Flumina (2014)
La verdad y la poesía. Todas las demás variantes de la literatura son mentiras piadosas con uno mismo y con el mundo.
La poesía no es verdad, pero tiende a la verdad posible: la verdad camuflada.
Escribió Nietzsche que la poesía es una forma sofisticada del poder.
¿Podemos inventar nuestras vidas?
Es fácil escribir un poema y esperar a que se den varias coincidencias improbables: la primera, que alguien lo lea; la segunda, que además de leerlo, lo comprenda; la tercera, que eso que el lector ha comprendido coincida con la verdad que uno quería mostrar.
¿Queremos mostrar la verdad?
Hemos hablado de la mentira y el diario. Es imposible llevar un diario verdadero. ¿Es necesaria la verdad en un diario? Mirando alrededor podríamos pensar que no es necesaria.
Imaginemos algo: pensemos que vamos a escribir un texto que sabemos que nunca nadie va a leer. ¿Seríamos así más sinceros? Escribe como si supieras que nadie va a leer jamás estos versos.
¿Puedes superar tener que leerlos tú mismo?
Hoy es un día tan bueno como cualquier otro para dejar de escribir.
He decidido dejar de escribir cada uno de los días de estos últimos meses, pero se ve que soy poco firme en estas decisiones tan mías.
Hoy me han dado un mes más de baja. Me han dicho, incluso, que podría no volver a trabajar. Y lo peor es que yo me veo normal, como siempre me he visto. Claro que también me encontraba perfectamente el pasado diecinueve de noviembre. Recuerdo que fue un día muy bonito, un gran día.
Recuerdo que fui a comprar una botella de Johnny Walker etiqueta negra.
Ese día llegué a casa con unas ganas terribles de seguir escribiendo. Incluso pensé que escribiría un poco todos los días de mi vida, que llevaría un Diario. Algunos de estos textos podrían haber sido notas de ese Diario.
Un amigo dice que cada vez se me entiende menos. Me compara con algún adalid del hermetismo. Quizá sea por eso, porque cada día es una lucha inmensa, enorme, colosal para seguir escribiendo. Cada día es una lucha agotadora para seguir escribiendo.
Odio el sumial. Sí, sé que es fuente de vida, pero lo odio. Probablemente incluso sea por eso. Son apenas las once. Es la hora de la insulina lenta. Y estoy escribiendo unas líneas que mañana leeré.
Abrir las ventanas, dejar que entre la luz y quedarme en silencio. Estos días, además, el frío. No hay tantos ruidos que vengan de la calle. Se diría que están congelados. No me asusta el frío. El frío es evitable en el sur. Y se soporta. Otra cosa es el calor. Los ruidos congelados.
La luz y el silencio son motivos poéticos para algunos. Para mí no lo son. Si acaso son condiciones necesarias. Me aburre la poesía paisajística. Necesito que el poema me cuente algo de su autor.
¿El paisaje es parte del autor? Es posible. En ese caso, me aburren los poetas que evocan los paisajes sin más. Otra cosa es que el paisaje se haga fuerte y se adueñe del poema y lo inunde todo y sea inevitable, porque en ese caso también se hace inevitable para mí: el paisaje sin darme cuenta del paisaje.
Prefiero las ciudades a los campos. Y, dentro de las ciudades, los interiores a los exteriores. Los bares, los salones, las aulas, casi más las librerías, una habitación, quizás el dormitorio o la cocina incluso. Nada es indigno de llegar a ser motivo poético.
"Se pregunta el crítico sobre el por qué alguien "que alojaba en su cuerpo desmembrado la madera de un poeta nacional", se desplaza de Madrid a La Laguna." El crítico es Domingo Pérez Mink, el poeta, Manuel Verdugo y el texto que entrecomillo de José Carlos Cataño. Yo me pregunto: ¿y qué hacía en Madrid pudiendo haber estado en La Laguna?
Cada uno tiene su propia y personal Mitología y a ella contribuyen los datos más peregrinos. Nada es mejor que nada.
Mi aventura personal.
Yo también volvería a La Laguna.
Escucho a Ryuichi Sakamoto y Christian Fennesz. Escucho el disco Flumina. Quiero volver a escucharlo y todavía no ha terminado la primera audición. Pero sé que quiero más.
Relajación que precede a la batalla.
Hay algo que presagia un comienzo terrible y esperanzador, algo como lo que estamos viviendo tú y yo, alejados del mundo, solos tú y yo: terrible pero me gusta; esperanzador pero que da miedo. El mar que avanza contra la roca, la roca pulida que fluye sola, creando formas. El contorno del mar contra la roca. ¿Y tú cómo lo dirías? El gris azulado es el color. Del cielo sólo se percibe el reflejo. No hay más cielo que el que se refleja en el mar o en la roca. No hay personas. Sólo miradas reflejadas. Sólo huellas de miradas reflejadas que fluyen. Flumina.
Olas. Diferentes. Sueñan. Levedad. Todas las olas suenan diferente y me conducen por caminos de levedad. Sueños de levedad. Sueños y sonidos. Mi casa es una isla y yo no existo fuera. Mi casa, enmarcada por las olas. Tengo que situarme: Vegueta. Pongamos que ese es el barrio escogido. Podría ser otro, pero es ese. Incluso está escogida la calle: Pedro Díaz. ¿Qué tiene esa calle? Da a la plaza de Santo Domingo y sube. Te gustará.
Necesito ser claro y no ceso de elucubrar. No dejo de mezclar lo onírico con lo real: los recuerdos con los sueños y deseos. El otro día me preguntó alguien en qué ciudad viviría. Respondí sin pensarlo demasiado. Dije dos nombres. Las Palmas de Gran Canaria y Gijón. ¿Qué tienen en común? No común en mi Mitología personal, sino entre sí. Playas en la ciudad: Las Canteras y San Lorenzo. Barrios como Vegueta y Cimadevilla. Algo de estilo colonial. Alegría. Yo he sido feliz en ambas y también he sido desgraciado en los dos sitios. Tristeza. Club Náutico. Alguien habló conmigo. Le extrañó esa respuesta. Alguien, que ha vivido en varias ciudades y conocía ambas, me dijo que él sí viviría en Vegueta. No en Las Palmas: en Vegueta. Las Palmas. Japón me está esperando en Las Palmas. Soy japonés canario.
