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Nuestro pequeño mundo. Sobre Ingmar Bergman

Estos días he vuelto a ver las películas que más me han interesado de Bergman, artista total del siglo XX que apenas salió de las ciudades de su infancia.
Sus libros, editados por Tusquets, nos muestran la mayoría de los conflictos humanos del siglo XX, desde la perspectiva de una familia sueca que va atravesando este terreno tan difícil. De todos el que prefiero es Las mejores intenciones, que luego llevaría al cine Billie August. Pero donde él se sentía más a gusto era en el teatro. Murió haciendo teatro y hacía ya unos años que no rodaba cine. Uno de los personajes centrales de Fanny y Alexander, el padre de los niños, expone esta pasión con palabras que nos muestran toda la belleza del arte:

Tras las paredes de este teatro está el mundo grande y a veces somos capaces de reflejarlo en nuestro pequeño mundo de manera que podemos ayudar a comprenderlo mejor.

A eso aspiramos, cada uno a nuestra manera: a ofrecer nuestro pequeño mundo personal, para tratar de comprender el mundo grande que nos rodea.
Sin renunciar a la belleza como un ingrediente esencial, al equilibrio ni a la simetría de los planos, Bergman fue un maestro desde sus inicios. Desde muy joven supo que para conocer el presente había que recurrir a la Historia, y así es desde la hermosísima leyenda El manantial de la doncella, o desde la partida de ajedrez que juega con la Muerte en El séptimo sello. Pero el mejor Bergman es el que trata de los conflictos más humanos:
Los de una juventud fría y sin ideales, y quizá también sin culpas, en Un verano con Mónica, la primera de sus películas que fascinó a Woody Allen, donde Harriet Andersson es la chica que desea evadirse de las normas y arrastra con ella a quien la ama a un destino mediocre y desdichado.

Un verano con Mónica
Y los conflictos de madurez en Secretos de un matrimonio, con escenas espectaculares. Una madurez que tampoco sabemos a donde nos lleva, porque lo que Bergman siente es que no sabemos qué queremos y así es muy difícil acertar.
Fanny y Alexander, supone la mirada de dos niños sobre el mundo de los mayores, dos niños que pasan directamente del paraíso al infierno con la muerte del padre y el posterior matrimonio de la madre. Hay mucho de la infancia del propio director. La vejez tampoco escapa al objetivo implacable de Bergman: Fresas salvajes, ese repaso que hace de su vida el catedrático que cree que ha triunfado en la vida y que es respetado por todos, y de pronto descubre que no es así, que todo lo que daba por cierto es mentira.
Bergman era un hombre digno. Últimamente pienso mucho en la dignidad.

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PACO HUELVA CALA
PACO HUELVA CALA dice:
14/02/2010 20:54

Rafa, hablar de Bergman es hacerlo de un maestro. Y encontrar un maestro no es tan fácil, como bien sabes. Entendiendo por la tal cosa alguien que persigue la perfección y enseña no sólo con las palabras sino con los gestos y los hechos. Y ahí está ese ramillete de obras de arte del que hablas. Impecables en su ejecución y por las que el tiempo se filtrará sin tocarlas en esencia, eso es arte.

Rafael Suarez Placido
Rafael Suarez Placido dice:
18/02/2010 23:11

Paco, yo creo que Bergman es el maestro. Eso sí, en ocasiones habrá otros que nos lleguen más. Pero la obra de Bergman siempre, siempre, estará ahí.
Un abrazo y gracias por estar.