porqué trascender a ámbitos sociales ni convertirse en espectáculo invasivo de la vida del resto de ciudadanos a quienes nos repugna tanta exhibición gratuita de la muerte, la tristeza y el dolor. Pero, como siempre, en este tiempo y lugar, hablamos de utopías.
Enhorabuena a quienes les gusta la Semana Santa. Tienen para celebrarla mayor libertad que yo para evitarla.
Genial, asumo tu artículo como si me hubieras leido el pensamiento. Cuánto mea pilas suelto, cuánta plañidera encogida de vagina, cuánto tonto debajo de los capirotes, cuánto porrompompón y tarari-tararí, cuánto cura empalmado y altanero... Qué se queden dentro de las Iglesias, joder, qué vaya quien quiera y que no den tanto por culo por las calles. Para mi lo único bueno que tiene la semana santa es que los bares cierran más tarde, por lo demás me la suda.
Un abrazo.