A veces las palabras se convierten en música. Yo aspiro a ese sueño. No, la música no es superior a la palabra. Flumina es música, es palabra y es también agua. Pero todo unido es menos que la palabra. El agua fluye. Las palabras también. Yo las sigo. A veces escucho sonidos con significado concreto; a veces es todo más abstracto. Las corrientes subterráneas. En realidad, todos deseamos formar parte de esas corrientes subterráneas. Nos interesa poco la superficie. A mí nada. Yo aspiro al sueño de ser parte de las corrientes subterráneas. Ya estoy en el silencio. Descanso en paz.
Si abro un túnel en Sevilla y me desvío un poco del centro de la Tierra, apareceré en Japón. Una corriente que me lleve a Japón. Pero antes tendría que pasar por La Palma. ¿Es 2006? ¿Qué queda de 2006? En 2006 alguien quería cambiar mi cama por un tatami y quedarse a mi lado. Mi casa, mi vida es un tatami. Me prometió que dormiría a mis pies.
Hoy mis Islas están algo más alejadas del resto del mundo.
Hoy mis Islas están más alejadas del resto del mundo.
Unos días en el piso son suficientes para comprobar los efectos del tiempo: la soledad, el frío, la oscuridad. No había vuelto más que un par de veces, a traer o llevarme algunas cosas: el ordenador, algunos libros. El piso ha estado vacío todo el invierno, aislado. El piso, como mi alma.
Los libros estaban solos. Sentían frío. Ya nadie los leía. Ni había quien los quisiera.
Dejé algunas luces encendidas. Se ha ido la luz. Una alegría: la planta del dinero ha resistido. No sé si hubiera aguantado más días aún. Todo sigue a contracorriente.
El piso está apagado.
Habría que ir habitándolo, poco a poco. Pero hace tanto frío...
No quiero volver a habitar ese piso.
Repaso los libros de las cajas que me ha traído J. L. de Asturias. Una joya, un auténtico tesoro: las dos cajas de libros han estado reanimando este fin de semana mi casa.
Odio a la gente que dice: "¡Temazo!", o "¡discazo!, o "¿sí o qué?", igual que antes me ocurría con los que decían: "en verdad". Voy ganando enteros en intolerancia.
La música va convenciendo a la mente que la escucha. Las palabras también tratan de hacerlo, desde que alguien las dispone en un papel en blanco. No es fácil convencer a nadie de que es mejor escuchar o leer que no hacer nada.
¿Por qué es mejor escuchar música que el silencio?
¿Por qué es mejor leer un poema que el vacío?
¿Por qué es mejor algo que nada?
A mí, es que el vacío y el silencio me evocan la muerte. No puedo evitarlo. Así que cada vez que leo o escucho música, siento que estoy más vivo. Tendría que fomentar más mi modo oriental de ver la vida.
Estos días hay unanimidad en algo: Quique Camoiras fue un actor genial. Hace unas semanas, era Manuel Fraga el ejemplo de buen demócrata que había que seguir.
Perder algo de ti.
He pasado la vida tratando de aprender a usar las palabras. He llegado a este punto, pero he perdido algo muy valioso en el camino. Te he perdido a ti. Y tengo frío. Y ni siquiera puedo decir que conozca el secreto de las palabras. Sí, sé que hubo una época diferente. Hablábamos a menudo de ello. Pasábamos el día entero juntos, hablando de la vida secreta de las palabras.
Nadie lo comprendía. Nadie te conocía.
Años después, volver a buscar el camino de las palabras. Las palabras, la poesía. Las palabras son lo que permanece cuando me levanto de esta silla. Lo que me llega mientras leo. La música, el mar, el secreto. Lo que no es la nada. Hubo un tiempo en que también era el desierto. La vida. Intento recordar el pasado. Pero sé que sólo soy lo que ves ahora, lo que lees ahora. No hay ni antes, ni después.
Recuerdo aquel amigo que hablaba de sus miedos con tanta soltura, que parecía que no fueran miedos reales. Jung hablaría de "afirmación del terror". Ya ves, hay algo de eso.
¿Qué sabes tú de Jung?
Asociación: Jung - Freud. Error, la asociación real es Jung - Sabine Spielrein. Ahí está la explicación de todo.
Paso el tiempo tratando de recordar cosas que ocurrieron y las sensaciones que me producían. A veces, también las sensaciones que me producen ahora, si las recuerdo con nitidez. No siempre pasa, pero cuando siempre ocurre es cuando escribo.
Escribo las sensaciones que me llegan del recuerdo.
No te reconozco, pero recuerdo haber sentido esto antes.
¿Qué es lo más triste que puede llegar a pasar?
Veo la foto de una joven mujer japonesa. Está vestida con un kimono. Destaca el obi poderoso y también el pelo, extendido sobre la mejilla derecha. Es hermosa la foto y es hermosa, también, la mujer. Sonríe ampliamente, como no suelen sonreír las mujeres japonesas con kimono, que siempre guardan tan discretamente las formas. Y se puede leer, a pie de foto: "Tanabe Shimeko, fallecida en la primera tentativa de "suicidio en pareja" de Dazai."
A veces las palabras nos arrastran con ellas. No juzgo ni pretendo nada parecido, pero me pregunto cómo pudo seguir viviendo Osamu Dazai. El hecho es que él vivió unos veinte años más y falleció en 1948, quitándose la vida junto a su amante de entonces. Volvió a intentarlo, implicando consigo a su nueva pareja.
A veces las palabras nos arrastran con ellas, las palabras y las imágenes. ¿Estamos dispuestos a sumergirnos en ellas? A veces las historias reales son mucho más elocuentes que las que nos imaginamos. Dicen más y mejor. Y, a veces, no creamos: tan sólo nos acercamos a las afueras de la realidad. Un caudal de palabras que fluye y nos arrastra con ellas. Son palabras-río. Es el viento. No siempre es posible permanecer al margen, ni alejarse del cauce de la corriente. Cada vez que leo una historia que me gusta me transformo en otra persona y la vivo. Me alejo de mi vida y vivo esa otra vida. La literatura es una impostura. Yo soy un impostor. Casi siempre los lectores somos los impostores.
¿Quién soy en esta historia? ¿Soy Tanabe Shimeko o soy Osamu Dazai?
Soy ambos. Soy la corriente que fluye de un lado a otro. Nada puede detenerme y cuando apague la luz, todo desaparecerá.
Sí, también pensé en ti cuando leía la historia de Osamu Dazai.
No hay nada más triste que estar al margen. No hay nada peor que las afueras.
Ojalá hubiera sido todo diferente.
