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LA CAJA DE JUAN RAMÓN -2

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No me puse gabardina de cuello subido, ni gorra con la visera hacia atrás. Tampoco un traje y corbata verde. No, no hacía falta disfrazarse de detective para investigar el misterio de la caja vacía que el joven Juan Ramón llevó al súper el día que le vi vaciarla en el contenedor de basura orgánica.

 

Tampoco me disfracé con una bata blanca como la que él llevaba aquel día. Consideraba que era innecesario el camuflaje.

 

Subí la escalinata hacia el atrio del súper dispuesto a escudriñar, a sonsacar, a descubrir intenciones, y, cuando accedí, en el suelo, a la derecha y junto a la sección de la panadería, había una caja como la que Juan Ramón llevó el día que le vi. ¿Sería la misma? Pero no, que al hacerse la limpieza, la habrían recogido o tirado, de modo que, seguro, esa caja estaría ahí desde poco antes. ¿Y qué pintaba allí si, precisamente, en la panadería yo veía siempre a la panadera llevar cajas de pan crudo que vaciaba para hornearlo, plegándolas después para tirarlas al contenedor de cartones?

 

En esa tarea estaba la joven cuando, disimulando como si estuviera trasteando en el móvil, pude ver que se llevaba varias cajas plegadas, pero no recogía la del suelo que, muy probablemente dejó allí el poeta. Me acerqué y vi que seguía vacía y que no había monedas, por lo que deduje que no pedía limosna para salvar al Recre.

 

Di una vuelta por todo el súper, mirando los carteles de las ofertas, pero sin leerlos porque lo que buscaba era al poeta "cajero" (por cierto, ¿hacen caja los poetas? ¿hacen versos las cajeras cuando pasan los códigos de barras ante el cacharro lector? En esos casos, ¿un cajero poeta le hablaría a los clientes a base de jotas, algo así como poniéndoselas al tique para que fuese de calidad -"tome usted su tique de cinco jotas"- justificando de este modo un recargo?).

 

Pero las únicas batas blancas que vi fueron la de la pescadera y el carnicero, porque la chacinera y la panadera, aunque iban de blanco no llevaban bata sino pantalones y blusa. Y, cuando algo decepcionado pero firme en mi decisión de seguir investigando, me dirigía hacia la "salida sin compra", vi a Juan Ramón dirigirse, desde una de las cajas, con una bolsa llena, hacia las taquillas y guardarla allí.

 

Luego recogió la caja del suelo y se marchó. No pude seguirlo porque unas voluminosas señoras se me plantaron en la puerta, con viva cháchara en sus bocas. Cuando salí, ya no estaba e ignoro por qué esquina habría doblado.