LA FORJA DEL IMPERIO - tranco quinto
Lo ya contado: el bomberazo Elías Cienfuegos, sitiado por la guardia Severita Porras, ha sufrido accidente laboral al entrar en un edificio derruido por la explosión de unas bombonas; el Dr. Hueso que le opera se ha olvidado las gafas en el campo operatorio; Dñª Magis, la maestra del hijo del trauma, está preocupada por el mocete, que tiene unas actitudes raras, y espera ver luz cuando hable con la trabajadora social. Mientras, unos tipos andan por ahí, gorras al revés, dándole al monopatín. Y la trabajadora social, Auxi de la Obra, con el informe social listo, cansada del curro marcha a casa y comprueba que el compañero no ha llegado, de modo que se toma unas patatitas y un trago de mostaza.
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El viajante
Cristóbal Caminero se dedica a las ventas desde su primera juventud. No se le dio muy bien el estudio pero le chiflaban los coches, conducir y hablar con todo el mundo, de modo que se hizo agente comercial en cuanto volvió de la mili.
Comenzó con papelería y material de escritorio, a comisión y gastos pagados, pero los pedidos cifraban poco y había que detallar mucho para coger buenas comisiones. Buscó y pronto encontró una marca de alimentación de solvencia. Quizá tenía que detallar más, que al fin y al cabo hay más tiendas de ultramarinos que papelerías, pero los supermercados propiciaban pedidos de más renglones y unidades. Además, desde el primer momento estuvo a sueldo, comisión y con seguridad social.
Han pasado unos veinte años y ahora, cuando ya se conoce la región al dedillo, su trabajo es bastante distinto: para empezar ya no es agente comercial, viajante ni vendedor, ahora es "comercial", con lo que tiene de ascenso social pasar de sustantivo a adjetivo; ya no va tienda por tienda, sino a "grandes superficies" y cadenas de alimentación. Y su zona abarca dos provincias en lugar de una. Está satisfecho porque no se pringa los codos en los mostradores de los refinos ni le caen gotas de las chorreras en los blocks de pedidos, trata con sus clientes en despachos y, en ocasiones, monta stands de degustación con bellas azafatas.
Conduce suavemente y, pensando en el fin de semana, nota una sensación de mareo que achaca al hambre y a las curvas. Oscurece.
- ¡Hostias, ¿qué hago yo aquí? Pero si yo iba para casa, ¿cómo estoy a 200 Km?
Sale de la carretera, aparca y coge el telefonillo portátil para llamar a Auxi. ¿Se creerá el despiste que ha tenido? Siempre le ha sido fiel, pero desde que la empresa le hace viajar con azafatas ella no se fía del todo. Y así, los retrasos en la vuelta a casa, corrientes por demás en todo viajante por necesidades del trabajo -en mi oficio no hay horarios, fue lo primero que le advirtió cuando empezaron a salir- ahora tiene que explicarlos con más detalle. Pero lo de hoy...¡equivocarse de carretera a estas alturas!, ¿se lo va a creer?
Auxi y Cristóbal se conocieron en un mitin. Eran tiempos de exaltación democrática, aplaudían entusiasmados al orador cuando militantes del partido pasaban entre el público repartiendo condones, se miraron, rieron, estaban exultantes y decidieron probarlos en mutua compaña y el éxito fue completo. Desde entonces viven juntos y viven bien compenetrados.
No puede hablar con Auxi porque el teléfono está descargado, de manera que enfila hacia su ciudad, resignado a no dormir y sin explicarse aún cómo ha podido despistarse de carretera.
-¡En fin!...- suspira, mientras conecta la radio.
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El viajante
Cristóbal Caminero se dedica a las ventas desde su primera juventud. No se le dio muy bien el estudio pero le chiflaban los coches, conducir y hablar con todo el mundo, de modo que se hizo agente comercial en cuanto volvió de la mili.
Comenzó con papelería y material de escritorio, a comisión y gastos pagados, pero los pedidos cifraban poco y había que detallar mucho para coger buenas comisiones. Buscó y pronto encontró una marca de alimentación de solvencia. Quizá tenía que detallar más, que al fin y al cabo hay más tiendas de ultramarinos que papelerías, pero los supermercados propiciaban pedidos de más renglones y unidades. Además, desde el primer momento estuvo a sueldo, comisión y con seguridad social.
Han pasado unos veinte años y ahora, cuando ya se conoce la región al dedillo, su trabajo es bastante distinto: para empezar ya no es agente comercial, viajante ni vendedor, ahora es "comercial", con lo que tiene de ascenso social pasar de sustantivo a adjetivo; ya no va tienda por tienda, sino a "grandes superficies" y cadenas de alimentación. Y su zona abarca dos provincias en lugar de una. Está satisfecho porque no se pringa los codos en los mostradores de los refinos ni le caen gotas de las chorreras en los blocks de pedidos, trata con sus clientes en despachos y, en ocasiones, monta stands de degustación con bellas azafatas.
Conduce suavemente y, pensando en el fin de semana, nota una sensación de mareo que achaca al hambre y a las curvas. Oscurece.
- ¡Hostias, ¿qué hago yo aquí? Pero si yo iba para casa, ¿cómo estoy a 200 Km?
Sale de la carretera, aparca y coge el telefonillo portátil para llamar a Auxi. ¿Se creerá el despiste que ha tenido? Siempre le ha sido fiel, pero desde que la empresa le hace viajar con azafatas ella no se fía del todo. Y así, los retrasos en la vuelta a casa, corrientes por demás en todo viajante por necesidades del trabajo -en mi oficio no hay horarios, fue lo primero que le advirtió cuando empezaron a salir- ahora tiene que explicarlos con más detalle. Pero lo de hoy...¡equivocarse de carretera a estas alturas!, ¿se lo va a creer?
Auxi y Cristóbal se conocieron en un mitin. Eran tiempos de exaltación democrática, aplaudían entusiasmados al orador cuando militantes del partido pasaban entre el público repartiendo condones, se miraron, rieron, estaban exultantes y decidieron probarlos en mutua compaña y el éxito fue completo. Desde entonces viven juntos y viven bien compenetrados.
No puede hablar con Auxi porque el teléfono está descargado, de manera que enfila hacia su ciudad, resignado a no dormir y sin explicarse aún cómo ha podido despistarse de carretera.
-¡En fin!...- suspira, mientras conecta la radio.
Pues la cosa no ha terminado.
Felicito estos trancos.
Curiosa esta sociedad ¿verdad? Si tiras de un hilillo que encuentras ahí, como si nada, empieza a salir, centrímetro a centímetro, metros y metros.
Un abrazo