Escribo sobre lo que le ocurrió a Tanabe Shimeko y ocurre que mañana se cumple un año del tsunami y el desastre nuclear de Fukushima. Tras escribir que lo más triste que le puede a uno pasar es lo que le ocurrió a Tanabe Shimeko, hay que afrontar las miles de muertes de Fukushima, las miles de historias personales que acabaron en Fukushima. Tengo en una mano Ocho escenas de Tokio, de Osamu Dazai, y en la otra Cartas desde el fin del mundo, de Toyofumi Ogura. Quien asuma la inevitabilidad de lo ocurrido hace un año tendrá que convenir en que lo de Hiroshima, ese fin del mundo que revive Ogura en su libro, sí fue obra de los hombres. De los mismos hombres a los que aplaudimos cuando salvaron el mundo. Sólo un botón o una palanca y decenas de miles de muertos, y al día siguiente, otra vez. ¿Qué es lo más triste?
Y, sin embargo, continúo mirando la foto de Tanabe Shimeko, la camarera de diecinueve años que murió quitándose la vida, arrojándose al mar junto a su amante, Osamu Dazai. Esto sería terrible, así, sin más. Dos jóvenes amantes que se suicidan. Aunque la historia esté llena de casos así y la literatura también. Aunque lo que es habitual parece que pierde relevancia. Sólo cuando ocurre algo imprevisto, nos llama la atención. Y así es en esta ocasión. Lo que hace aquel suicidio aun más terrible es que Osamu Dazai no falleció: fue salvado de la muerte por unos pescadores. Es cierto que puede ocurrir, en ese momento, algo que lo tuerce todo. Él no escogió vivir. ¿Para qué? ¿Para recordar cada día de su vida que se apagó, por su culpa, aquella sonrisa?
No sé qué edad tenía entonces Dazai, pero sí sé que falleció, definitivamente, con apenas treinta y nueve años. Y ocurrió en otro suicidio junto a su amante de entonces. Durante un tiempo, se pensó que no fue así, que él fue asesinado por ella y luego ella se dio muerte. No pudo demostrarse nada. Queda la incógnita.
Toda esa historia me recordaba algo que había leído recientemente.
Estos días leo. Pocas cosas cambian. Leo algunos libros que van saliendo nuevos y otros que siempre han estado aquí acompañándome. Estoy paralizado con Ocho escenas de Tokio, una antología de relatos de Ozamu Dazai que aún no conocía. Estoy paralizado con lo que hay detrás de esos relatos y estoy, igualmente, horrorizado con Menos que uno, de Joseph Brodsky, que es hace años uno de mis libros favoritos, de referencia, pero que no recordaba tan crudo como me está pareciendo esta vez. Quizá sea yo el único que está cambiando. Realmente, pocas cosas cambian. Sólo yo estoy cambiando. Sólo yo soy otro. Hace años que no amo. Hace años, también, que no me ilusiono con nadie.
Ya sé que quieres que hablemos de la maldad, para que empecemos a proyectar lo buenos y dignos que somos sin que parezca tampoco algo demasiado evidente. Pero lo siento, ni soy bueno, ni pretendo parecérselo a nadie. Ni a ti, ni siquiera a mí. Ya dejé de engañarme. Y la dignidad no me parece algo que se valore demasiado. No creo en la bondad de las personas. Detesto a los que van de buenos. Nunca volveré a leer la Biblia. Me arrancaría los ojos antes de hacerlo, porque sé que es mentira. Y, además, me aburre. Todo es mentira.
Sí, también esos relatos de los que tanto hablamos y escribimos son mentira, pero nadie trata de engañarnos con ellos. Y quien sí trata de hacerlo, es tan torpe que no engañaría más que al noventa y nueve por ciento de los hombres. Yo soy el otro uno por ciento. A mí no me engañarán. Y si acaso, sólo lo hará quien yo desee que lo haga y será a cambio de placer, de todo el placer. ¿Sabes tú qué es el placer? Yo no lo sé, pero lo espero.
Estas notas son el constante aplazamiento de algo importante. Sólo las escribo porque quiero que se sepan.
Tendré que recorrer las bibliotecas buscando ejemplares de mi libro. Es posible que en Huelva encuentre más de uno. Y tengo algún amigo al que quisiera hacérselo llegar. ¿Quién nos los iba a decir? ¿Tú no tendrías alguno de sobra? Cuatro años han pasado y ya es una quimera encontrarlo.
"Estaba tratando de vaciar el mar con una taza de té." Y el mar es inmenso. Y yo, prácticamente, no soy nada.
¿Qué es mejor: estar o no estar? Para los demás, no sé; para mí, no estar, desde hace seis años.
El vuelo... ¿de qué vuelo me hablas? Aún no has empezado a andar y ya estás lejos.
¿Quieres ayudarme a tratar de vaciar el mar?
Me asomo al balcón y veo paraguas. Me fijo un poco más y veo que las calles están algo mojadas. Ha llovido esta noche y ha continuado haciéndolo casi toda la mañana.
Poco a poco van cambiando los síntomas. Todo se va aclarando. Anteayer estaba en una mesa de quirófano, mirando al personal y pensando que tenía que dormirme antes de que empezaran, y hoy estoy en casa.
Parecía que iban a empezar y yo todavía estaba despierto. Esa sensación de llegar siempre tarde. Me veía ayudando, sosteniendo las pinzas o alguna gasa. La yugular. La clave iba a ser la yugular. Al fin me iba a enterar de donde estaba la yugular. Y desde ahí, en un viaje alucinante a través de mi cuerpo, más o menos humano, hasta el hígado.
Ahora fluyen las notas, fluyen los sonidos y silencios. Hubo un momento, como siempre pasa, en que me quedé dormido y desperté en otro sitio. Y había alguien que me hablaba. Parecía que llevaba un buen rato hablando. Es la vida. Despertar en otro sitio es la vida. Despertar y volver a oír el silencio de una voz que no se entiende.
Despertar y permanecer en la duermevela.
Poco a poco van cambiando los síntomas. Ahora parece que algunas cosas comienzan a ir bien.
Despertar y empezar a sentir que todo va a ir bien.
Llegué a casa, estuve un rato con mis padres, me senté frente al ordenador y me puse a escribir. Mis dedos bailaban sobre el teclado. Parecía como si hubiese estado bebiendo y hubiera perdido el juicio, pero sólo venía del hospital. Lo de perder el juicio sí es posible que me ocurra últimamente, mientras escribo. De hecho, si pudiera hacerlo, la mayoría de las veces borraría todo lo escrito y, probablemente, el mundo me lo agradecería. Incluso yo mismo me lo agradecería. Sobre todo yo, que también tengo esos momentos de dignidad. Pero he llegado a ese pacto conmigo mismo: no borrar nada. Si acaso, corregir, pero no borrar nada. Ese pacto es necesario, porque casi siempre escribo cosas de las que me avergí¼enzo luego.
