Un minuto de silencio x J.A. Samaranch. ( O dos, o tres )
UNA:
DOS:
TRES:
SAMARANCH
Artículo del 16 de Julio del 2001 de Javier Ortíz
A sus amigos les resulta desagradable que algunos recordemos que Juan Antonio Samaranch -que hoy abadona la Presidencia del Comité Olímpico Internacional, después de dos décadas en el cargo- proviene de las filas del franquismo militante. Pero es un hecho. Fue un prominente jerarca franquista, a quien el Caudillo colocó en cargos de relevancia. Algunos, con considerable autoridad en materia de orden público. Represiva, vamos.
«Un fascista», dicen algunos. No; no exactamente. Para ser fascista hace falta tener ideas propias. Samaranch, como muchos otros jerarcas franquistas posteriormente reconvertidos, ha sido toda su vida un burócrata sin principios, siempre dispuesto a amoldarse a las necesidades del Poder. ¿Que el Poder es fascista, viste camisa azul y saluda brazo en alto? Pues él se apunta, y tan a gusto. ¿Que el Poder manda encarcelar a los demócratas? Pues nada, a encarcelarlos, y sin perder la sonrisa. ¿Que ya no, que ahora toca hablar bien de la democracia? Pues se baja el brazo, se cambia de camisa, se habla bien de la democracia y a correr. Todo sea por la buena marcha del negocio. La cosa es no dejar de estar arriba.
Que es lo que ha hecho él desde hace medio siglo.
«Todo el mundo tiene derecho a cambiar», se me objetará. Pues claro. Pero hay modos y modos de cambiar. Joaquín Ruiz Giménez, que ahora preside no sé qué de la Unicef, fue ministro de Franco. Hasta que se hizo consciente del horror. Entonces abandonó sus prebendas y se pasó al campo del antifranquismo. No diré yo que se hizo un activista feroz, pero adoptó una posición digna. Lo propio cabe decir de Pedro Laín, recientemente fallecido. Ellos, como no pocos más, fueron capaces de reflexionar sobre su experiencia, y expresaron su convencimiento de que, sencillamente, se habían equivocado. Algunos han penado su arrepentimiento de por vida, como una autocondena moral.
Pero los Samaranch -los Martín Villa-, no. Se tienen por prodigios de maleabilidad. Y es cierto: cambian cuanto haga falta para adaptarse al espacio disponible. Para seguir siempre en el mismo sitio: del lado del Poder, lo ejerza quien lo ejerza. La cosa es no dejar de sentarse en la parte de detrás del coche, con el chófer delante.
Por eso no tiene nada de sorprendente que el anciano falangista haya dedicado el último tramo de su carrera pública a defender la candidatura de Pekín para los Juegos Olímpicos del 2008. No lo ha hecho porque tenga debilidad por las dictaduras: a él, las dictaduras le dan igual. Lo que ha hecho es representar a capa y espada los intereses de las multinacionales, que quieren abrirse camino en el mercado más grande del mundo. Ha actuado, por enésima vez en su existencia, como lacayo de quienes tienen la sartén por el mango. Y le importa una higa a quiénes estén friendo en la sartén.
DOS:
TRES:
SAMARANCH
Artículo del 16 de Julio del 2001 de Javier Ortíz
A sus amigos les resulta desagradable que algunos recordemos que Juan Antonio Samaranch -que hoy abadona la Presidencia del Comité Olímpico Internacional, después de dos décadas en el cargo- proviene de las filas del franquismo militante. Pero es un hecho. Fue un prominente jerarca franquista, a quien el Caudillo colocó en cargos de relevancia. Algunos, con considerable autoridad en materia de orden público. Represiva, vamos.
«Un fascista», dicen algunos. No; no exactamente. Para ser fascista hace falta tener ideas propias. Samaranch, como muchos otros jerarcas franquistas posteriormente reconvertidos, ha sido toda su vida un burócrata sin principios, siempre dispuesto a amoldarse a las necesidades del Poder. ¿Que el Poder es fascista, viste camisa azul y saluda brazo en alto? Pues él se apunta, y tan a gusto. ¿Que el Poder manda encarcelar a los demócratas? Pues nada, a encarcelarlos, y sin perder la sonrisa. ¿Que ya no, que ahora toca hablar bien de la democracia? Pues se baja el brazo, se cambia de camisa, se habla bien de la democracia y a correr. Todo sea por la buena marcha del negocio. La cosa es no dejar de estar arriba.
Que es lo que ha hecho él desde hace medio siglo.
«Todo el mundo tiene derecho a cambiar», se me objetará. Pues claro. Pero hay modos y modos de cambiar. Joaquín Ruiz Giménez, que ahora preside no sé qué de la Unicef, fue ministro de Franco. Hasta que se hizo consciente del horror. Entonces abandonó sus prebendas y se pasó al campo del antifranquismo. No diré yo que se hizo un activista feroz, pero adoptó una posición digna. Lo propio cabe decir de Pedro Laín, recientemente fallecido. Ellos, como no pocos más, fueron capaces de reflexionar sobre su experiencia, y expresaron su convencimiento de que, sencillamente, se habían equivocado. Algunos han penado su arrepentimiento de por vida, como una autocondena moral.
Pero los Samaranch -los Martín Villa-, no. Se tienen por prodigios de maleabilidad. Y es cierto: cambian cuanto haga falta para adaptarse al espacio disponible. Para seguir siempre en el mismo sitio: del lado del Poder, lo ejerza quien lo ejerza. La cosa es no dejar de sentarse en la parte de detrás del coche, con el chófer delante.
Por eso no tiene nada de sorprendente que el anciano falangista haya dedicado el último tramo de su carrera pública a defender la candidatura de Pekín para los Juegos Olímpicos del 2008. No lo ha hecho porque tenga debilidad por las dictaduras: a él, las dictaduras le dan igual. Lo que ha hecho es representar a capa y espada los intereses de las multinacionales, que quieren abrirse camino en el mercado más grande del mundo. Ha actuado, por enésima vez en su existencia, como lacayo de quienes tienen la sartén por el mango. Y le importa una higa a quiénes estén friendo en la sartén.
Oye, pues no conocía yo ese aspecto de Samarach...