Ciclolitoral 2008: Etapa 5 (Benicí ssim-Cala de la Sierra de Irta)
Como de costumbre, comenzamos tempranito. Tras desayunar y despedirnos de Celia en Benicí ssim, iniciamos nuestra primera subida de esta ruta, camino de Oropesa. No fueron demasiados kilómetros, pero sí bastante empinados.
En Oropesa del Mar lo que más nos llamó la atención fue la "ciudad de vacaciones" Marina d'Or. Habíamos escuchado hablar mucho sobre ella y pensábamos que sería algo extraordinario. Sin embargo, tan sólo nos pareció un pelotazo urbanístico más (eso sí, de muy grandes dimensiones). Muchos carteles de "se vende" y "se alquila", casi ninguna animación en sus calles, la mayor parte de las persianas bajadas y poco más que contar...
A continuación llegamos a la zona de la Torre de la Sal: torre, pueblo y espacio natural protegido.
La torre no la pudimos ver, porque se encuentra bastante escondida entre los árboles.
Tampoco pudimos ver el poblado Ibero que se encuentra sumergido a unos 50 metros del pueblecillo costero (dicen que los días en que el mar está tranquilo, pueden verse las sombras de sus ruinas desde la rocosa costa).
En cambio, sí pudimos disfrutar de la bonita arquitectura de varias de las casas de esta chiquita localidad.
Inmediatamente después, nos adentramos en el espacio natural protegido, en el que la etapa comenzó a convertirse en un verdadero deleite para nuestros sentidos.
Tras visitar su centro de información (imagino que habremos sido de los primeros, porque aún está por terminar...), comenzamos a rodar lentamente por uno de los caminos de tierra de este parque. Y lo hicimos con la tranquilidad necesaria para poder disfrutar de toda la belleza, olores y sabores que la Madre Naturaleza nos ofrece en esta bonita zona de huertas, playas y humedales.
El desnudo baño junto a las ruinas del cuartel de carabineros no tardó mucho en llegar...
Tras catar algunos higos, moras y almendras recolectadas junto al camino, en el borde de una finca abandonada, nos deslizamos por una vieja lengua de asfalto que, entre cítricos y tomateras, nos condujo suavemente hasta Torre Nostra.
En esta playa de Torre Blanca, nuestro incombustible Coleta, con la inestimable ayuda de Cristina, comenzó a prepararse para las próximas Olimpiadas, como puede comprobarse en la correspondiente foto.
Tras dar buena cuenta de diversos aperitivos y alguna que otra copa de vino, retomamos el pedaleo por una apacible carreterilla que nos acercó a la desembocadura del río San Miguel. Desde allí, resbalando entre los cantos rodados de la playa, pudimos divisar, muy a lo lejos, el punto final de la etapa: la Sierra de Irta.
Durante varios kilómetros rodamos relajadamente a la vera de varias playas poco urbanizadas y de indudable belleza, hasta que llegamos al núcelo turístico-costero de Alcossebre.
Una cerveza, dos horchatas, el sol y un buen número de olas mediterráneas nos ayudaron a pasar las horas de mayor calor, al término de las cuales pusimos rumbo hacia la gran masa verde que afloraba ante nuestros ojos.
No tardamos mucho en rodar por preciosos caminos que nos llevaron, en primer lugar, hasta el faro preferido de Cristina (ni en sus peores pesadillas pudo imaginar algo igual...).
Estrechos y sinuosos senderos, adornados por innumerables pedruscos y flanqueados por abundante y frondosa vegetación, nos permitieron descubrir una de las calas más bonitas que jamás hubiéramos podido imaginar.
Millones de minúsculos fragmentos de distintos tipos de caparazones, un anfiteatro de achaparrados pinos y cientos de rocas de todos los tamaños, formas y colores, componen, junto a la menguante Selene, mil pares de brillantes hermanas, el húmedo beso de las olas y unas viejas sandalias de pescador, un marco incomparable en el que relajarse, descansar y disfrutar de la vida.
El Paraíso no estaba tan lejos...
Besos y abrazos:
Manuel
Hola ciclistas,como llevais la expedicion.El proximo año me animo ha hacer la ruta ciclolitoral. S despide llanos atienzar.