Llegué a casa, después de pasar un par de días en el hospital. Llegué cansado y con ganas de ver a mis padres, pero me puse a escribir. Supongo que lo de cansado es por la anestesia que, milagrosamente, llegó a tiempo. Siempre me parece que los cirujanos van a empezar conmigo despierto. Me veo ayudando a los cirujanos durante la intervención. Supongo que nos pasa a todos. Lo de ver a mis padres es porque salí de casa, sin tenerlas todas conmigo y, además, sé que ellos querrían haber venido al hospital, aunque sólo hubieran pasado unas horas. Somos unos sentimentales. Parecía que me había acostado, todos pensaban que me había acostado, pero estaba escribiendo.
¿Cumpliré ese pacto?
Supongo que algunos escritores tendrán que justificar toda su obra apoyándose en lo bien escrita que esté. Yo, desde luego, no. No podría, pero es que, además, no es demasiado importante para mí. Es como cuando estás escuchando una canción y oyes: "¡Qué voz!" Casi siempre se refieren a lo mismo, a que el intérprete tiene un torrente de voz. A mí eso me da absolutamente igual. No conozco casos en que a la gran voz me despierte algún interés en la interpretación, en lo que dice si es que dice algo, en cómo lo dice.
Hace unas semanas me escribías ensalzándome la prosa de A. T. A continuación me decías que mentía constantemente en sus diarios. A ver, no me decía que sospechaba que mentía, sino que mentía. ¿Podía la prosa excelsa (así la calificabas) suplir esa otra enorme carencia? Es que además cuando miente lo hace siempre para ensalzarse a sí mismo, para babearse, eso sí, dejando caer lo brillante que es y la suerte que tenemos todos de compartir nuestro tiempo... ¿con quién? Con él, claro.
En la escueta pero muy sentida presentación, Joaquín Rodero dijo que le había dado clases en 3º, mientras estudiaba Filología. ¡Qué envidia sentí! Pensé que si me hubiera dado clases a mí, igual me habría entrado el interés por la cultura japonesa mucho más joven y ahora hablaría y leería japonés. Sería otra persona. Lo puedo pensar, pero podría haber pasado o no. Siempre he sido muy dejado, pero entonces lo era aun más. Y no sé si habría pensado como lo hago ahora: que Fernando Rodríguez-Izquierdo Gavala es el nombre más importante de las Letras que ha dado esta bendita ciudad en los últimos años. Su libro, El haiku japonés: historia y traducción, editado por Hiperión es uno de los libros que no debe faltar en la biblioteca de cualquier aficionado al género. Y cuando digo "género" me refiero a la Lírica. Es más aun: me refiero a la Poesía. Si hablamos de Japón, entonces todo esto es tan obvio por evidente que resulta innecesario y redundante.
También ha sido editor. Puso en marcha junto a un par de compañeras la mítica Luna Books, una editorial que publicaba libros en castellano en Kamakura.
Me emociono sólo de imaginarlo.
Quiero esos libros.
Hace un par de semanas hubo un curso en Sevilla: "Iniciación al Haiku Japonés. Interpretación, Composición en Castellano y Traducción", que se inauguraba con su conferencia: Introducción al haiku japonés. Comenzó justo el día de mi dichosa última intervención quirúrgica. Al día siguiente, el martes pasado, hablaba en Madrid sobre Shoei Ooka y Michio Takeyama. Tampoco pude ni plantearme ir. Pero hoy, martes, 28 de marzo, daba una conferencia en el Ateneo de Sevilla sobre Matsuo Bashí´ y su libro Sendas de Oku.
En el camino vi a tipos encapuchados, con cuerdas y cruces, pero huí de ellos. No me lo podía creer, pero aparecieron más. Y más. Pero llegué a tiempo al Ateneo.
Una mujer, que resultó ser Keiko Kawabe, la autora de las caligrafías y haigas que aparecen en 70 haikus y senryí»s de mujer, me dio una hojilla con el programa previsto y una serie de haikus de Bashí´ traducidos por Fernando Rodríguez-Izquierdo.
Lo de la puntualidad japonesa es un tópico. (O quizás sea que se mezcló lo japonés con lo sevillano).
Ahora, eso sí: todos los problemas técnicos que motivaron el retraso se solucionaron cuando trajeron un portátil Toshiba.
Tenía la marca bien puesta y bien grande: TOSHIBA
¿Qué es más hermoso, un portátil Toshiba o este haiku de Bashí´?
Se va la primavera.
Lloran las aves.
Lágrimas en ojos de los peces.
¿Qué es más hermoso, todo el imperio Toshiba o ese haiku de Bashí´? ¿Debo estar agradecido al hombre que me ha acercado este haiku de Bashí´?
Cada vez estoy más convencido de que la diferencia entre un buen o un mal escritor de poesía está en sus lecturas. Sé que esa frase no es demasiado sorprendente. Lo que quizá sí lo sea es el sentido que le doy.
Es imposible que un buen poeta sólo lea a los clásicos, ni a algunos de ellos. A eso me refiero.
Hay que leer novedades, muchas te interesarán menos y otras, pocas, lo harán más. También es posible que a ese buen poeta le interese muy especialmente algún autor menor. No me parece mal. Al contrario, podría incluso llegar a decir que sólo así la poesía que escriba estará viva. No niego que haya alguna excepción, aunque lo aclaro: no conozco ninguna. Los mejores poetas actuales sobrevaloran a poetas de un nivel muy inferior. Pero repito: siempre ha sido así. Sólo así la poesía está viva; sólo así la poesía es verdadera. De ese choque nace la pulsión de escribir. Por eso un poeta no se improvisa ni se educa. O sí, se educa, pero sólo a lo largo del tiempo. Y cuando escribo "tiempo", escribo "vida". Lo que se tarde sí es más relativo. Hay quien es más rápido y hay quien no lo es. Hay también quien llega y quien no llega, pero el camino también tiene sentido. Al lado de cualquier gran poeta siempre hubo un maestro más mediocre. Y al lado de este pudo incluso haber alguien que fue más mediocre aun. A veces hay saltos. No estamos tratando con las matemáticas, hablamos de Poesía.
La poesía no es verdad, pero tiende a la verdad posible: la verdad camuflada.
Escribió Nietzsche que la poesía es una forma sofisticada del poder.
¿Podemos inventar nuestras vidas?
Es fácil escribir un poema y esperar a que se den varias coincidencias improbables: la primera, que alguien lo lea; la segunda, que además de leerlo, lo comprenda; la tercera, que eso que el lector ha comprendido coincida con la verdad que uno quería mostrar.
¿Queremos mostrar la verdad?
Hemos hablado de la mentira y el diario. Es imposible llevar un diario verdadero. ¿Es necesaria la verdad en un diario? Mirando alrededor podríamos pensar que no es necesaria.
Imaginemos algo: pensemos que vamos a escribir un texto que sabemos que nunca nadie va a leer. ¿Seríamos así más sinceros? Escribe como si supieras que nadie va a leer jamás estos versos.
¿Puedes superar tener que leerlos tú mismo?
Hoy es un día tan bueno como cualquier otro para dejar de escribir.
He decidido dejar de escribir cada uno de los días de estos últimos meses, pero se ve que soy poco firme en estas decisiones tan mías.
Hoy me han dado un mes más de baja. Me han dicho, incluso, que podría no volver a trabajar. Y lo peor es que yo me veo normal, como siempre me he visto. Claro que también me encontraba perfectamente el pasado diecinueve de noviembre. Recuerdo que fue un día muy bonito, un gran día.
Recuerdo que fui a comprar una botella de Johnny Walker etiqueta negra.
Ese día llegué a casa con unas ganas terribles de seguir escribiendo. Incluso pensé que escribiría un poco todos los días de mi vida, que llevaría un Diario. Algunos de estos textos podrían haber sido notas de ese Diario.
Un amigo dice que cada vez se me entiende menos. Me compara con algún adalid del hermetismo. Quizá sea por eso, porque cada día es una lucha inmensa, enorme, colosal para seguir escribiendo. Cada día es una lucha agotadora para seguir escribiendo.
Odio el sumial. Sí, sé que es fuente de vida, pero lo odio. Probablemente incluso sea por eso. Son apenas las once. Es la hora de la insulina lenta. Y estoy escribiendo unas líneas que mañana leeré.
Abrir las ventanas, dejar que entre la luz y quedarme en silencio. Estos días, además, el frío. No hay tantos ruidos que vengan de la calle. Se diría que están congelados. No me asusta el frío. El frío es evitable en el sur. Y se soporta. Otra cosa es el calor. Los ruidos congelados.
La luz y el silencio son motivos poéticos para algunos. Para mí no lo son. Si acaso son condiciones necesarias. Me aburre la poesía paisajística. Necesito que el poema me cuente algo de su autor.
¿El paisaje es parte del autor? Es posible. En ese caso, me aburren los poetas que evocan los paisajes sin más. Otra cosa es que el paisaje se haga fuerte y se adueñe del poema y lo inunde todo y sea inevitable, porque en ese caso también se hace inevitable para mí: el paisaje sin darme cuenta del paisaje.
Prefiero las ciudades a los campos. Y, dentro de las ciudades, los interiores a los exteriores. Los bares, los salones, las aulas, casi más las librerías, una habitación, quizás el dormitorio o la cocina incluso. Nada es indigno de llegar a ser motivo poético.
"Se pregunta el crítico sobre el por qué alguien "que alojaba en su cuerpo desmembrado la madera de un poeta nacional", se desplaza de Madrid a La Laguna." El crítico es Domingo Pérez Mink, el poeta, Manuel Verdugo y el texto que entrecomillo de José Carlos Cataño. Yo me pregunto: ¿y qué hacía en Madrid pudiendo haber estado en La Laguna?
Cada uno tiene su propia y personal Mitología y a ella contribuyen los datos más peregrinos. Nada es mejor que nada.
Mi aventura personal.
Yo también volvería a La Laguna.
Escucho a Ryuichi Sakamoto y Christian Fennesz. Escucho el disco Flumina. Quiero volver a escucharlo y todavía no ha terminado la primera audición. Pero sé que quiero más.
Relajación que precede a la batalla.
Hay algo que presagia un comienzo terrible y esperanzador, algo como lo que estamos viviendo tú y yo, alejados del mundo, solos tú y yo: terrible pero me gusta; esperanzador pero que da miedo. El mar que avanza contra la roca, la roca pulida que fluye sola, creando formas. El contorno del mar contra la roca. ¿Y tú cómo lo dirías? El gris azulado es el color. Del cielo sólo se percibe el reflejo. No hay más cielo que el que se refleja en el mar o en la roca. No hay personas. Sólo miradas reflejadas. Sólo huellas de miradas reflejadas que fluyen. Flumina.
Olas. Diferentes. Sueñan. Levedad. Todas las olas suenan diferente y me conducen por caminos de levedad. Sueños de levedad. Sueños y sonidos. Mi casa es una isla y yo no existo fuera. Mi casa, enmarcada por las olas. Tengo que situarme: Vegueta. Pongamos que ese es el barrio escogido. Podría ser otro, pero es ese. Incluso está escogida la calle: Pedro Díaz. ¿Qué tiene esa calle? Da a la plaza de Santo Domingo y sube. Te gustará.
Necesito ser claro y no ceso de elucubrar. No dejo de mezclar lo onírico con lo real: los recuerdos con los sueños y deseos. El otro día me preguntó alguien en qué ciudad viviría. Respondí sin pensarlo demasiado. Dije dos nombres. Las Palmas de Gran Canaria y Gijón. ¿Qué tienen en común? No común en mi Mitología personal, sino entre sí. Playas en la ciudad: Las Canteras y San Lorenzo. Barrios como Vegueta y Cimadevilla. Algo de estilo colonial. Alegría. Yo he sido feliz en ambas y también he sido desgraciado en los dos sitios. Tristeza. Club Náutico. Alguien habló conmigo. Le extrañó esa respuesta. Alguien, que ha vivido en varias ciudades y conocía ambas, me dijo que él sí viviría en Vegueta. No en Las Palmas: en Vegueta. Las Palmas. Japón me está esperando en Las Palmas. Soy japonés canario.
A veces las palabras se convierten en música. Yo aspiro a ese sueño. No, la música no es superior a la palabra. Flumina es música, es palabra y es también agua. Pero todo unido es menos que la palabra. El agua fluye. Las palabras también. Yo las sigo. A veces escucho sonidos con significado concreto; a veces es todo más abstracto. Las corrientes subterráneas. En realidad, todos deseamos formar parte de esas corrientes subterráneas. Nos interesa poco la superficie. A mí nada. Yo aspiro al sueño de ser parte de las corrientes subterráneas. Ya estoy en el silencio. Descanso en paz.
Si abro un túnel en Sevilla y me desvío un poco del centro de la Tierra, apareceré en Japón. Una corriente que me lleve a Japón. Pero antes tendría que pasar por La Palma. ¿Es 2006? ¿Qué queda de 2006? En 2006 alguien quería cambiar mi cama por un tatami y quedarse a mi lado. Mi casa, mi vida es un tatami. Me prometió que dormiría a mis pies.
Hoy mis Islas están algo más alejadas del resto del mundo.
Hoy mis Islas están más alejadas del resto del mundo.
Unos días en el piso son suficientes para comprobar los efectos del tiempo: la soledad, el frío, la oscuridad. No había vuelto más que un par de veces, a traer o llevarme algunas cosas: el ordenador, algunos libros. El piso ha estado vacío todo el invierno, aislado. El piso, como mi alma.
Los libros estaban solos. Sentían frío. Ya nadie los leía. Ni había quien los quisiera.
Dejé algunas luces encendidas. Se ha ido la luz. Una alegría: la planta del dinero ha resistido. No sé si hubiera aguantado más días aún. Todo sigue a contracorriente.
El piso está apagado.
Habría que ir habitándolo, poco a poco. Pero hace tanto frío...
No quiero volver a habitar ese piso.
Repaso los libros de las cajas que me ha traído J. L. de Asturias. Una joya, un auténtico tesoro: las dos cajas de libros han estado reanimando este fin de semana mi casa.
Odio a la gente que dice: "¡Temazo!", o "¡discazo!, o "¿sí o qué?", igual que antes me ocurría con los que decían: "en verdad". Voy ganando enteros en intolerancia.
La música va convenciendo a la mente que la escucha. Las palabras también tratan de hacerlo, desde que alguien las dispone en un papel en blanco. No es fácil convencer a nadie de que es mejor escuchar o leer que no hacer nada.
¿Por qué es mejor escuchar música que el silencio?
¿Por qué es mejor leer un poema que el vacío?
¿Por qué es mejor algo que nada?
A mí, es que el vacío y el silencio me evocan la muerte. No puedo evitarlo. Así que cada vez que leo o escucho música, siento que estoy más vivo. Tendría que fomentar más mi modo oriental de ver la vida.
Estos días hay unanimidad en algo: Quique Camoiras fue un actor genial. Hace unas semanas, era Manuel Fraga el ejemplo de buen demócrata que había que seguir.
Perder algo de ti.
He pasado la vida tratando de aprender a usar las palabras. He llegado a este punto, pero he perdido algo muy valioso en el camino. Te he perdido a ti. Y tengo frío. Y ni siquiera puedo decir que conozca el secreto de las palabras. Sí, sé que hubo una época diferente. Hablábamos a menudo de ello. Pasábamos el día entero juntos, hablando de la vida secreta de las palabras.
Nadie lo comprendía. Nadie te conocía.
Años después, volver a buscar el camino de las palabras. Las palabras, la poesía. Las palabras son lo que permanece cuando me levanto de esta silla. Lo que me llega mientras leo. La música, el mar, el secreto. Lo que no es la nada. Hubo un tiempo en que también era el desierto. La vida. Intento recordar el pasado. Pero sé que sólo soy lo que ves ahora, lo que lees ahora. No hay ni antes, ni después.
Recuerdo aquel amigo que hablaba de sus miedos con tanta soltura, que parecía que no fueran miedos reales. Jung hablaría de "afirmación del terror". Ya ves, hay algo de eso.
¿Qué sabes tú de Jung?
Asociación: Jung - Freud. Error, la asociación real es Jung - Sabine Spielrein. Ahí está la explicación de todo.
Paso el tiempo tratando de recordar cosas que ocurrieron y las sensaciones que me producían. A veces, también las sensaciones que me producen ahora, si las recuerdo con nitidez. No siempre pasa, pero cuando siempre ocurre es cuando escribo.
Escribo las sensaciones que me llegan del recuerdo.
No te reconozco, pero recuerdo haber sentido esto antes.
¿Qué es lo más triste que puede llegar a pasar?
Veo la foto de una joven mujer japonesa. Está vestida con un kimono. Destaca el obi poderoso y también el pelo, extendido sobre la mejilla derecha. Es hermosa la foto y es hermosa, también, la mujer. Sonríe ampliamente, como no suelen sonreír las mujeres japonesas con kimono, que siempre guardan tan discretamente las formas. Y se puede leer, a pie de foto: "Tanabe Shimeko, fallecida en la primera tentativa de "suicidio en pareja" de Dazai."
A veces las palabras nos arrastran con ellas. No juzgo ni pretendo nada parecido, pero me pregunto cómo pudo seguir viviendo Osamu Dazai. El hecho es que él vivió unos veinte años más y falleció en 1948, quitándose la vida junto a su amante de entonces. Volvió a intentarlo, implicando consigo a su nueva pareja.
A veces las palabras nos arrastran con ellas, las palabras y las imágenes. ¿Estamos dispuestos a sumergirnos en ellas? A veces las historias reales son mucho más elocuentes que las que nos imaginamos. Dicen más y mejor. Y, a veces, no creamos: tan sólo nos acercamos a las afueras de la realidad. Un caudal de palabras que fluye y nos arrastra con ellas. Son palabras-río. Es el viento. No siempre es posible permanecer al margen, ni alejarse del cauce de la corriente. Cada vez que leo una historia que me gusta me transformo en otra persona y la vivo. Me alejo de mi vida y vivo esa otra vida. La literatura es una impostura. Yo soy un impostor. Casi siempre los lectores somos los impostores.
¿Quién soy en esta historia? ¿Soy Tanabe Shimeko o soy Osamu Dazai?
Soy ambos. Soy la corriente que fluye de un lado a otro. Nada puede detenerme y cuando apague la luz, todo desaparecerá.
Sí, también pensé en ti cuando leía la historia de Osamu Dazai.
No hay nada más triste que estar al margen. No hay nada peor que las afueras.
Ojalá hubiera sido todo diferente.
Escribo sobre lo que le ocurrió a Tanabe Shimeko y ocurre que mañana se cumple un año del tsunami y el desastre nuclear de Fukushima. Tras escribir que lo más triste que le puede a uno pasar es lo que le ocurrió a Tanabe Shimeko, hay que afrontar las miles de muertes de Fukushima, las miles de historias personales que acabaron en Fukushima. Tengo en una mano Ocho escenas de Tokio, de Osamu Dazai, y en la otra Cartas desde el fin del mundo, de Toyofumi Ogura. Quien asuma la inevitabilidad de lo ocurrido hace un año tendrá que convenir en que lo de Hiroshima, ese fin del mundo que revive Ogura en su libro, sí fue obra de los hombres. De los mismos hombres a los que aplaudimos cuando salvaron el mundo. Sólo un botón o una palanca y decenas de miles de muertos, y al día siguiente, otra vez. ¿Qué es lo más triste?
Y, sin embargo, continúo mirando la foto de Tanabe Shimeko, la camarera de diecinueve años que murió quitándose la vida, arrojándose al mar junto a su amante, Osamu Dazai. Esto sería terrible, así, sin más. Dos jóvenes amantes que se suicidan. Aunque la historia esté llena de casos así y la literatura también. Aunque lo que es habitual parece que pierde relevancia. Sólo cuando ocurre algo imprevisto, nos llama la atención. Y así es en esta ocasión. Lo que hace aquel suicidio aun más terrible es que Osamu Dazai no falleció: fue salvado de la muerte por unos pescadores. Es cierto que puede ocurrir, en ese momento, algo que lo tuerce todo. Él no escogió vivir. ¿Para qué? ¿Para recordar cada día de su vida que se apagó, por su culpa, aquella sonrisa?
No sé qué edad tenía entonces Dazai, pero sí sé que falleció, definitivamente, con apenas treinta y nueve años. Y ocurrió en otro suicidio junto a su amante de entonces. Durante un tiempo, se pensó que no fue así, que él fue asesinado por ella y luego ella se dio muerte. No pudo demostrarse nada. Queda la incógnita.
Toda esa historia me recordaba algo que había leído recientemente.
Estos días leo. Pocas cosas cambian. Leo algunos libros que van saliendo nuevos y otros que siempre han estado aquí acompañándome. Estoy paralizado con Ocho escenas de Tokio, una antología de relatos de Ozamu Dazai que aún no conocía. Estoy paralizado con lo que hay detrás de esos relatos y estoy, igualmente, horrorizado con Menos que uno, de Joseph Brodsky, que es hace años uno de mis libros favoritos, de referencia, pero que no recordaba tan crudo como me está pareciendo esta vez. Quizá sea yo el único que está cambiando. Realmente, pocas cosas cambian. Sólo yo estoy cambiando. Sólo yo soy otro. Hace años que no amo. Hace años, también, que no me ilusiono con nadie.
Ya sé que quieres que hablemos de la maldad, para que empecemos a proyectar lo buenos y dignos que somos sin que parezca tampoco algo demasiado evidente. Pero lo siento, ni soy bueno, ni pretendo parecérselo a nadie. Ni a ti, ni siquiera a mí. Ya dejé de engañarme. Y la dignidad no me parece algo que se valore demasiado. No creo en la bondad de las personas. Detesto a los que van de buenos. Nunca volveré a leer la Biblia. Me arrancaría los ojos antes de hacerlo, porque sé que es mentira. Y, además, me aburre. Todo es mentira.
Sí, también esos relatos de los que tanto hablamos y escribimos son mentira, pero nadie trata de engañarnos con ellos. Y quien sí trata de hacerlo, es tan torpe que no engañaría más que al noventa y nueve por ciento de los hombres. Yo soy el otro uno por ciento. A mí no me engañarán. Y si acaso, sólo lo hará quien yo desee que lo haga y será a cambio de placer, de todo el placer. ¿Sabes tú qué es el placer? Yo no lo sé, pero lo espero.
Estas notas son el constante aplazamiento de algo importante. Sólo las escribo porque quiero que se sepan.
Tendré que recorrer las bibliotecas buscando ejemplares de mi libro. Es posible que en Huelva encuentre más de uno. Y tengo algún amigo al que quisiera hacérselo llegar. ¿Quién nos los iba a decir? ¿Tú no tendrías alguno de sobra? Cuatro años han pasado y ya es una quimera encontrarlo.
"Estaba tratando de vaciar el mar con una taza de té." Y el mar es inmenso. Y yo, prácticamente, no soy nada.
¿Qué es mejor: estar o no estar? Para los demás, no sé; para mí, no estar, desde hace seis años.
El vuelo... ¿de qué vuelo me hablas? Aún no has empezado a andar y ya estás lejos.
¿Quieres ayudarme a tratar de vaciar el mar?
Me asomo al balcón y veo paraguas. Me fijo un poco más y veo que las calles están algo mojadas. Ha llovido esta noche y ha continuado haciéndolo casi toda la mañana.
Poco a poco van cambiando los síntomas. Todo se va aclarando. Anteayer estaba en una mesa de quirófano, mirando al personal y pensando que tenía que dormirme antes de que empezaran, y hoy estoy en casa.
Parecía que iban a empezar y yo todavía estaba despierto. Esa sensación de llegar siempre tarde. Me veía ayudando, sosteniendo las pinzas o alguna gasa. La yugular. La clave iba a ser la yugular. Al fin me iba a enterar de donde estaba la yugular. Y desde ahí, en un viaje alucinante a través de mi cuerpo, más o menos humano, hasta el hígado.
Ahora fluyen las notas, fluyen los sonidos y silencios. Hubo un momento, como siempre pasa, en que me quedé dormido y desperté en otro sitio. Y había alguien que me hablaba. Parecía que llevaba un buen rato hablando. Es la vida. Despertar en otro sitio es la vida. Despertar y volver a oír el silencio de una voz que no se entiende.
Despertar y permanecer en la duermevela.
Poco a poco van cambiando los síntomas. Ahora parece que algunas cosas comienzan a ir bien.
Despertar y empezar a sentir que todo va a ir bien.
Llegué a casa, estuve un rato con mis padres, me senté frente al ordenador y me puse a escribir. Mis dedos bailaban sobre el teclado. Parecía como si hubiese estado bebiendo y hubiera perdido el juicio, pero sólo venía del hospital. Lo de perder el juicio sí es posible que me ocurra últimamente, mientras escribo. De hecho, si pudiera hacerlo, la mayoría de las veces borraría todo lo escrito y, probablemente, el mundo me lo agradecería. Incluso yo mismo me lo agradecería. Sobre todo yo, que también tengo esos momentos de dignidad. Pero he llegado a ese pacto conmigo mismo: no borrar nada. Si acaso, corregir, pero no borrar nada. Ese pacto es necesario, porque casi siempre escribo cosas de las que me avergí¼enzo luego.
Llegué a casa, después de pasar un par de días en el hospital. Llegué cansado y con ganas de ver a mis padres, pero me puse a escribir. Supongo que lo de cansado es por la anestesia que, milagrosamente, llegó a tiempo. Siempre me parece que los cirujanos van a empezar conmigo despierto. Me veo ayudando a los cirujanos durante la intervención. Supongo que nos pasa a todos. Lo de ver a mis padres es porque salí de casa, sin tenerlas todas conmigo y, además, sé que ellos querrían haber venido al hospital, aunque sólo hubieran pasado unas horas. Somos unos sentimentales. Parecía que me había acostado, todos pensaban que me había acostado, pero estaba escribiendo.
¿Cumpliré ese pacto?
Supongo que algunos escritores tendrán que justificar toda su obra apoyándose en lo bien escrita que esté. Yo, desde luego, no. No podría, pero es que, además, no es demasiado importante para mí. Es como cuando estás escuchando una canción y oyes: "¡Qué voz!" Casi siempre se refieren a lo mismo, a que el intérprete tiene un torrente de voz. A mí eso me da absolutamente igual. No conozco casos en que a la gran voz me despierte algún interés en la interpretación, en lo que dice si es que dice algo, en cómo lo dice.
Hace unas semanas me escribías ensalzándome la prosa de A. T. A continuación me decías que mentía constantemente en sus diarios. A ver, no me decía que sospechaba que mentía, sino que mentía. ¿Podía la prosa excelsa (así la calificabas) suplir esa otra enorme carencia? Es que además cuando miente lo hace siempre para ensalzarse a sí mismo, para babearse, eso sí, dejando caer lo brillante que es y la suerte que tenemos todos de compartir nuestro tiempo... ¿con quién? Con él, claro.
En la escueta pero muy sentida presentación, Joaquín Rodero dijo que le había dado clases en 3º, mientras estudiaba Filología. ¡Qué envidia sentí! Pensé que si me hubiera dado clases a mí, igual me habría entrado el interés por la cultura japonesa mucho más joven y ahora hablaría y leería japonés. Sería otra persona. Lo puedo pensar, pero podría haber pasado o no. Siempre he sido muy dejado, pero entonces lo era aun más. Y no sé si habría pensado como lo hago ahora: que Fernando Rodríguez-Izquierdo Gavala es el nombre más importante de las Letras que ha dado esta bendita ciudad en los últimos años. Su libro, El haiku japonés: historia y traducción, editado por Hiperión es uno de los libros que no debe faltar en la biblioteca de cualquier aficionado al género. Y cuando digo "género" me refiero a la Lírica. Es más aun: me refiero a la Poesía. Si hablamos de Japón, entonces todo esto es tan obvio por evidente que resulta innecesario y redundante.
También ha sido editor. Puso en marcha junto a un par de compañeras la mítica Luna Books, una editorial que publicaba libros en castellano en Kamakura.
Me emociono sólo de imaginarlo.
Quiero esos libros.
Hace un par de semanas hubo un curso en Sevilla: "Iniciación al Haiku Japonés. Interpretación, Composición en Castellano y Traducción", que se inauguraba con su conferencia: Introducción al haiku japonés. Comenzó justo el día de mi dichosa última intervención quirúrgica. Al día siguiente, el martes pasado, hablaba en Madrid sobre Shoei Ooka y Michio Takeyama. Tampoco pude ni plantearme ir. Pero hoy, martes, 28 de marzo, daba una conferencia en el Ateneo de Sevilla sobre Matsuo Bashí´ y su libro Sendas de Oku.
En el camino vi a tipos encapuchados, con cuerdas y cruces, pero huí de ellos. No me lo podía creer, pero aparecieron más. Y más. Pero llegué a tiempo al Ateneo.
Una mujer, que resultó ser Keiko Kawabe, la autora de las caligrafías y haigas que aparecen en 70 haikus y senryí»s de mujer, me dio una hojilla con el programa previsto y una serie de haikus de Bashí´ traducidos por Fernando Rodríguez-Izquierdo.
Lo de la puntualidad japonesa es un tópico. (O quizás sea que se mezcló lo japonés con lo sevillano).
Ahora, eso sí: todos los problemas técnicos que motivaron el retraso se solucionaron cuando trajeron un portátil Toshiba.
Tenía la marca bien puesta y bien grande: TOSHIBA
¿Qué es más hermoso, un portátil Toshiba o este haiku de Bashí´?
Se va la primavera.
Lloran las aves.
Lágrimas en ojos de los peces.
¿Qué es más hermoso, todo el imperio Toshiba o ese haiku de Bashí´? ¿Debo estar agradecido al hombre que me ha acercado este haiku de Bashí´?
Cada vez estoy más convencido de que la diferencia entre un buen o un mal escritor de poesía está en sus lecturas. Sé que esa frase no es demasiado sorprendente. Lo que quizá sí lo sea es el sentido que le doy.
Es imposible que un buen poeta sólo lea a los clásicos, ni a algunos de ellos. A eso me refiero.
Hay que leer novedades, muchas te interesarán menos y otras, pocas, lo harán más. También es posible que a ese buen poeta le interese muy especialmente algún autor menor. No me parece mal. Al contrario, podría incluso llegar a decir que sólo así la poesía que escriba estará viva. No niego que haya alguna excepción, aunque lo aclaro: no conozco ninguna. Los mejores poetas actuales sobrevaloran a poetas de un nivel muy inferior. Pero repito: siempre ha sido así. Sólo así la poesía está viva; sólo así la poesía es verdadera. De ese choque nace la pulsión de escribir. Por eso un poeta no se improvisa ni se educa. O sí, se educa, pero sólo a lo largo del tiempo. Y cuando escribo "tiempo", escribo "vida". Lo que se tarde sí es más relativo. Hay quien es más rápido y hay quien no lo es. Hay también quien llega y quien no llega, pero el camino también tiene sentido. Al lado de cualquier gran poeta siempre hubo un maestro más mediocre. Y al lado de este pudo incluso haber alguien que fue más mediocre aun. A veces hay saltos. No estamos tratando con las matemáticas, hablamos de Poesía.
Tienes una vena diarista (o aforística o dietista) de lo más interesante. He leído el texto discrepando frecuentemente, asintiendo a menudo también. Espero que estas notas (tan discutibles y necesarias) no se mueran en este blog.